Facebook, Instagram y otras redes sociales censuran la exposición
de los senos mientras otras industrias explotan la sexualización.
Como bien han afirmado diversos pensadores en las últimas décadas (J. Baudrillard, Bryian S. Turner, D. le Breton, entre otros), los intentos para moldear el cuerpo femenino, cubrirlo, comprimirlo, rellenarlo, darle forma, disciplinarlo o mutilarlo, son parte tan visceral del inconsciente colectivo que no puede casi pensarse en un cuerpo femenino «natural» en ninguna de las culturas que existieron o existen sobre el planeta. En la sociedad industrial, fajas, corsés, cremas, cirugía estética, gimnasia, han sido los recursos ofrecidos al consumo «para crear la ilusión de unos pechos que potencien su valía sexual y profesional», según la investigadora Marilyn Yalom. Cercadas por imágenes femeninas que ellas no han creado, algunas mujeres se vuelven la mímesis viva de esas mismas imágenes a través «de realzadores para el busto, implantes de silicona y otros productos para adaptar el busto al modelo establecido». Todo ello, no siempre para complacerse a sí mismas sino a los demás, aunque desde luego que también los ideales estéticos subjetivos son conformados por los modelos culturales prevalentes. En los clubes de toples de las grandes ciudades, y más aún en los desfiles de moda, los pechos desnudos de la mujer se venden como espectáculo y generan abundantes ganancias, sin contar con su utilización en la pornografía editorial y fílmica y en la prostitución lisa y llana. La sociedad contemporánea ha venido utilizándolos en el turismo, la fotografía y el cine. Sobre este último tema, Yalom hace un exhaustivo recorrido de la saga hollywoodense de los años cincuenta: «las escenas de sexo tórrido, tal como las soñaban los magnates de Hollywood, sólo podían asociarse con unas generosas protuberancias. Se suponía que una mujer de pechos turgentes era más apasionada que una de pechos planos; a Hollywood no le importaba que el tamaño de los pechos femeninos tuviera que ver más con las fantasías masculinas que con el apetito sexual de una determinada mujer». Desde las declaraciones de diversas actrices de cine hasta los anuncios de «busco pareja», los senos son el centro de una imaginería sexual en la que el cuerpo femenino aparece fragmentado y el rostro no interesa. «La cara, con la expresividad de la boca y los ojos (…) ya no es relevante».
Según Yalom, la historia ha elaborado sobre los pechos significados ajenos, interesada en ver en ellos aquello que servía a las necesidades de las diversas instituciones sociales: la medicina vio en ellos enfermedades, los industriales una fuente de dinero, los sistemas religiosos, símbolos de espiritualidad o de lujuria, la política los ha considerado con fines patrióticos (por ejemplo en las estatuas a la Justicia, a la Libertad, a la Educación, todas ellas representadas por imágenes femeninas descubriendo parcial o totalmente los pechos). Sin embargo, algo ha empezado a cambiar. Sólo recientemente las mujeres han comenzado a hablar abiertamente de sus pechos. Ha sido, paradójicamente, la vigencia fatal del cáncer de mama lo que ha llevado a la mujer a la plena conciencia de la posesión de sus pechos, y a un darse cuenta de que «sus pechos son realmente suyos». Por otra parte, los altos niveles de insatisfacción de las mujeres con sus pechos y sus cuerpos en general, datos que surgen de todo tipo de encuestas, las muestra supeditadas a la influencia de las imágenes arbitrarias impuestas por la publicidad: por ejemplo, configurar la exigencia de pechos enormes en un cuerpo esquelético, y otras aberraciones. Se impone entonces una reflexión respecto de las complejas relaciones entre sujeto femenino y regulaciones socio-culturales en el mundo contemporáneo, cuyas resultancias se hacen extensivas hacia el espacio corporal de los hombres quienes, por su parte, sufren otras diferentes presiones.