La regla crítica | Smoking

Nunca entenderé el porqué de los trajes con rayas diplomáticas. Jamás las rayas lo han sido, pensaba desde el abdomen de la ciudad, sentado en la puerta de un prostíbulo y observando a los hombres igual que Félix observaba a los lobos, comiendo pipas, cruzando y descruzando las piernas a medida que se dormían, observando a las mujeres igual que Félix observaba a las lobas y grabando comportamientos con mis retinas como él lo hacía con sus cámaras. Me imaginaba que esa denominación de origen obedecía a su nacimiento en un entorno político indecente, mafioso, banquero impúdico y religioso. Sus peculiares líneas verticales pueden variar en su grosor e interlineado, dándoles en cada caso un carácter revelador de quien las pone. Dicen que son más sobrias y elegantes cuanto más pequeñas y juntas y que son más toscas y ordinarias cuanto más grandes y separadas. En cualquier caso, seguro que las cortan con torticeras plantillas de patronaje, en papel manila impregnado con cafeína o fenacetina, con levamisol o aminopirina, con mierda o lidocaína y con la mísera finalidad de conseguir el mayor beneficio posible en sus mezquinos y perversos negocios.
Decidí entonces caminar por aquel vientre metropolitano para perderme por sus intestinos y hacer la digestión. El olor a micción múltiple de un callejón sin salida me recordó la urgente necesidad de evacuar y meé hasta devolver a mi vejiga su peso real, con deseo, con placer y con calor. Lo sé por el vaho. Oriné hasta los orígenes de un río que desembocaría en cualquier glaciar, sin perderse entre los adoquines y dándole un color pálido de cambio climático, un amarillo cadavérico con olor a desecho orgánico, similar al que producen las desvergonzadas axilas sudadas cuando cuelgan de las agarraderas de un autobús o se exponen abiertas en la cruz.
De camino a casa analizaba la fauna humana y reparaba en la puta manía de masticar chicle con la boca abierta, en las cucarachas nouveau uniformadas con pantalones remangados y deportivas, en las conversaciones de juego de monos y en la actitud de una sociedad insolentemente vacía, domótica y despiadada. A la mañana siguiente y sin esperar a la obscenidad del tercer día, me encontraba en el mismo sitio que el día anterior, sitiado por cáscaras antiguas, sin sentarme, sin necesidad de análisis y smoking tabaco vestido con smoking de color liso, con los cojones de corbata y esperando a alguien con el coño de pajarita, para circular por un sistema circulatorio inventado y poder olvidarnos entre los posos de nuestros vasos sanguíneos.

Texto y Fotografía: Carlos Penas