INFOMAG MAGAZINE

¿Por qué una experiencia psicodélica no puede sustituir una experiencia espiritual?

EL SER HUMANO TIENE UNA NECESIDAD DE EXPERIENCIAS ESPIRITUALES O NUMINOSAS Y RECURRE A LAS SUSTANCIAS PSICODÉLICAS PARA SACIAR ESA SED, PERO AL HACER ESTO PODRÍA ESTAR SIGUIENDO UN ESPEJISMO

En la reciente ola de medicina psicodélica, científicos de universidades como Johns Hopkins hablan de «experiencias espirituales» o «experiencias místicas» en sus descripciones de lo que le sucede a los pacientes. Incluso, como ha dicho Erik Davis, parece que se busca sintetizar una experiencia mística, crear la fórmula o el patente de lo místico, bajo el entendido de que estas experiencias tienen efectos de sanación y de resignificación en personas deprimidas, ansiosas, enfermos terminales etc. Lo anterior -sumado al término que se ha utilizado para popularizar los psicodélicos, «enteógenos»- nos sugeriría que las experiencias místicas o espirituales y las experiencias psicodélicas son los mismo. De manera un tanto paradójica se busca des-mistificar lo místico, hacerlo científico, convertirlo en una pastilla y eliminar la contingencia e impredecibilidad que suelen caracterizar estas experiencias; extraer todo su valor, toda su luz y eliminar toda su oscuridad y caos. Lo cual genera la importante pregunta de si ¿realmente se puede tener una experiencia mística transformadora sin el proceso de mortificación, sufrimiento, crisis y demás que comúnmente se conoce como «malviaje» y arquetípicamente representa el viaje del héroe al inframundo? 

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Carl Jung

Que lo psicodélico y lo espiritual son lo mismo no era lo que pensaba Carl Jung, indudablemente uno de los pensadores occidentales -¿científico, místico, artista, filósofo, qué fue Jung sino todos estos?- que más profundamente estudió el alma humana en el siglo XX. Se ha llamado a Jung popularmente «el médico del alma» y es difícil pensar en alguien a quien le quede mejor este apelativo. El término psicodélico significa lo que manifiesta la psique o alma y la psicología de Jung en gran medida fue una disciplina para hacer manifiesto e iluminar el material oculto de la psique, aquello que Freud popularizó como el «inconsciente» y que Jung notó tenía una parte colectiva, vasta e insondable. La psicología analítica de Jung se basa en la noción de que el ego sólo es un fragmento de la psique y para que el individuo pueda alcanzar un estado de integración, completud o realización, necesita constelar aspectos de su inconsciente personal (la sombra) que determinan siniestramente su conducta, pero incluso también acceder y armonizar su vida con el inconsciente colectivo, que es la dimensión de los arquetipos universales, que trascienden al individuo y al tiempo y que son los únicos capaces de brindar la sensación de totalidad que el hombre busca (visualizó esto como la conformación de un mandala, un centro universal que trasciende el ego y que permite una identificación entre el individuo y el universo). Jung desarrolló una serie de técnicas -como la «imaginación activa»- para manifestar la psique inconsciente, algo que también hacen los psicodélicos de manera indudable y a veces no sin vehemencia. Jung notó en sus pacientes que cuando el inconsciente colectivo se manifestaba de manera palpable en el individuo y éste era capaz de integrarlo y entender esta manifestación entonces generalmente ocurría una experiencia numinosa (o espiritual) que le transformaba radicalmente. Este encuentro con lo numinoso, le brindaba al individuo un significado y un soporte inmarcesible que le permitía lidiar con su vida como si se tratara de una obra de arte o un mito sagrado. Si el individuo no era capaz de integrar las manifestaciones del inconsciente podía verse arrebatado y poseído por fuerzas arquetípicas y padecer patologías como la psicosis o la esquizofrenia.  

En una notable entrevista, Jung narra el caso de una paciente (el cual aparece también en su obra escrita), una mujer muy inteligente que había desarrollado una proyección en la que veía a Jung como una figura paternal, a la cual se había apegado enormemente. Este hecho, que se presentaba ya de manera patológica como una delusión, estaba seriamente obstaculizando su desarrollo individual. La joven tenía numerosos sueños en los que Jung aparecía como la figura paterna. En el último de los sueños de esta serie Jung aparecía en un campo de trigo maduro y la sostenía como a una bebé; el viento soplaba y las espigas formaban olas, en sincronía con esas olas Jung la mecía dulcemente.  En el sueño Jung aparecía como una deidad pagana de la naturaleza. Después de que le narró este sueño Jung comprendió y le dijo a la paciente que era evidente que ella lo que quería y proyectaba en el él era una idea de Dios. Esto hizo clic y la paciente tuvo una experiencia numinosa, «una experiencia viviente del arquetipo», que la hizo recobrar la formación religiosa temprana que había perdido. Jung explica:

