Érase una vez un hombre llamado Prudencio que era muy amigo de caminar y de andar fuera de casa. Nuestra historia comienza cuando Prudencio llamó a la puerta de la casa de un conocido suyo y le dijo:
– Hola Gonzalo, necesitaba que me guardaras esta lentejita, quiero ir al mercado y temo que se me pierda.
No te preocupes –contestó Gonzalo- te la guardo detrás de la puerta y cuando vuelvas del mercado te la llevas.
Cuando volvió Prudencio, la lentejita no estaba en su lugar. Gonzalo le dijo que su gallina se debía haber comido su lentejita pero que él le daría otra.
¡Ni hablar! – Dijo Prudencio- O me llevo mi lenteja o me llevo tu gallina.
¿Pero cómo te voy a cambiar una gallina por una lenteja, Prudencio?
A lo que éste replicó cantando:
“Mi padre es alcalde, mi hermano regidor, si no me das la gallina a la justicia me voy”
– Bueno, bueno, pues por no andar en justicias llévate la gallina.
Prudencio se fue con la gallina muy satisfecho y llegó a casa de otro amigo suyo llamado Ricardo.
-Hola Ricardo – le dijo- necesitaba que me guardaras esta gallina, quiero ir al mercado y temo que se me pierda.
No te preocupes –contestó Ricardo- te la guardo detrás de la puerta y cuando vuelvas del mercado te la llevas.
Pero una vaca que tenía Ricardo en su casa se comió la gallina y de ella sólo quedo una pluma.
Cuando volvió Prudencio y reclamó su gallina, Ricardo le dijo:
-¡Ah! se la ha debido de comer mi vaca, sólo queda una pluma, no te preocupes que yo te doy otra gallina de mi corral.
¡Ni hablar! – Contestó Prudencio- si tu vaca tiene dentro mi gallina, me llevo tu vaca.
¿Pero cómo te voy a cambiar una vaca por una gallina, Prudencio?.
A lo que éste replicó cantando:
“Mi padre es alcalde, mi hermano regidor, si no me das la vaca a la justicia me voy”
-Bueno, bueno, pues por no andar en justicias llévate la vaca.
Al cabo de los días, llegó a casa de Carlos, otro vecino de su pueblo, y repitió la misma historia dejando la vaca detrás de la puerta de su casa.
Carlos estaba casado y tenía una hija enferma, ésta al enterarse de que había una vaca en la casa empezó a decir con voz lastimera:
-“Higadito de vaca quiero si no me lo dan me muero”
El padre le decía que la vaca no era de ellos pero Paula, que así se llamaba la niña, porfiaba:
-“Higadito de vaca quiero si no me lo dan me muero”
El padre, preocupado por su hija, mató a la vaca y le hizo un caldo con su hígado.
Cuando volvió Prudencio y preguntó por su vaca, Carlos le contó lo sucedido y le dijo que le compraría otra vaca, a lo que él respondió:
¡Ni hablar! Si tu hija se ha comido mi vaca, me llevo a tu hija.
-¡Por Dios, como te vas a llevar a mi hija, Prudencio!.
A lo que éste replicó cantando:
“Mi padre es alcalde, mi hermano regidor, si no me das a tu hija a la justicia me voy”
-Bueno, bueno, pues por no andar en justicias llévate a la niña.
Prudencio metió a la niña en un zurrón y se marchó con ella dejando a los pobres padres desconsolados.
Iba por el pueblo con la niña y de vez en cuando le decía: “Canta zurrón o te doy un pescozón”
A lo que Paula respondía:
“Anillito, anillito de oro que en la fuente lo perdí
por mi padre y por mi madre que aquí tengo que morir”
Mientras cantaba la niña, una anciana llamada Marita oyó la canción y se dijo: “¡Pero si es la voz de mi nieta Paula!” y salió al camino. Vio a un hombre con un zurrón al hombro y le espetó:
– Buen hombre, ¿Querrás entrar en mi casa que tengo sopa caliente preparada para los peregrinos.
Él, sin pensárselo dos veces, entró en la casa y dejó el zurrón a la entrada. La anciana, mientras tomaba la sopa, sacó a su nieta del zurrón, la abrazó, le hizo una señal para que estuviera en silencio y después llenó el zurrón con siete gatos rabiosos.
Cuando se marchó Prudencio volvió a decirle al zurrón: “Canta zurrón o te doy un pescozón”, pero el zurrón no cantaba y él repetía: “Canta zurrón o te doy un pescozón”, enfadado por la desobediencia de la niña abrió el saco y los siete gatos rabiosos se le lanzaron al cuello…
La abuela llevó a Paula a casa de sus padres, éstos que seguían llorando su pérdida se pusieron muy contentos e hicieron todos una gran fiesta.
Y colorín, colorado este cuento se ha acabado.
Por César Ruiz del Árbol
Gato Pérez. Todos los gatos son pardos.
P. D. Entrada imprevista y precipitada, pero vale la pena. Es un cuento de los años cincuenta/sesenta, que le contaba su madre a César Viriato, y que debió ser bastante popular por la época según nos decía él en un correo privado. Hoy me envía el cuento del que imagino que desconoce la autoría. ¡Gracias, César!. En el correo adjunto, comenta:
Aquí tienes el cuento de la lentejita:
Como verás no es un cuento edificante, aparecen unos padres desaprensivos, violencia de género, corrupción judicial, mentiras biológicas…, vamos, la España de hoy. He intentado meterlo en tu blog, para que lo leyera todo el mundo pero no me deja porque ocupa mucho.Viriato¡Salud y lentejas!
ramiro