Como el tiempo perdido: Nowhereman. Esta noche he quedado con «nowhereman». Con ese nombre imagino que será fan de los Beatles. En su descripción dice ser independiente, tierno y familiar.
Como el tiempo perdido: Nowhereman. Adoptaba las posturas más extrañas y retorcidas ante la cámara. Giraba la cabeza como desligándola del tronco a la vez que rotaba mi cintura hasta el éxtasis, hasta romperme intentando que mi cuerpo fuera como una guitarra o un animal salvaje.
Tapaba con mi pelo una cicatriz larga y afilada que se dibujaba en mi frente, producto de una reciente caída en bici. Una lástima, porque esa marca me hacía mayor. Al menos, mi cabello es rojo, naranja, que combinado con un vestido de seda verde pato me da un aire simbólico, como de época. Así quería que me vieran, que me sintieran, que me desearan. Y metía tripa y sacaba pecho elegantemente. Pero por lo visto mi plan maestro de artísticos posados no lo era tanto.
No conseguía que mordieran el anzuelo aquellos hombres por los que me interesaba. Sencillos, sin demasiadas cargas y sobre todo cultos, interesantes. Nada de eruditos, ni musculitos, ni hitos que me guíen en el camino que ya conozco. Y claro, la curiosidad me pudo, y abrí un perfil masculino para así poder curiosear al resto de las chicas.
Mis rivales. Jóvenes delgadas, estrechas y muy solicitadas. Con largas melenas como cascadas, y morenos ombligos bajo sus croppeds entallados. Siempre viajando por exóticas playas, posando delante de una maravillosa puesta de sol o conduciendo un destartalado jeep en busca de Indiana Jones, imagino.
Chicas embelesadas con una copa de champán en la mano sobre una hamaca en alguna selva tropical. Yo no era así, yo soy del montón, de mi casa, aunque mi actitud sea diferente. Tengo 43 años y una belleza dormida, ajada. Pero soy «violeta», ese es mi nick en esta red social de citas, de solteros con ganas de hablar, de lucirse o de follar. Y no quedarse solos por miedo a la realidad.
A menudo pienso cómo ha cambiado este cuento de princesas. Antes te ennoviabas y pasabas los tres siguientes años, como poco, saliendo con la misma persona. Ahora, un día sí un día no, puedes quedar con un chico diferente. Y de esta forma empiezas una colección interminable como por fascículos del hombre de tu vida. Agotador.
Esta noche he quedado con «nowhereman». Con ese nombre imagino que será fan de los Beatles. En su descripción dice ser independiente, tierno y familiar. No pinta mal. 1’80 y una dentadura brillante. Me pondré mis medias grises de lana apretadas. Un vestido simétrico con canesú y los botines bajos. Nada de complementos, que solo alteran la esencia de las mujeres transparentes.
Ya son las nueve, y aquí estoy sentadita en un taburete. El sitio que ha elegido es mono, rústico. Con flores secas y sillas encontradas. He pedido una clara mientras llega, y consulto el móvil una y otra vez, aunque ya lo tengo todo visto. Estoy nerviosa, lo confieso. Es posible que tomemos algo, incluso que cenemos si estamos a gusto. Pero que me vuelva por donde he venido también. Soy exigente y a veces dudo de mí. De si debería dejarme llevar por alguien que está fuera de mis expectativas, y vivir lo que sea.
Rompiendo mi cajita de cristal. O no perder más el tiempo y ni pasar de la primera caña. Al menos de esta forma conozco gente nueva y salgo un poco de mi rutina. Aunque este ejercicio se está convirtiendo en mi rutina. Ya han pasado más de tres cuartos de hora y aquí no se ha presentado nadie, ni el independiente, ni el tierno, ni el familiar. Ahora lo entiendo todo, y sé por qué su nick era «nowhereman».
Nowhereman. Como el tiempo perdido por Roberson Rey.