El diseñador centra su última colección masculina en la figura de la joven alemana adicta a la heroína al tiempo que resurge el debate sobre la legalización de las drogas
En 1997, el por entonces presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, convocaba a un grupo de periodistas en la Casa Blanca. Esa rueda de prensa sería recordada como aquella en la que se señalaría a la industria de la moda como responsable del creciente interés de los jóvenes estadounidenses por las drogas. Estas fueron algunas de sus palabras: «Mucha gente de nuestra generación –muchos de ustedes son más jóvenes que yo, pero la mayoría tiene mi edad– crecimos pensando que la heroína era lo peor del mundo. Presenciamos escenas terribles asociadas a su consumo: yonquis que yacen en las esquinas de las calles de una manera decididamente poco atractiva. En los últimos días, hemos visto que muchos personajes influyentes de la industria de la moda han admitido rotundamente, y los honro por ello, que las imágenes que se proyectan en las fotos de moda han hecho que la adicción a la heroína parezca glamourosa, sexy y cool«. A los meses, diseñadores como John Galliano, Stella McCartney o John Rocha firmaban una declaración en la que se disculpaban y, al tiempo, se comprometían a dar por concluida una era.
Esa época, heredera de los excesos de las décadas que le precedieron, había encumbrado una corriente estética que recibió el nombre de heroin-chic. La influencia del grunge en la moda tuvo mucho que ver. Pero la prematura muerte del fotógrafo Davide Sorrenti a causa de una sobredosis fue el primero de muchos golpes que cuestionarían los hábitos de la escena artística de entonces. Se denunció una apología de las drogas en la esfera pública –véase en las campañas de varias firmas de moda– y privada –el conocimiento del consumo generalizado que tenía lugar en ámbitos de trabajo o en escenarios más festivos– de la industria. Tras el mensaje de Clinton, se instauró un sentimiento de responsabilidad, un clima de denuncia y, especialmente, de vigilancia. Cualquier recuerdo de lo anterior iba a ser señalado públicamente, como el escándalo de Kate Moss en 2005. ¿Y por qué hablamos de todo esto? Por la nueva colección masculina de Raf Simons para el otoño 2018, presentada en Nueva York, que revisa todo aquel imaginario.
En realidad, de algún modo, tenía el camino hecho por Alexander Wang, que hace dos años subía a la pasarela una colección inspirada en el cannabis, con estampados de marihuana y una estética deliberadamente grunge. Pero en el caso de Simons, a quien siempre le acompaña la etiqueta de intelectual, ha recuperado una figura de culto en lo que a drogas se refiere: Christiane F (Hamburgo, 1962). La historia de esta niña alemana fan de David Bowie y adicta a la heroína se convirtió en un bestseller literario hace 40 años, Los niños de la estación del Zoo (1978), y después sería llevada al cine por el director Uli Edel en 1981 obteniendo la que es considerada la película más rentable de la industria cinematográfica alemana. Una de sus escenas míticas, aquella que tiene lugar en un centro comercial donde, después de robar en un puesto de lotería, la pandilla de la joven echa a correr, fue recreada enel vídeo de la campaña primavera-verano 2016 de Gucci. De hecho, en varios medios se preguntaron si Alessandro Michele, director creativo de la casa italiana, pretendía rescatar el heroin-chic.
En su colección, el diseñador belga es mucho más evidente: hay camisetas y sudaderas con el rostro de la actriz Natja Brunckhorst caracterizada como la pequeña Christiane F o del actor Thomas Haustein, que dio vida a su novio, Detlev; hay looks que incluyen en sus prendas mensajes como Drugs o 2-CB(un derivado de las anfetaminas) o Wir Kinder vom Bahnhof Zoo, título original en alemán del libro, mientras que algunos modelos lucen los peinados de muchos de los adolescentes del filme. Por no hablar de la puesta en escena realizada por Bureau Betak, con botellas de vino vacías, uvas, embutidos y flores. Estos bodegones, que recordaban particularmente a los vanitas del barroco, dibujaban el recorrido de la pasarela. Si bien es cierto que, en moda, un aniversario bien merece una colección (el libro celebra su 40 aniversario y, bueno, la auténtica Christiane F. cumple 55 años, cuando ella misma dudó de su longevidad), este tributo llega en un momento en el que resurge el debate sobre la legalización de las drogas.
En la nota de prensa enviada por Raf Simons, la firma se explica de este modo: «Christiane F. sigue siendo una historia con un mensaje de advertencia, que desvergonzadamente y sin arrepentimientos describe las realidades del uso de drogas y la adicción. Las imágenes de Detlev y Christiane, los antihéroes de la película –interpretados por los actores primerizos Thomas Haustein y Natja Brunckhorst– están presentes en Youth In Motion [el nombre de la colección] como una representación emocional de la persistente relevancia social y psicológica [de este asunto]». De algún modo, Simons quería sumarse a la conversación, una que se ha reactivado después de recientes acontecimientos, como la entrada de California en la lista de estados que permiten el comercio y consumo de marihuana para uso recreativo desde el pasado 1 de enero o el auge de publicaciones de diseño especializadas en cannabis.
Raf Simons es un amante de los iconos culturales, pero los elige en el momento preciso en el que estos dejan de ser tan inofensivos como creemos: en su primera colección para Calvin Klein 205W39NYC, revisó la iconografía de Estados Unidos, bandera incluida, justo después de la victoria de Donald Trump. Ahora nos recuerda la historia de Christiane F. Ella sigue viva, pero un visionado de la película que relata sus años de adolescencia bien vale una charla de prevención de consumo de drogas. Es el reflejo de una adicción. ¿Pero hasta qué punto importa la moraleja? ¿Es lo de Simons un ejercicio de moralina implícita o simplemente se está divirtiendo? ¿Sería lícito? Preguntas, preguntas. Quizás era justo eso lo que el belga buscaba. Poco más.