En las redes sociales es muy común encontrar artículos, imágenes y videos en torno al sexo. La mayoría de ellos poseen títulos rimbombantes y fotografías eróticas que provocar caer en la tentación de darle click. Cibernautas consumen este tipo de información como si se removieran los viejos fantasmas de los manuales de urbanidad o creencias de la vieja escuela católica. Sin embargo, ¿qué tipo de sexo es el que se está vendiendo? ¿Cuál es el concepto del sexo que brinda ese tipo de información?
Hay que comprender que, según los especialistas en sexualidad, la principal causa de disfunciones y trastornos sexuales, Infecciones de Transmisión Sexual –ITS–, embarazos no planeados y otras afectaciones relacionadas con el sexo es una cultura culpígena. Esto se debe principalmente a que este tipo de tradiciones promueven la desinformación, una pobre educación sexual y una especie de morbo por cumplir con lo prohibido sin saber mucho o nada al respecto.
Así las personas van conociendo acerca del sexo… Mediante tradiciones culpígenas, internet y pornografía. Casi sin darse cuenta no sólo someten la experiencia del acto sexual a conceptos relacionados con el pecado, lo prohibido, juego de poder, control, éxtasis, omnipotencia, ganancias materiales, también distorsionan la vivencia total de tener sexo.
Como resultado surgen modas que implican riesgos para la salud física o emocional. Entre ellos se encuentra esta práctica que comenzó en Rusia a partir de la crisis del petróleo, en donde las mujeres ofrecen sexo a cambio de servicios de fontanería, instalación de muebles, reparaciones mecánicas, mudanzas o paseo de perros. De acuerdo con los sociólogos, esta situación surgió a partir de la crisis en Rusia, lo cual provocó que la “población recurriera a todo tipo de ingenios y remedios para mantener su nivel de vida”. La crisis ha aumentado el nivel de pobreza en la población y con el fin de sobrevivir, “el sexo se utiliza para pagar este tipo de servicios tradicionales. Incluso hay comunidades online formadas especialmente para este propósito.”
Los mensajes son claros: “Busco a un hombre que pueda instalar unos cables en dos habitaciones de mi piso”, “Me reuniré con cualquiera que a cambio de sexo me dé un sofá.”, “Hago arreglos en el hogar: consigues placer y renovación”, “Ofrezco servicios de taxista a cambio de sexo.” En otras palabras, si se necesita un servicio y no puedes –o no quieres– gastar dinero, se puede negociar a través de sexo.
Esta alteración de la prostitución convierte a la sexualidad en una transacción de bienes a favor del poder. Sin embargo no deja de permanecer la incógnita de que si el sexo es una práctica que encarna a Eros, que incluso los indígenas mexicas solían decir que era un regalo de los dioses por todas las desgracias y sufrimientos que surgen en la vida, ¿cómo es que puede menospreciarse y reducirse a un concepto capitalista? Es evidente que ante una crisis, la supervivencia marca una necesidad y que el sexo marca un valor en esfuerzos prácticos; pero, ¿será ésta la mejor manera para vivir y transmitir la experiencia de la sexualidad?