Violeta y Galileo: Amor en el barrio chino (acto I). Esta historia está dividida en tres actos que se publicarán de manera correlativa durante los próximos tres meses. Está dedicada a esas tipas y tipos que regentan los negocios que dan vida y alma a este barrio tan emblemático de Palma:
Bar Flexas, Biokalma, Bocalto, Bar Ca La Seu, Carnivale Tattoo, Clínica Veterinaria, La Cuadra del Maño, La Despensa del Barón, La Juguetería, La Tortillería, Lemon Tree, Molta Barra, Onda 10, Plaer Natural y Quina Creu.
El orden de aparición es fruto de los caprichos aleatorios de Galileo. A veces, no hay quien entienda las cosas del corazón, sólo a veces.
Galileo despertó con la excelencia máxima del silencio que proporcionan las habitaciones de la Posada Terra Santa, un edificio que cuenta historias, un lugar donde el pasado, el presente y el futuro se fusionan en un entorno idílico, como si el tiempo no tuviera ni principio ni fin. Se había aseado como mandan los cánones de una higiene exhaustiva y desayunó en La Despensa del Barón, entre multitud de panes y una deliciosa carta de huevos.
Calculo que serían las nueve y media cuando encendió un cigarrillo entre los encantos de Pes de la Farina y regaló su primera bocanada de humo a la suave brisa de la mañana, en forma de nube. Dejándose pasear entre callejuelas empedradas durante siglos, sentía el olvido de su propia historia, atónito de belleza y encanto.
Enseguida se sintió invadido por un estado de calma que acabó empujándole al interior de Biokalma, sin pretenderlo. Una tienda ecológica con superalimentos, cosmética natural y suplementos. Galileo se entretenía con las etiquetas de los productos a granel y se interesó por las técnicas naturales que te liberan de los desequilibrios causados por determinadas emociones. Compró pan esenio y tomó conciencia de las cosas. Por un instante, se sintió sostenible.
Caminando entre círculos, esquinas, triángulos y minúsculos pasos de cebra, leía las aldabas de las puertas con la sensación de no necesitar ni un libro siquiera. Atraído por el magnetismo que proporciona el ostracismo y el impacto de una estética genuina, Galileo entró en el Bar Flexas, en la calle de la Llotgeta, sintiendo el flechazo de algún ido.
Como un autómata navegó entre butacas verdes, lámparas arbóreas, dorados, suelos hidráulicos y rojos que combinaban con los labios de Violeta. Se sentía torpe y adivinó que si pedía un vermut estaría pidiendo exactamente lo mismo que habría pedido ella.
Justo cuando se lo servían, Galileo veía cómo ella se levantaba para pagar e irse, a cámara lenta y sin saber si la volvería a ver. Aprovechó para cagarse en Cupido un par de veces, entre la diferencia y la amabilidad canalla.
Se fue con flores de papel para sentarse debajo de los árboles, con Plaer Natural y con el apetito que proporcionan el aperitivo y el sentimiento del amor encontrado. Al leer ensalada de aguacate, pepino, manzana roja y cilantro, Galileo pensó en ella, al instante.
Se acordó de su piel y decidió una crema de berenjena asada, se la imaginó desnuda y pidió una terrina de coliflor, semillas y queso emmental. Para besarla en sueños, la maridó con un bizcocho de chocolate blanco y arándanos.
La plaza de la Quartera se otoñaba para confundir los minutos con las horas y mezclar el color de las hojas con el amarillo creciente de los faroles. Un romanticismo silente que incitaba al paseo perdido y olvidado por los callejones del Barrio Chino.
ENCENDIÓ UN CIGARRILLO ENTRE LOS ENCANTOS DE PES DE LA FARINA Y REGALÓ SU PRIMERA BOCANADA DE HUMO A LA SUAVE BRISA DE LA MAÑANA, EN FORMA DE NUBE.
En la calle de la Cordería, atraído por las letras de Quina Creu, se apoyó en la barra de un espacio antiguo como el horno medieval sobre el que se asentaba, encendido por el calor que proporcionaba la gastronomía. Mimetizada con los monstruos y bellezas de sus paredes, estaba Violeta, sentada en una silla de los Eames, tan cerca y tan lejos como lo permitía la música de jazz y una iluminación tenue.
Inmediatamente pidió un cocktail como si estuviese esperándola para cenar y se embelesó intentando definirla por la forma en que se enfrentaba a la carta. Se imaginó sentado delante de ella, pidiendo un número 6 para compartir por el mero hecho de comerla con los ojos y Galileo bebió su noveno daiquiri de un solo trago, a modo de harakiri, para irse sabiendo que se dormiría con ella entre abrazos imaginarios, sin ser contradictorio ni dejar de serlo.
Al día siguiente, envuelto en un edredón solitario…CONTINUARÁ
Violeta y Galileo: Amor en el barrio chino (acto I). Por Carlos Penas. Imagen inicial: Vitas Luckus photography
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