Karl Lagerfeld, el recientemente fallecido diseñador de moda, es descrito como una leyenda en su rubro de trabajo, ciertamente inconfundible por su estilo y su personalidad, que hizo que le llamaran «el káiser». Aunque, de verlo y de admirar sus colecciones para Chanel u otras marcas, uno puede adivinar fácilmente que Lagerfeld era un tipo especial, altamente original, e incluso percibir su inteligencia, nos sorprende descubrir que fue un lector voraz y quizá uno de los más grandes coleccionistas de libros en el mundo.
Rafael Toriz registra para el diario argentino Perfil esta notable inclinación a la literatura que, según las propias palabras de Lagerfeld, alcanzó una colección de 300 mil libros en las cuatro lenguas que el modista hablaba: alemán, francés, ingles e italiano. «Prefiero siempre a los poetas: Emily Dickinson en inglés, Rilke en alemán, Mallarmé en francés y Leopardi en italiano. No hablo otras lenguas y no creo en la traducción de poesía». De acuerdo con el sitio Lit Hub, Lagerfeld es por mucho la personalidad que más libros ha coleccionado en la historia reciente, superando a otros famosos, como George Lucas, por una enorme cantidad. Y es que 300 mil libros son casi inconcebibles. Un sueño borgiano que sólo la fastuosidad moderna podría hacer posible para una biblioteca personal. Lagerfeld los acomodaba de manera horizontal y decía que las personas que iban a su casa debían recorrer espacios enteros de libros para llegar a cualquier lado. Los libros fueron lo único que coleccionó al final de su vida.
El mismo Toriz nos dice que entre las lecturas favoritas de Lagerfeld, quien además se inspiró en la novela El hombre sin atributos para sus icónicos cuellos altos, se cuentan:
Poesía vertical de Roberto Juarroz («adoro al poeta argentino, no lo conocí personalmente»); The sense of beauty de George Santayanna («mi biblia filosófica, jamás se tradujo al francés. La única persona con quien podía hablar al respecto era Gore Vidal»); Obras completas de Spinoza («autor de la frase que guía mi vida: toda decisión es un rechazo»); El año del pensamiento mágico de Joan Didion («obra maestra absoluta»), lasOraciones fúnebres de Bossuet, los cuentos de Borges («lo leí en francés y en inglés, está muy bien traducido»); Béatrix de Balzac («con este libro aprendí francés») y Los Buddenbrook de Thomas Mann.
Se trata, sin duda, de un lector serio. Curiosamente, según sus propias palabras, el mismo Lagerfeld cultivó a propósito la superficialidad, pues los intelectuales le parecían sumamente aburridos. Con este diletantismo que trasciende la línea entre la intelectualidad y la frivolidad, queda preguntarnos: ¿a quién le habrá dejado su biblioteca el «káiser»? ¿Acaso a su multimillonaria gata Choupette, a quien algunos medios creen que le podría pertenecer una parte jugosa de su herencia?