En muchas ocasiones, nos enseñan a sentirnos mal por llorar, pero tenemos que recordar que lloramos desde que nacemos. El llanto es un tipo de “descarga” VITAL para nuestra auto-expresión que nos ayuda a liberar cargas pesadas, sentimientos negativos, tensiones y ese estrés que a veces nos paraliza ya que tiene en nuestro organismo un efecto similar a de los analgésicos.
No se trata de aficionarse al llanto ya que la vida requiere también de entereza, pero cuando necesitamos llorar porque nos sentimos derrotados hay que dejar que ese sentimiento se vaya a través del río de las lágrimas. Un poderoso río de agua salada que se va secando a través de la dulzura del bienestar transformándolo en ternura hacia uno mismo, en amor puro y gratuito. ¿Vemos porque es un río tan poderoso? ¿Y empezamos a ver por qué interesa anular el llanto o tergiversar su esencia a lo largo de los tiempos? ¡No llores, no es de fuertes!.
Si no lloramos, no liberamos, y si no liberamos guardamos miedos, iras, rabia y fuerzas. Son sentimientos que nos debilitan porque nos cargan con pesos innecesarios. El llanto convierte la debilidad en fortaleza. Sube lo que baja. Así que llorar es un signo de fortaleza, no de debilidad, pero es un tipo de fortaleza que incomoda precisamente porque otorga poder y libertad. Muchas veces lloramos en nuestra intimidad, y en los casos que lo hacemos delante de alguien, le mostramos una absoluta confianza al dejarnos ver en un momento de debilidad y vulnerabilidad. Nos entregamos. Nos rendimos. Confiamos. A pesar de ser la entrega y confianza un acto bello y honorable, se puede volver en un hecho vergonzoso según la reacción de la otra persona que recibe el llanto. Al ver a alguien llorar, se activan unas neuronas espejo que:
– o le envuelven en la ternura que se respira en el ambiente, abriéndose las puertas de la empatía, compasión, aprendizaje, entendimiento y crecimiento humano.
– o se crea un sentimiento de incomodidad.
¿Y por qué? Porque nos han enseñado a amarnos superficialmente, en lugar de hacerlo desde las entrañas. A querernos a través de objetos, de la competitividad ciega, de los estímulos de los estupefacientes, de la religión, etc, en lugar de hacerlo a través de nuestra fuerza interior y de nosotros como unidad propia. Pero para llegar ahí hace falta recorrer un laberinto largo, complejo e incómodo. ¿Pero cómo vamos a querer recorrerlo si nos enseñan en la sociedad de hoy en día a apagar u omitir dentro de lo posible lo que incomoda alimentando la pereza? ¿Cómo vamos a conseguirlo si nos enseñan a debilitarnos? Y así cuando vemos a alguien llorar, nos vemos en un incómodo espejo que nos recuerda los recorridos que tenemos pendientes, tareas de crecimiento personal que nos suponen sacrificio y entereza. Y abandonamos. Lo omitimos. Nos omitimos.
La subdecadencia, admira la fuerza de la entereza, pero también admira la del llanto.
Tanto las risas como las lágrimas son elementos de conexión que nos han dado para recordar que estamos vivos.
Por Tony Malony | www.tonymalony.com