Catalina Homar fue una campesina mallorquina que entabla una relación con el archiduque Luis Salvador en 1887. Él le enseña a leer y a escribir y se convierte en encargada de la finca s’Estaca. Promociona el vino moscatel y el malvasía por toda Europa consiguiendo premios en París, Madrid y Chicago. El archiduque describe en un libro su carácter bondadoso, su amor por los animales y la Naturaleza y su espíritu libre y generoso.
Catalina Homar Ribes fue una campesina mallorquina a quien la sensibilidad por todo lo que la rodeaba, las ganas de conocer mundo y la fortaleza para enfrentar nuevos acontecimientos la llevó a vivir una vida intensa y llena de emociones. Nació en Esporles en 1869 y murió en Valldemossa en 1905.
Era la hija del carpintero de Son Moragues, finca de Valldemossa que compró el archiduque Luis Salvador y, cosas del destino, hizo posible que estas dos mariposas se conocieran. Corría el año 1887.
Catalina era una muñeca como muchas de casa humilde, le gustaba jugar, correr, cantar, aprender canciones y todo lo que se le pusiera delante, pero su inocencia, mezclada con un espíritu de libertad y rebeldía, cautivó desde el primer momento a un extraño caballero: el archiduque Luis Salvador.
Este, hábil e inteligente, tenía una extensa cultura, tanto de las tareas propias del campesinado de montaña como de tradiciones y canciones de la región, y quién sabe si en los primeros encuentros con el archiduque todo esto sirvió como vínculo al servicio de su reciente relación.
La vida de esta mujer dio un cambio radical y fue distinta de la que le hubiera tocado si no se hubiera cruzado con tan noble amigo. Sin embargo, todo lo que aprovechó de las circunstancias solo fue posible gracias a su carácter inquieto, alegre, ávido de conocimientos, segura de sí misma, y muy especialmente por un sentimiento de libertad interior que solo alguien que se mueva por la Sierra de Tramuntana o simplemente la visite, podrá concebir.
Él le enseñó a leer y a escribir, y cuentan que un buen libro llegó a ser el más apreciado regalo. Ella se convirtió en la preferida del archiduque, quien no ocultaba la relación con ella a pesar de la diferencia de clase social.
Él quiso que Catalina se encargara de una finca y por eso compró s’Estaca, actualmente de Michael Douglas, y la que había sido siempre «sano muñeca» se convierte en su «madona de s’Estaca».
Durante este tiempo, Catalina prestó atención a las condiciones de trabajo de los agricultores de la finca y también, en la medida de lo posible, al de las posesiones de alrededor.
Promocionó el vino moscatel y el malvasía por toda Europa consiguiendo premios en París, Madrid y Chicago.
Cuenta el archiduque que, cuando Catalina Homar y su prima, la emperatriz Sissí, se conocieron, una especie de aura mística y luminosa las rodeaba a ambas y tenían la sensación de ser una especie de viejas amigas que se reencontraban o almas gemelas.
Pasaron muy buenos ratos juntas, paseando por la sierra, disfrutando del paisaje, escuchando los sonidos de la Naturaleza en la voz del viento, de los pájaros, de las piedras, de los cascabeles de las ovejas, del mar…
Sissí había venido a Mallorca precisamente huyendo de la corte de Viena y su protocolo, buscando alivio al sufrimiento que le había causado el fusilamiento de su hermano Maximiliano y el trágico suicidio de su hijo Rodolfo.
Catalina acompañó al archiduque en numerosos viajes o salidas en el yate Nixe, donde el ambiente que se respiraba era una mezcla de investigación y búsqueda de los lugares que iban visitando y de ambiente libre con mucha diversión entre los pasajeros embarcados.
Alguna desavenencia con la conducta o trato de Catalina con el capitán provocó, seguramente, que después de años de relación y amistad, se separaran en Venecia, aunque hay que decir que no está aclarado en ningún sitio.
De vuelta a la Estaca, Catalina se puso enferma y acabó muriendo de sífilis.
Una vez muerta, el archiduque escribió y publicó el libro Catalina Homar en 1905, en el que describe en forma de glosa su carácter bondadoso, su amor por los animales y la Naturaleza y su espíritu libre y generoso.
Y cuentan que el día que hacía un año de la muerte de Catalina, bajó desde Miramar a s’Estaca, escuchó una misa y no volvió a bajar nunca más.
Sin lugar a dudas, esta fue una mujer adelantada para su época y condición social, de una sensibilidad extraordinaria, que la acercó tanto a las canciones y melodías populares como a los animales, al sufrimiento de la gente o a la belleza de las puestas de sol que cada día contemplaba. Supo combinar y llevar con la cabeza bien alta su condición de campesina con la de mujer liberal e independiente; nunca se desligó de la tarea de madona o encargada de s’Estaca y, algo curioso, nunca cambió la vestimenta mallorquina por las nuevas tendencias más modernas que ya se llevaban en Europa y también en algunos sectores de la nobleza local.
Una vez más esta gran mujer supo apreciar el valor del conocimiento externo partiendo del amor por lo que es propio y ya conocido.