No es ningún secreto, y casi con toda certeza podría asegurar que a ti te pasa lo mismo. No me gusta la realidad. Todos huimos de ella y nos refugiamos en nuestras propias fantasías; a veces en las de otros, para eso se inventó la literatura o el cine. Evasión lo llaman. La realidad acaba siendo eso que compartimos sin demasiado entusiasmo, nuestro lenguaje común entre los mundos interiores de cada uno. La mayoría de gente que conozco transita como puede entre sus propios mundos y la realidad, supongo que los locos son aquellos que no saben diferenciar su propio mundo de aquellos a lo que hemos convenido en denominar realidad. Me pregunto qué ocurre con aquellos que no tienen mundo interior en el que refugiarse, debe ser terrible vivir a la intemperie en el mundo real. No podría soportarlo.
En twitter, foco de sabiduría del siglo XXI, escuché que un viejo dicho japonés decía algo así como que todos tenemos tres caras, la primera, es la que conoce todo el mundo, la segunda, la que conoce nuestro círculo mas cercano, y la tercera la que sólo nosotros conocemos. Pues bien, yo creo que existe una cuarta: la que ni siquiera nosotros conocemos. Me guardo mi opinión sobre la quinta cara para otro artículo.
Si alguien nos pudiera visitar, dentro de nuestro mundo interior, vería esa cuarta cara. Vería un rostro que no envejece, porque en nuestro mundo interior, no existe el tiempo. No existen consecuencias, la eternidad significa que todo puede existir eternamente, al contrario que la realidad, donde todo muere. La verdad que yo no invitaría nadie a mi mundo, sería incómodo. No creo que tenga nada de especial, todos guardamos cosas dentro que no se pueden enseñar, pero si alguien lo viera, sería como dejar testigos vivos de un crimen horrendo mezclado con una belleza prohibida.
Llegados a este punto me gustaría hablaros de una de mis novelas favoritas de ciencia ficción y para mí, la mejor de su autor, Robert Silverberg. Hablo de «Muero por dentro«, la historia del único telépata de la Tierra y un ejemplo inmejorable para hablaros de porqué no me gusta la realidad.
Narrada en primera persona y en presente perfecto. Es un estilo muy difícil de dominar, pero el único posible para contar una novela así. Esta novela habla de alguien capaz de ver en el mundo interior de las personas, con la desgracia de que no puede evitarlo al no poder controlar el alcance de su poder.
De chaval era adicto a las historias de superhéroes, en especial de aquellos que no querían sus poderes, ya que los hacían diferentes del resto y ellos sólo querían ser como lo demás. Pertenecer a algo, ser normales. Pasa algo parecido con el protagonista de este libro, que pese a tener acceso a los mundos interiores de toda la humanidad, se siente terriblemente solo pues todo el que conoce su poder inmediatamente lo evita. Más que un superpoder se trata de una maldición.
Cuando leemos un buen libro estamos asomándonos por una ventana a un mundo diferente al nuestro, y por supuesto, muy diferente a la realidad. El lenguaje es el vehículo, pero solo eso, lo importante es el viaje. Hay autores que nos permiten que durante un rato ni siquiera seamos conscientes de que estamos asomados a una ventana. Un buen escritor es capaz de crear mundos interiores a voluntad y hacer que este conecte con los lectores, y para crear algo así, tiene que haber ángeles y demonios en su interior. Creo que ya os he hablado de algunos de los míos en mi proceso de expurgación de pecados. Me ahorro un dineral en psicólogos gracias a esto. Además que es complicado saber ya cuales son los demonios de Avedon y cuales los míos propios. Es divertido cuando mis personajes también van al psicólogo dentro de la historia y reconocer a mis psicólogos como inspiración de mis propios personajes.
El caso es que ocasionalmente, a veces, pocas, se juntan mis demonios y ángeles en el mundo real. Se saludan entre ellos, sin ser conscientes de quienes son en realidad, porque en esa realidad que tanto odiamos todos, son de carne y hueso. Son seres de diferentes mitologías, de diferentes mundos, pero en el aquí y ahora maloliente, sometido al imperio del reloj, no se conocen. Son Clark Kent y Peter Parker dándose la mano en una reunión de trabajo. A mi me retuercen un poco las tripas, y tengo fogonazos de todo lo que podría ocurrir. Es un choque de universos, del que pueden surgir mil historias. En el presente mundano sonrío y pongo cara de pánfilo, pero si alguien supiera todo lo que pasa por mi mente en ese momento, pasaría un rato entretenido.
A todos nos ha pasado alguna vez pensar que si la mujer que tenemos al lado pudiera leernos la mente en ese momento saldría disparada, sin embargo nos sonríe y nos da los buenos días. Pero si toma un segundo en mirarnos en silencio y mantiene la sonrisa, quizás, sólo quizás, nos ha leído la mente. Sabe quiénes somos al otro lado y nosotros no sabemos nada de ella. Quizás estemos jugando en su realidad, con sus reglas. Pero no. Ella está atrapada ahora en mis renglones, aplastada bajo mis adjetivos y amordazada con mis artículos. Y es que al final, nadie sabe nada de la realidad. La única realidad que existe la construimos nosotros debajo de nuestros sueños, en nuestra cabeza. Aquí fuera solo somos cáscaras dentro de otras cáscaras.
Piénsalo la próxima vez que te subas en ascensor con un desconocido.
Por Nicholas Avedon (https://nicholasavedon.com)