Leer es una actividad aún más fecunda cuando está acompañada de nuestras experiencias personales
Leer, en efecto, es una actividad noble, provechosa, decisiva para el crecimiento individual y colectivo del ser humano, y aun las personas que no cultivan el hábito de la lectura podrían llegar a convenir en esto.
Sin embargo, como usualmente sucede con las categorías de “bueno” y “malo”, apenas se les escuche es muy conveniente preguntarse por la perspectiva desde la cual se califica algo de una u otra manera. ¿Leer es bueno por sí mismo? ¿No leer es malo? ¿Toda lectura es “buena”? ¿Hay libros buenos y libros malos? ¿Y quién decide?
Para algunos estas preguntas quizá podrían parecer elementales, pero no todos los que se acercan a los libros tienen en su horizonte un faro que los guíe a través de ese mar más o menos infinito de la lectura.
A este respecto compartimos ahora una reflexión de Arthur Schopenhauer sobre la lectura, su utilidad y, más específicamente, una forma muy singular de incorporarla a nuestra vida. El fragmento proviene del tomo Pensamiento, palabras y música publicado por la editorial Edaf. Veamos:
Cuando leemos, otro piensa por nosotros; repetimos simplemente su proceso mental. Algo así como el alumno que está aprendiendo a escribir y con la pluma copia los caracteres que el maestro ha diseñado antes con lápiz. La lectura nos libera, sentimos un gran alivio cuando dejamos la ocupación con nuestros propios pensamientos para entregarnos a la lectura. Mientras estamos leyendo, nuestra cabeza es, en realidad, un campo de juego de pensamientos ajenos. Y cuando éstos se retiran, ¿qué es lo que queda? Por esta razón, sucede que quien lee mucho y durante casi todo el día, y en los intervalos se ocupa de actividades que no requieren reflexión, gradualmente pierde la capacidad de pensar por sí mismo –como el individuo que siempre va a caballo se olvida de caminar–. Tal es el caso de muchas personas muy cultas. Acaban siendo incultas de tanto leer.
La constante lectura, que se retoma en cada momento que tenemos libre, paraliza el espíritu más que el trabajo manual continuo, pues, en éste, puede uno dedicarse a sus propios pensamientos. Un muelle, bajo la presión continuada de un cuerpo extraño, acaba perdiendo elasticidad, y el espíritu pierde la suya bajo la imposición constante de pensamientos ajenos. Como el exceso de alimento echa a perder el estómago y daña a todo el organismo, se puede también sobrecargar y sofocar el espíritu por exceso de alimento intelectual. Cuanto más se lee, menos huellas quedan en la mente de lo que se ha leído: la mente es un tablero en el que hay escritas muchas cosas, unas sobre otras. Así no se llega a rumiar, y tan sólo rumiando se asimila lo que se ha leído; del mismo modo que los alimentos nos nutren, no porque los comemos, sino porque los digerimos. Si se lee de continuo, sin pensar después en ello, las cosas leídas no echan raíces y se pierden en gran medida. El proceso de alimentación mental no es distinto del corporal: apenas se asimila la quincuagésima parte de lo que se absorbe. El resto se elimina por evaporación, respiración, etcétera.
A esto hay que añadir que los pensamientos depositados en el papel no son más que las huellas de un caminante sobre la arena: podemos ver la ruta que siguió, pero, para saber lo que vio en su camino, tenemos que usar nuestros propios ojos.
Más allá de que sea bueno o malo leer, en este fragmento Schopenhauer nos invita a pensar en los motivos que nos llevan a hacerlo. Leer es importante y, sin duda, puede resultar muy fecundo, pero más todavía cuando lo hacemos con sentido, acompañando la lectura con las experiencias de nuestra propia vida.
También en Pijama Surf: Leer ha sido mi soberanía y mi elegancia: Roberto Bolaño sobre la riqueza de la literatura