Esto es lo que las personas buscan. Una experiencia arquetípica, esto les da un valor incorruptible. Ellas dependen de otras condiciones, de otras personas, deseos, ambiciones… porque no tienen valor en sí mismas. Son sólo racionales. No están en posesión de un tesoro que les haga independientes. Pero cuando la joven puede sostener la experiencia, entonces ya no depende de alguien más, porque el valor está en ella. Y esto es una forma de liberación. Esto la hace completa. En tanto cuanto pueda asimilar esa experiencia numinosa, puede continuar su camino, su individuación. La bellota se puede convertir en un roble y no en un burro. 

La clave aquí yace en esta idea de descubrir el valor interno, el significado que nace de lo numinoso, el cual no está en algo externo y por lo cual siempre podemos recurrir a ello. Y, cabe mencionar, que el tesoro es más preciado siempre cuando es el fruto de la excavación de las profundidades, del trabajo, del sufrimiento y la superación de un obstáculo. Aunque la visión numinosa tiene un factor de gracia divina, es también la resultante de atravesar un proceso de introspección, de atreverse a adentrarse al inconsciente, que es ciertamente no sólo la fuente de epifanías y bondades celestes, sino también -y necesariamente antes- una cueva infernal.

La pregunta que se desprende de esto es obviamente si una experiencia psicodélica otorga esta misma independencia, este mismo valor incorruptible. Se podría argumentar que los resultados positivos en las universidades -donde se reportan casos en los que la ansiedad y la depresión son superadas con una o dos tomas de psilocibina- sugieren que los psicodélicos pueden también proveer este mismo valor o numinosidad que libera e independiza a la psique. Sin embargo, me atrevería a afirmar que resultados clínicos que afirman que se ha vencido una depresión no son lo mismo que una experiencia de transformación arquetípica como la que narra Jung. Sería un pensamiento fundamentalista decir que es imposible que una experiencia psicodélica produzca una experiencia numinosa o espiritual en toda su profundidad. Ciertamente deben de haber experiencias de este tipo, aunque me parece que deben de ocurrir generalmente cuando el individuo por su propio proceso ha llegado a un punto crítico y sirven sobre todo como el último empujón. En este sentido cabe hacer mención de los Misterios de Eleusis, en los cuales ha teorizado que se empleaba una sustancia psicodélica (posiblemente el ergot) para producir una teofanía o una intimación de la inmortalidad. Sin embargo, los asistentes a estos misterios -de la más alta reputación en la antigüedad- debían antes ser iniciados y prepararse y purificarse por meses, por lo cual, si es que realmente intervenía una droga, no se puede atribuir únicamente a esta  sustancia el poder visionario y transformativo, sino que evidentemente era sólo un componente más en un proceso que requería de un profundo trabajo individual. El caso del soma es aún más notable en este sentido, ya que el sacrificio védico del soma requería de una profunda meditación y de un compromiso moral de parte del sacrificante. Numerosas veces se repite en la literatura védica que el soma y el estado luminoso de esta misteriosa bebida dependen de que el sacrificante realice ciertos actos con una conciencia especial y específicamente  que sea verdadero, que diga la verdad y honre a los dioses. El soma es llamado el licor de la inmortalidad, pero es obvio que la verdad es la que realmente alcanza la inmortalidad (esta es la base del pensamiento védico).

La razón por la cual me parece importante marcar la diferencia es que la experiencia psicodélica -aunque pueda suponer un trabajo tortuoso, un descenso al inframundo, su propionigredo, la etapa de la purga- cuenta con un factor de ruido cognitivo, que es el hecho de que el individuo ha vivido la experiencia a partir de un factor externo que ha introducido y que ha creado una serie de condiciones que difícilmente puede recrear por sus propios medios. Esto puede generar una cierta duda sobre la naturaleza y la veracidad de la experiencia y crear una disociación: el yo que vio (o creyó ver) a Dios en ayahuasca y el yo que se levanta todos los días a trabajar pueden no ser los mismos y estar separados por un abismo infranqueable. Puede ocurrirle al «psiconauta» como al inexperto Ícaro, quien escapó del laberinto con un artificio: con las alas de cera que le había construido su padre. Al no seguir las advertencias de llevar un «camino medio» se propulsó hacia el Sol -¿acaso embelesado por esa altura que no se había ganado?- y pereció, desplomándose en el mar. Anteriormente comparé la experiencia mística genuina y la experiencia psicodélica con la diferencia que existe en ascender a la cúspide de una alta montaña por el propio pie y ser depositado en la cima en un helicóptero. El valor de un verdadero tesoro no sólo está en el objeto, sino en el proceso de descubrimiento. No se trata de lograr transformar una pieza de oro -¡divino churro del teatro químico del cerebro!- sino de encontrar el elixir que puede usarse para llevar cualquier metal a su vocación áurea. Es decir no se trata de vivir una experiencia espiritual única -un momento fugaz espiando el palacio de la sabiduría vía el camino del exceso- sino de espiritualizar toda la existencia; más que de la piedra -del oro- se trata de la sabiduría, de saber hacer oro. Como dice el alquimista Gerhard Dorn «transfórmense ustedes en piedras filosofales vivientes».

