“Nunca he mentido en un libro. Ni tampoco en mi vida. Excepto a los hombres. Nunca.” Palabra de Marguerite Duras.
En 2014 se cumplieron 100 años del nacimiento de Marguerite Duras. Escritora, cineasta, rebelde, curiosa, bella, deslenguada, caprichosa y tantas cosas más que la convierten en mi favorita.
París celebrará con todo tipo de eventos a la artista nacida en la Conchinchina. Parisina de carácter, de tanto escribir y vivir. Mujer excesiva en casi todo. Bebiendo, fumando, hablando, pensando. Amante múltiple, vanguardista en el deseo y libre de toda vergüenza.
Mi querida Marguerite. Tan aristócrata, luego tan pobre y tan sola, más tarde rica y adorada. Siempre inquieta y elegante. Obediente sólo a sus impulsos y a su pluma. Terriblemente lúcida, siempre.
Su vida, como su obra son fascinantes y son una sola cosa. Y ahora que repaso sus versos y algunos de sus pasos, me dan ganas de llorar un poco. Hay libros de ella que no he sido capaz de leer de un tirón porque me desbordan de emoción, de silencio, de belleza. Algunos de ellos me llevaron a lugares del pensamiento que no pensé que llegaría a pisar. Y aquí estoy, con la vida llena de momentos marcados por ella.
Su biografía es tan “incorrecta” que aún hoy, en otro siglo, sigue siendo muy cuestionada.
¿Será que hay rebeldías de mujer que no prescribirán nunca? Con toda seguridad.
Hay una frase que sin ser particularmente poética, me cambió permanentemente. Quiero decir que me cambió y no volví a ser la misma: “En la vida llega un momento, y creo que es fatal, del que no se puede escapar, en que todo se pone en duda: el matrimonio, los amigos…”. Estas palabras leídas en un tren, hace muchos años, me liberaron tan profundamente que seguí mucho más allá de adonde iba en aquel viaje. Entendí que la incertidumbre no es enfermedad y que no se puede huir de ella. Que las dudas están ahí para darles las vuelta, aunque implique hacer añicos la partitura conocida para inventar otra; y que yo y toda mi volatilidad, somos factibles.
De un remezón así, pueden venir miles de equivocaciones, eso te lo puedo jurar. Abismos de soledad, tantas culpas y más reproches. Y también, instantes dorados, besos inolvidables, noches de cuatro días, melodías salvajes, encuentros radiantes, delirios, aullidos iluminados… y eso también te lo puedo jurar.
Pensar en ella es hablar de las mujeres se han atrevido a hacer lo que querían.
En las que han dejado de hacer lo recomendable, lo justo, lo conveniente, lo acordado, para hacer aquello que desean en el momento y de la manera que sólo a ellas les concierne.
Con todos los garantes que da el éxito, el reconocimiento a una obra inmensa, el dinero y la fama, casi todo lo que hizo Marguerite Duras sigue siendo calificado de subversivo, oscuro y desmesurado.
Y lo es, porque leerla borra los límites. Te empuja con determinación hacia el deseo acallado, exalta la voluntad, quiebra la contención para hacerte estallar en ganas de existir sin miedo ni pudor.
Supongo que llegará el día en que las mujeres podremos desprendernos, desde el lugar que tengamos, de nuestra marca “mujer”, para ser, hacer y deshacer sin que se nos tenga en cuenta más que por lo escrito, por lo actuado, por lo conquistado. Supongo que llegará ese momento. Pero a día de hoy, en este centenario glorioso, no hay señales que lo indiquen.
Morir abrazada a un hombre 40 años menor sigue resultando muy inapropiado, aunque no para ella, la incorregible Marguerite Duras; la mujer que escribió “El amante”.
Por Victoria Ojeda Castro