Lo peor de mi trabajo es no saber si la gente me dice lo que me dice por interés o porque lo piensa de verdad. A veces me hace sentir muy solo, hasta que recuerdo que para mi la soledad no fue nunca un problema sino una bendición. Es lo malo de tener que ser varias personas a la vez, que no siempre te acuerdas de quién eres de verdad. Muchas veces pienso que todo es mentira o producto de la mente de algún hijo de puta, en el cielo, o detrás de una pantalla, o quizás soñando mi vida. Sea quien sea, me ayuda poniéndome zancadillas. Si has leído alguna de mis novelas sabrás que el thriller psicológico es una de mis pasiones y la otra, jugar con la realidad. Alguien me dijo una vez que utilizaba demasiados adjetivos absolutos, como todo y nada. Pero me gusta, es una de las cosas que me define. El blanco y negro. También me llamaron radical en un momento de mi vida. Hoy sé que no es cierto, lo que ocurre es que la mayoría de la gente no sabe que hacer con su libertad. Durante generaciones el hombre luchó para ser libre, y una vez que lo hemos conseguido, no tenemos ni idea de cómo venderla por un precio justo. Eric Fromm si que sabía elegir títulos, no como yo que doy vueltas y vueltas. Odio lo obvio, es un vicio de que dejó de preocuparme hace tiempo y del que cada día disfruto más, como lo de comerme las comas.
Mi trabajo, el diurno, el que paga las facturas, es otro de mis sueños, de esos que uno ha de perseguir. De pequeño quería ser mayor. Ahora quiero ser pequeño de nuevo, o al menos, poder ver el mundo de la manera en la que lo veía antes. Sin responsabilidad, sin haber roto nada irreparable. Sin que la gente se fije en mí. El chocolate todavía tenía matices nuevos, y la fruta crujía y sabía. No es que el café haya perdido su aroma, es que ahora hay que buscarlo cada mañana. La gente miente, y no sé cuando lo hace. Soy incapaz de saberlo, y a veces no me queda más remedio que torturarlos para encontrar un sucedáneo de verdad. No sé si ellos mienten porque creen que es mejor mentirme, o yo mismo me miento sobre ellos y lo que piensan. Lo único que sé es que a veces todo lo que me rodea parece mentira. No saberlo con certeza es agotador. Pruebas, deadlines y planificación. Todo para poder encontrar un terreno común donde las cosas se puedan medir. Sean palpables. Todo sería más fácil si fuera una persona a la que no le importara la realidad, alguien que simplemente, hiciera su trabajo, pero yo no puedo. Necesito saber qué es real y qué no. Supongo que es lo malo de seguir siendo un niño en un mundo de adultos, que sigo sin aceptar la realidad y lucho contra ella. Dejé de preguntar porqué, pero no tengo respuestas, no más que mi hija de seis años que me pregunta por los esqueletos enterrados, y yo le digo que nada es eterno. Y ella ataca de nuevo «¿qué es ser eterno?», y lo único que hay eterno es esa pregunta y la curiosidad de los niños. Y sonrío y le doy un beso de buenas noches.
Pero me llevo la pregunta a la cama conmigo y se enrosca entre mis piernas, y doy vueltas y vueltas enredado en cadenas de argumentos que dan calor. Recuerdo todas las cosas que no tenía que haber visto, todas las escenas que no tenía que haber vivido, esos ojos que durante unos segundos me mostraron un instante de verdad. Supongo que nada es eterno, y mucho menos las mentiras. Todas salen a luz. Como leí que decía Ray Loriga ayer, la vida es como una caja llena de agujeros por la que salen los gusanos. Los escritores escribimos sobre la verdad en base a bellas mentiras en forma de metáforas. La única forma de buscar la verdad es intentar no hablar de ella, nadie quiere encontrársela cara a cara, así, en mitad de la calle, mientras saca a pasear al perro, lleva los niños al colegio o hace la compra en el supermercado. Igual, así en la calle, sin maquillaje, la verdad le recuerda algo que no le gusta, que creía olvidado. La verdad siempre nos pilla con el pie cambiado, siempre llega cuando no la esperas.
Los escritores estamos malditos, somos capaces de ver y entender la realidad como observadores de lo ajeno, pero incapaces de experimentarla, a lo Schrödinger. Escribimos mejor cuando más vivimos y eso tiene un precio. Ya lo sabía el bueno de Salinger, y mejor no hablamos de Poe. Nada es eterno, ni siquiera la verdad en los ojos de un niño. He visto a niños dejar de serlo, con hambre en sus miradas, o con odio que es peor. También he visto miedo y también la inocencia pasar de parada en una transacción de ida, quizás lo más terrible de todo. Pero hay mas niños y los veo cada día aquí y allá, como hierbitas verdes entre los grises adoquines. Me doy la vuelta y durante unos segundos un destello de luz me calienta por dentro. Oír la risa de un crío es una de las verdades eternas de este mundo. Más que el café de las mañanas, más que el chocolate. Cuando veas un mico de dos años tambalearse hacia su triciclo mírale a los ojos y disfruta, porque no todo es mentira. No todo es mentira.
Por Nicholas Avedon (https://nicholasavedon.com)
Nikolai Blokhin painting