Debo de mencionar que estas últimas ideas vienen de Jung y en gran medida aclaran mi propio pensamiento en torno a este tema. No quiero, por otra parte, descalificar tajantemente la búsqueda de lo numinoso a través de lo psicodélico, dentro de la innumerable diversidad de intenciones y prácticas que existen deben de haber casos excepcionales. Creo, sin embargo, que la verdadera función de estas sustancias es medicinal, más que recreativa o gnóstica. El poder de los psicodélicos para tratar adicciones, trauma y algunas psicopatologías es sumamente prometedor; igualmente importante es su estudio científico para conocer la naturaleza de la mente; no así para buscar la autorrealización, la iluminación, el despertar y demás. Para aquellas personas que padecen esa enfermedad moderna que es la pérdida de sentido, el desencantamiento y la alienación, los psicodélicos parecen ser la respuesta más fácil: a diferencia del yoga, la meditación y demás prácticas, un viaje de DMT asegura a cualquiera que su conciencia se disparará a un estado no-ordinario, lleno de formas fractales, mandalas y entidades hiperdimensionales («elfos mecánicos» y «bolas de basquetbol enjoyadas que se autodriblan») y cosas por el estilo. Pero quizás habría que recordar lo que dijo Manly P. Hall: «no hay atajos para Dios», y volcarse hacia los psicodélicos como un antídoto a ésta condición puede añadir confusión, crear una dependencia espiritual y desviar la atención de una sincera búsqueda espiritual o religiosa, la cual no puede substituirse; es necesario conectarse con una tradición viva y llevar a cabo las prácticas ascéticas que siempre han sido necesarias para poder acceder a lo numinoso. «El hombre siempre ha vivido en el mito. Hoy creemos que podemos vivir sin el mito, sin la historia. Esto es una enfermedad», dijo Jung. Se podría argumentar que estas «tradiciones vivas» que nos conectan con la dimensión mítica ya no se encuentran fácilmente hoy en día y el «mito» ha sido eliminado de la conciencia por la ciencia. Ciertamente existe una profunda crisis en el cristianismo y las religiones de Oriente llegan a nosotros generalmente en versiones diluidas: el budismo, por ejemplo, se empieza a convertir en mindfulness y como tal deja de ser un camino hacia el despertar -hacia lo absoluto-, y se vuelve una mera herramienta para eliminar el estrés y estar mejor adaptados al mundo moderno. Las religiones deben de adaptarse al tiempo y a las culturas con las que entran en contacto, pero si en este proceso no son capaces de mantener su esencia y eficacia corren el riesgo de diluirse completamente. Nietzsche cuando escribió sobre la llamada de Muerte de Dios habló también de nuestra incapacidad de crear nuevos dioses, dioses danzantes, dioses de la experiencia inmanente. Ciertamente la religión organizada actual, socavada por la actitud utilitaria y la ansiedad del hombre moderno, en su incapacidad de producir experiencias místicas hace que las personas busquen por otro lados, como en el new age y en los psicodélicos, que son fuentes de facsímiles. Indudablemente el hombre moderno se encuentra en una encrucijada, ha perdido su alma y sin ella no puede encontrar sentido, pero el mundo mismo, «el desierto de lo real», parece comprobarle que el alma nunca existió.

