Wang Qingsong brinda una maliciosa impresión de la vida en la contemporánea China a través de sus observaciones acerca de la cultura moderna. Sus fotos, manipuladas digitalmente, reflejan una opinión divertida, aunque seria, sobre los rápidos cambios acaecidos en la sociedad de China. Las diversas consecuencias del desarrollo económico han influenciado notablemente al arte chino contemporáneo. Wang Qingsong utiliza la nueva realidad como inspiración para su obra.
Su lenguaje artístico no es diferente al del movimiento pop chino de mediados de los ´80. Qingsong también incorpora nombres de marcas con características del arte pop, creando un colorido y divertido kitsch, con interesantes observaciones sobre la situación del pueblo chino. Sus trabajos ilustran la actitud de la sociedad en la vida contemporánea. Consciente del influjo de la cultura consumista y el materialismo creciente, Qingsong intenta registrar en su fotografía las escenas producidas por esta nueva situación. Otro aspecto de su trabajo es el uso de autorretratos como iconos cuestionadores de la dirección que está tomando la sociedad, combinando para ello las tradiciones con los elementos cotidianos de la actual sociedad china.
En Requesting Buddha No.1, convierte la imaginería budista tradicional en una imagen pop contemporánea. Sentado en un trono de Coca-Cola, las manos del artista-Bodhisattva sostienen cigarrillos Marlboro, rollos de Kodak, dinero, oro y cds. La influencia del pop art norteamericano, la sociedad de consumo, y la cultura de masas son claras, pero los fuertes iconos específicamente culturales y los sentimientos nacionalistas que utiliza nos ofrecen todo una declaración sobre la China de hoy. Retratándose como un Bodhisattva de mil brazos sosteniendo productos estandartes del consumo, Wang Qingsong recurre a la coexistencia del pasado y el presente, del arte y la cultura tradicional y popular.
También se retrata como una figura budista en The Thinker, esta vez con un aura de vacuidad meditativa. La ironía es patente cuando vemos el logotipo de McDonald actuando como un blasón en su pecho. Aquí, Wang Qingsong yuxtapone con habilidad los iconos religiosos del pasado con nombres comerciales y populares de occidente. Las ideas filosóficas del budismo se combinan con el reconocido logo de McDonald. Sus trabajos demuestran así el rápido crecimiento de la sociedad de consumo, como también la influencia estética y material de la cultura occidental, la cual comienza a ser dominante en China desde los ´80.
Wang Qingsong admite, «Cuando nuestro país antepuso el desarrollo económico a otras políticas nacionales, China cambió y su gente cambió aún más. El eslogan «un cambio al año, un gran cambio en tres años, y una transformación inidentificable en cinco años», demuestran el panorama de la sociedad china contemporánea».
Qingsong muestra audazmente este hecho en imágenes, enfrentando la tradición a la modernidad, la ficción a la realidad, y el deseo a la necesidad. Catcher (1998), ilustra la fusión de occidente y la nueva realidad de la sociedad china, junto con la referencia de la imaginería cristiana. Wang Qingsong imprime a este trabajo una brusca ironía proponiendo una crucifixión sobre una cruz hecha de latas de Coca Cola, con mariposas multicolores volando alrededor de la figura de Cristo -Wang Qingsong-, ante una bella puesta de sol.
Con una profunda conciencia de los cambios sociales experimentados por China, Wang Qingsong enfrenta estas ideas y las mezcla con la cultura popular, creando trabajos que obligan al espectador a cuestionarse lo que pasa en la sociedad china actual. El deseo de China de modernizarse no solo afecta a la economía, sino también y aquí la preocupación del artista- a la identidad cultural del pueblo Chino. Los trabajos de Wang Qingsong ofrecen una mirada singular sobre estos cambios, mirada que propone una fuerte crítica, con tintes satíricos, sobre las consecuencias de la globalización en su país.
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WANG QINGSONG’S photographs are darkly humorous. Staged and absurd, they tend to consider the hollow promises of consumer culture in China. In “Bathhouse” (2000), for example, the artist sits in a pool surrounded by plastic fruit, Coca-Cola bottles and painted ladies, all of whom look terribly bored (pictured below). Later works are both grander and more subtle, such as “Yaochi Fiesta” (2005), a mythical scene of paradise in which scores of nude Chinese look uneasy, even ashamed. With legs crossed and mouths pursed, they appear chagrined by what was meant to be a delicious fantasy. Mr Wang, a Beijing-Bases artist, arranges these scenes in a warehouse-like film studio. Though often amusing, they are more than mere gags. Rather, they often feel like odd group portraits, with plenty of powerful reasons to keep looking beyond the first snigger.
Mr Wang conceded that it is “tricky” to be an artist in China, where “the best student is the best follower”. Like Ai Weiwei, a Chinese artist whose studio was recently demolished by government authorities, Mr Wang suggested that artists are duty-bound to pose questions in the face of China’s cultural uniformity. “We should be suspicious of what is real and what is false,” he said. “We must make our own judgment.”
Indeed, there is a palpable bitterness in Mr Wang’s work, which often features corporate logos and vacant faces. In China, where Mao and his Cultural Revolution destroyed centuries of tradition, the newly prosperous are filling this cultural void with new material pleasures. Mr Wang depicts his unsophisticated countrymen in a thrall to empty, tacky consumerism, embracing McDonald’s and Jack Daniels as signs of progress. He seems to lament not only the vulgar exports of the West but the way Chinese people gobble them up—a relationship he once described as a “mutually beneficial conspiracy”. “When McDonald’s came to China, it opened in the fanciest parts of Beijing, so people assume this is nice cuisine from the West,” Mr Wang recalled. Thousands of people rushed to eat burgers and many still hold swanky parties at the outlets. The artist seems pained by this misunderstanding, admitting that it was only years later that he himself learned that McDonald’s was nothing but a fast-food chain.
Trained as a painter, Mr Wang moved to photography in the mid-1990s, believing it was a better way to document China’s dynamism. “Night Revels of Lao Li” (2000) is Mr Wang’s interpretation of a famous tenth-century scroll painting by Gu Hongzhong. The original, called “Night Revels of Han Xizai”, follows a frustrated court official who resorts to debauchery after he realises his reform efforts are falling on deaf ears. It is a painting that captures the uneasy role of intellectuals in Chinese society. Mr Wang’s contemporary version (detail above) features Li Xianting, a Beijing art critic, who government officials had shoved from his post as editor of an influential magazine. The triptych sees Mr Li surrounded by dowdy concubines and shabby pleasures, little of which seems enviable. “After so many years of Chinese history, I find no change in the destinies of intellectuals in China,” Mr Wang has said of this photograph. “[A]fter the feast is over and the guests are gone, the intellectual is very sad.”
Por Nicky Combs // Traducción de Miguel Gallardo
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