Mi hija mayor tiene seis años y desde muy pequeña supe que tiene una manera diferente de ser especial. Todos mis hijos son únicos para mi por una u otra razón, pero ella también lo es para el resto de personas que la rodean. Mi hija no suele jugar con los demás niños, ni tampoco presta atención en clase. Siempre parece estar despistada, y cuando le preguntas, no te contesta. A veces, parece que mira al vacío y es difícil comunicarse con ella. Durante mucho tiempo, me fastidiaba que evitara las preguntas que le hacía durante el tiempo que estaba absorta, ignorando el mundo, literalmente.
Un día, que había bebido más vino del habitual, me quedé mirándola y después de un rato, la pregunta salió sola.
—¿En qué piensas? —le dije en un tono suave.
Parecía que esperara esa pregunta desde hacía tiempo, porque me contestó inmediatamente, como si escuchara a los pensamientos formarse en mi mente.
—Imagino cosas. Mundos.
En ese momento sentí algo extraño y recuerdo que se me humedecieron los ojos. Sólo puede sonreír y volver a preguntar.
—¿Y qué estás imaginando ahora?
—Que vuelo sobre una montaña y planeo entre los árboles.
Seguí sonriendo y desde entonces la dejo en paz.
En el colegio, no se junta con los demás niños, pero todos quieren ser su amiga. Siempre está riendo, creando historias e inventando juegos nuevos. Los niños ven muchas más cosas que nosotros y saben que la capacidad de soñar e imaginar es algo valioso y único.
La mayoría de conversaciones serias con mi hija las tengo cuando ella percibe que estoy abierto. Sabe perfectamente que cuando llevo una copa de vino, he escrito durante horas o he tocado la guitarra estoy más perceptivo. Lo sabe mejor que yo.
El otro día se quedó mirándome un rato mientras jugaba con la guitarra y cuando paré me miró con esos ojos verdes enormes que tiene para preguntarme con su voz de niña dulce:
—¿Papá, existen los portales mágicos?
Aquella mirada exigía una buena explicación. Así que mientras empezaba a tocar arpegios, le conté una historia sobre los portales mágicos. La siguiente historia:
Los portales mágicos existen. Sí. Pero son algo tan especial, que sólo los puede ver cada uno. No se pueden encontrar de otra manera. No existen en un libro, o en un mapa. Los portales mágicos solo los puede reconocer quien los ve, y cuando uno ve uno de ellos sabe que es algo especial. La mayoría de portales mágicos se nos muestran una vez en la vida y si los dejamos ir, no vuelven a aparecer. A veces son puertas que llevan a otros mundos, a veces esconden conocimientos muy especiales y a veces, esconden experiencias divertidas y también peligrosas. Algunos portales mágicos son sólo de ida y si los abrimos quizás no podamos regresar. Otros portales mágicos esconden a personas que a su vez, han abierto otro portal mágico en otra parte de la realidad. Pueden tener cualquier forma, cualquier color, pero si ves uno, sabrás que es un portal mágico.
En la vida, encontrarse con un portal mágico es algo raro y escaso. Un acontecimiento especial que viene sin avisar. No hay luces que tengan un color especial ni tampoco un sonido o un color. Puede ser un hueco en un armario, una persona que tiene algo de especial en su nombre o en su forma de pronunciar el tuyo. A veces es un olor desconocido y picante que nos atrae, o dos acordes de guitarra que nos hacen entrar en un bar. Los portales mágicos hacen vibrar nuestro alma en sintonía con el universo. Nos conectan al mundo, al mundo que no vemos y que nos une a todos, aunque no lo sepamos. Los portales mágicos hacen que por un momento salgamos de la mentira en la que vivimos para ver un pedacito de verdad.
Pero cuantos más portales mágicos dejamos pasar ante nuestros ojos sin atrevernos a cruzar, menos portales aparecerán en el futuro. Aquellas personas que renuncian por miedo o ignorancia a todos los portales mágicos de su juventud, no verán ninguno en su vida adulta. Por supuesto, si no crees en los portales mágicos, nunca verás ninguno. Porque la magia existe, al igual que existe el destino, los dioses, la maldad, la bondad y el amor. Si no creemos en ello, lo veremos pasar delante de nuestros ojos y como otros tantos, diremos, “qué idiotas”, riéndonos de los que aman o encuentran su verdadero destino.
Existe un portal mágico que todos tendremos que pasar algún día. Se llama muerte y no hace excepciones. Incluso los no creyentes tendrán que atravesarlo al final de sus vidas. Por eso los que no creen en la magia, el destino o los dioses le tienen tanto miedo, porque en el fondo, saben que tendrán que cruzarlo tarde o temprano.
Mi hija me escuchó atentamente sin interrumpirme.
—Entonces… ¿el Ratoncito Pérez vive en un portal mágico? —me preguntó con su vocecilla dulce.
—Exacto hija. Lo has entendido muy bien —contesté lleno de orgullo.
Sin necesidad de hablar más, terminé de tocar arpegios con la guitarra y le dí otro trago a mi copa. Se quedó un rato más conmigo y después fue a construir una puerta con papel y rotulador para que el Ratoncito Pérez pudiera entrar en su habitación.
Mi hija, igual que yo, tiene muchas historias que contar y muchas más que vivir. Algún día, espero que lea este pequeño texto y se acuerde de que yo siempre creí en ella, como creo en los portales mágicos.
Por Nicholas Avedon (https://nicholasavedon.com)
Imagen inicial de Mike Hindle