Alguien podría esgrimir el argumento de que lo que está ocurriendo con los psicodélicos es un renacer dionisíaco, o acaso una síntesis de la religión y la ciencia, para poder espiritualizar de nuevo al mundo. Liberar lo divino y arquetípico de la psique (los que eran dioses se han convertido en enfermedades, escribió Jung) a través de un pacto con los daemons del mundo vegetal. Si tal cosa es lo que está sucediendo no es algo que yo haya podido observar. Contrariamente a esto, me parece que las plantas psicodélicas están siendo usadas fundamentalmente para adaptarse a este mundo materialista y desangelado. Son generalmente sólo paliativos para la crisis espiritual que estamos experimentado. Ir a la selva a tomar ayahuasca o ir a Burning Man permiten que el individuo aguante más y mejor el sinsentido de la modernidad. Los ejecutivos de Coca-Cola o Facebook que tienen una experiencia psicodélica dicen haberse transformado radicalmente pero regresan a sus puestos y siguen con sus vidas; sólo utilizan sus «visiones» para ser más creativos, para tener una ventaja por sobre los otros «que no se salen de la caja»; si acaso, ahora prohiben que sus hijos coman comida chatarra y pasen demasiado tiempo en sus iPads. Nada cambia radicalmente. Cuando el afterglow de la experiencia se empieza a esfumar vuelven a recargar baterías espirituales con otra escapada al spa de la jungla o alguna otra experiencia «trascendental» de fin de semana. Estoy seguro que existen nobles excepciones y seguramente hay casos en los que una persona está tan desconectada de sí misma y de lo divino que es necesario una sacudida violenta -y entonces los psicodélicos pueden ser una opción, aunque no la única-, pero obviamente debemos de referirnos a lo general: a esta tendencia global de buscar lo espiritual en los psicodélicos, puesto que la espiritualidad tradicional requiere de un esfuerzo y un compromiso mucho mayor. Cuando nos referimos a espiritualidad tradicional hablamos por supuesto de religión, una palabra que hoy está sumida en el oprobio y es anatema tomársele en serio entre los intelectuales. La religión es radicalmente menos cool que lo psicodélico y lo espiritual, pero me preguntó si realmente se puede sostener una verdadera espiritualidad, una verdadera comunión con lo divino, sin llevar a cabo una práctica religiosa o al menos sin sondear profundamente los misterios que presenta la religión al alma humana. Incluso los pioneros de nuevas formas de relacionarse con lo divino siempre tuvieron conocimientos profundos de las tradiciones religiosas y exploraron sus misterios en propia piel. Tal es el caso de Jung, de Steiner, de Gurdjieff y muchos más. Hay que ser un verdadero maestro para poder llegar al punto en el que se puede renunciar a todo dogma, a todo credo, a todo ismo. La mayoría de nosotros no somos maestros ni pioneros, por lo cual parece provechoso empezar con una mezcla de humildad y pensamiento crítico; la primera para evitar que el egoísmo coarte nuestra disposición a exponernos a las viejas enseñanzas y al encuentro con el mysterium tremendum, y el segundo para no caer en la mentalidad de masa y en el fanatismo que es la gran sombra de la religión que se posa sobre nuestra civilización.

En su correspondencia con el teólogo Victor White, Jung tocó este tema. En la carta se refiere a las experiencias de Aldous Huxley con mescalina y LSD. Y aunque admite que no sabe mucho sobre los efectos psicoterapéuticos de estas sustancias -¿habría cambiado de opinión al ver algunos de los resultados actuales?- Jung señala que no es necesario ni deseable ir más allá de los sueños y la intuición para conocer el inconsciente colectivo. «Entre más lo conoces, más grande y pesada se convierte la carga moral, puesto que los contenidos inconscientes se transforman en tareas y deberes individuales tan pronto como se vuelven conscientes». Jung dice que solamente tomaría mescalina si estuviera seguro de antes «haber hecho todo lo que sé que debía hacer» y no por mera curiosidad. Es decir antes agotar los esfuerzos del trabajo interior analítico. Añade que no confía en los regalos de los dioses que aparentan no pedir nada a cambio. Cita a Virgilio «[Hombres de Troya, no confíen en el caballo] Sea lo que fuese, temo a los aqueos, aunque sus manos ofrecen regalos». Y toca otro tema que no debe subestimarse, y es el hecho de que las puertas de la percepción se abren, pero ¿quién sabe también cómo cerrarlas para que no entren espíritus indeseados? «Este es el error que hace Aldous Huxley: no sabe que está tomando el papel de ‘Zauberlehrling’, quien aprendió a llamar fantasmas, pero no aprendió de su maestro cómo deshacerse de ellos». El error de Huxley, de Tim Leary, de Terence Mckenna… Y la frase que me parece es quizás lo más sabio que se ha dicho en torno a este tema. «Este es el error de nuestra era. Creemos que es suficiente descubrir cosas nuevas, pero no nos damos cuenta que saber más requiere de un incremento correspondiente en nuestra moralidad.» Este parece ser el problema central de nuestra civilización, un aumento de poder sobre la materia y una explosión tecnológica no equiparada por el mismo aumento de conciencia. Jordan Peterson glosó estas palabras de Jung así: «ten cuidado del conocimiento que no te has ganado». Lo cual es obviamente el tema de Fausto, el hombre que canjea su alma por placer, poderes mágicos y conocimiento esotérico. Quizás, sólo quizás, se esté celebrando un pacto fáustico por debajo de esta euforia psicodélica. No estoy seguro, pero la duda es suficiente para seguir la advertencia de Jung y transitar antes otros caminos hacia esa numinosidad sin la cual la vida no tiene sentido.

Twitter del autor: @alepholo

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