Hay dos grandes maneras de vivir y nadie ha demostrado que una sea superior a la otra.
Cada mañana, cuando cruzo la calle de Alcalá para ir al gimnasio, me encuentro sobre el asfalto unos versos de Antonio Vega. “Silencio, brisa y cordura / dan aliento a mi locura”. Son de El sitio de mi recreo, una canción que, en palabras del propio autor, “habla de los lugares donde uno se encuentra a gusto física y espiritualmente. Más que un lugar es un estado de consenso contigo mismo, un lugar no conflictivo”.
Fui compañero de colegio de Antonio, como ya he referido alguna vez. Es el único amigo que tengo al que hayan dedicado una plaza en Madrid y me vino en seguida a la mente cuando Ramón me soltó:
—¿Qué he hecho con mi vida?
Era medianoche pasada y, a esas horas, la gente suele ponerse metafísica en el Claridge por dos razones principales: porque ha bebido demasiado o porque no ha bebido lo suficiente. Lo primero se arregla con un buen sueño y lo segundo con otra copa, pero Ramón no toma más que Coca-Cola. Hablaba aparentemente en serio.
—¿A qué te refieres? —le dije.
—Dentro de poco nos jubilamos y, después de tanto trasiego, ¿qué hemos dejado detrás? ¿Cuál es nuestra huella?
—Oye, a mí no me metas, que yo no te he hecho nada.
Permanecimos un rato acodados en la barra, en silencio, y luego le comenté que Antonio Vega tenía una plaza en Malasaña y que si se refería a esa clase de huella. Arqueó una ceja como asintiendo.
—Tal y como yo lo veo —proseguí—, hay dos grandes maneras de vivir. Una es la productiva. La realidad es arcilla y se trata de hacer cosas con ella: en la política, en los negocios, en el arte. Alguien que no construye nada, que simplemente acepta lo que la naturaleza le ofrece, está como muerto, porque si te fijas solo cobramos conciencia de nosotros mismos en los momentos en que nos esforzamos, cuando algo se nos resiste. La existencia es lucha, agonía y, en ese sentido, la de Antonio fue un éxito.
—¿Y cuál es la otra manera?
—Antonio pagó un precio muy alto.
“En su etapa final”, cuenta Paloma Concejero, directora de un documental sobre el cantante, “llegó a estar secuestrado en su propio apartamento de la calle Ferrocarril por macarras que reclamaban una deuda”. El propio Antonio llegó a confesar: “Un día duermo en un hotel de cinco estrellas y al siguiente estoy pillando en un poblado”.
—Renunció a un hogar, al placer de ver crecer a los hijos, al disfrute sereno de un libro o una película, a todo lo que paradójicamente canta en El sitio de mi recreo: un lugar donde uno se encuentra a gusto física y espiritualmente. La búsqueda de ese estado de consenso consigo mismo es la otra gran manera de vivir y no es perfectamente compatible con la disciplina creadora. Truman Capote decía que cuando Dios le entrega a uno un don, le da también un látigo.
Hice una pausa y rematé:
—Hoy por hoy, nadie ha demostrado que la primera manera de vivir sea superior a la segunda. No creo que debas preocuparte por tu huella. Probablemente Antonio nos envidiaba a ratos tanto como nosotros a él.
Ramón giró la cabeza y me miró unos segundos con cierta sorna.
—Esto lo habías pensado tú ya antes —dijo al fin.
—Cada mañana, cuando cruzo la calle de Alcalá para ir al gimnasio.
Texto: Miguel Ors Villarejo (el justo miedo)