La trampa de la identidad nos lleva por caminos paradójicos
De todos los mitos que sostienen la realidad humana, quizá ninguno tan poderoso como la identidad personal. El ser humano es un animal que en algún momento de su evolución adquirió conciencia de sí mismo y, a partir de entonces, comenzó a acumular un enorme valor sobre la idea de sí: la conciencia en primer lugar, el yo, la identidad, la personalidad, el narcisismo… Los conceptos cambian, pero aquello hacia lo cual todo eso apunta es más o menos lo mismo: la preciosa idea de que existo y soy, es decir, de que además de tener una existencia, soy alguien.
En ese mismo sentido, de todas las trampas que es necesario saber sortear a lo largo de la vida para mantener cierto nivel de cordura, la identidad es sin duda una de las más engañosas. Se encuentra tan arraigada en la autoconciencia que es difícil distinguir entre ambas: ¿es lo mismo saberse existentes que saberse alguien? Dicho de otro modo: ¿podríamos tener conciencia de sí sin una idea del yo? ¿o una y otra se necesitan?
Estas divagaciones sirven para introducir una manifestación peculiar de dicha necesidad que tiene el ser humano por mostrar una apariencia, que a su vez es manifestación de una idea de la identidad personal.
Sabemos bien que, en nuestra época y desde hace ya varias décadas, existe una tendencia de normalización con respecto a dicha apariencia. Buena parte de la población viste de cierta forma, se corta el cabello de cierta manera, usa ciertas palabras, compra ciertas marcas, se adscribe a ciertas ideas, etc., porque es eso lo que creen que debe hacerse. A partir por un sistema amplio que involucra el mundo de la moda, los medios de comunicación, la industria en general y otros ámbitos, se crea esa idea general, más o menos precisa, de lo que está “en tendencia”.
A la par, sin embargo, hay quienes deciden “ir en contra”. Esto puede ser una posición intelectual que tiene derivaciones en la forma cotidiana de actuar. Así, por ejemplo, hay quienes en tiempo de guerra se declaran pacifistas; quienes aseguran que el capitalismo no es la mejor manera de vivir; quienes se resisten a seguir un modelo preestablecido de vida en el que uno nace, crece, estudia, trabaja, forma una familia, etcétera.
Ambas posturas, por supuesto, son válidas, pero uno de los rasgos más curiosos (al menos en nuestro tiempo) de esta última postura, es que aun esas personas que podríamos considerar “contestatarias” terminan por adoptar una apariencia similar a la de otros. Es decir: cierta pretensión de originalidad que podría atribuirse a sus argumentos se refleja en una apariencia… poco original. Como ocurre con el otro sector de la población, también aquellos que están en contra del statu quo usan la misma ropa, los mismos cortes de cabello, las mismas palabras, etc. ¿Por qué sucede esto?
Las explicaciones son diversas. La más sencilla pasa por reconocer que el ser humano es un ser social, desde casi cualquier punto de vista que se le considere. Nuestra necesidad de sentirnos parte de un grupo es más poderosa de lo que solemos reconocer y, por ello mismo, nos hace actuar de maneras no siempre conscientes o advertidas.
Otra explicación es matemática y probabilística. Según un estudio llevado a cabo por Jonathan Touboul, de la Universidad de Brandeis (Boston, Massachusetts), las modas siguen el mismo patrón de difusión, sin importar el grupo social en el cual se presenten. Su medio por excelencia es el “boca a boca”; sin embargo, existen al menos dos tendencias generales: una que es mayoritaria desde el origen (o que tiene más alcance poblacional desde que surge) y otra con un margen mucho menor.
No obstante, una de las características más sorprendentes del modelo de Touboul es que ambas formas de actuar tienen una relación más estrecha de lo que podría pensarse. No es que cada una corra por su cuenta y no se comuniquen entre sí. El punto de encuentro ocurre cuando la tendencia mayoritaria comienza a actuar de manera inesperada. Entonces, la tendencia minoritaria tiende a “copiar” ese gesto.
Touboul ofrece este ejemplo: si en la tendencia mayoritaria surge el hábito minoritario, entre los hombres, de dejarse la barba, por un tiempo la tendencia minoritaria adoptará este gesto. Con el tiempo, el hábito se volverá tendencia y entonces la tendencia minoritaria lo abandonará.
En general, puede decirse que se trata de un proceso en el que la pretensión de originalidad es siempre dialéctica: se piensa que se es original, hasta que todo el mundo hace lo mismo.
Imagen inicial la obra de Willy Verginer