Una de las cuestiones más asombrosas de las matemáticas es que parecen existir en la naturaleza como si embebieran el tejido del universo y los matemático sólo las descubrieran. Así, la famosa motivación de Einstein era «conocer el pensamiento de Dios». Con esto Einstein no se refería a una deidad-persona –del estilo del dios judeocristiano– sino a la inteligencia y el orden mismo del universo que se expresaba en la belleza de las matemáticas. En una entrevista de 1930 publicada en el libro Glimpses of the Great de G. S. Viereck, Einstein explica:
La mente humana, no importa qué tan entrenada esté, no puede abarcar el universo. Estamos en la posición del niño pequeño que entra a una inmensa biblioteca con cientos de libros de diferentes lenguas. El niño sabe que alguien debe de haber escrito esos libros. No sabe cómo o quién. No entiende los idiomas en los que esos libros fueron escritos. El niño percibe un plan definido en el arreglo de los libros, un orden misterioso, el cual no comprende, sólo sospecha. Esa, me parece, es la actitud de la mente humana, incluso la más grande y culta, en torno a Dios. Vemos un universo maravillosamente arreglado, que obedece ciertas leyes, pero apenas entendemos esas leyes. Nuestras mentes limitadas no pueden aprehender la fuerza misteriosa que mueve a las constelaciones. Me fascina el panteísmo de Spinoza, porque él es el primer filósofo que trata al alma y al cuerpo como si fueran uno mismo, no dos cosas separadas.
La idea de que el mundo en el que vivimos es una representación de una realidad más fundamental (las matemáticas) nos viene en Occidente de Platón e incluso de Pitágoras. El filósofo y matemático pitagórico Nicómaco escribió:
Todo lo que por naturaleza ha sido dispuesto en el universo con un método sistemático parece haber sido determinado y ordenado como entero y como parte por la preclaridad de la mente de aquel que creó todas las cosas; ya que ese patrón estaba fijo como un esbozo preliminar, por el dominio del número preexistente en la mente del Dios creador; número conceptual e inmaterial en toda forma, y al mismo tiempo la verdadera y eterna esencia, así que en referencia a él, como a un plan artístico, deben ser creadas todas estas cosas, el tiempo, el movimiento, el cielo, las estrellas y todas las revoluciones.
En tiempos más recientes tenemos el caso del prodigioso matemático indio Srinivasa Aiyangar Ramanujan, cuyos logros en los campos de la teoría de números, las series infinitas y el análisis matemático deslumbraron a sus colegas, especialmente porque Ramanujan fue completamente autodidacta y sostenía que sus conocimientos provenían de estados místicos. Ramanujan murió tempranamente a los 33 años, como una supernova de las matemáticas. Recientemente se ha llevado su historia a una película: The Man Who Knew Infinity. Su frase famosa es: «una ecuación no tiene ningún significado para mí si no expresa un pensamiento de Dios».
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En su estudio de los templos egipcios, René Schwaller de Lubicz entendió que los egipcios desarrollaron una teología matemática basada en el número de oro, phi. Su entendimiento numérico del Génesis sugiere que la Creación es “el paso del Uno al Dos”, o el paso de la unidad a la multiplicidad, en el cual, sin embargo, se mantiene la unidad. Schwaller de Lubicz considera que el mundo creado no es más que la división de la unidad de tal forma que permanezca unitaria en la dualidad; esa división, que es la creación –puesto que todo crece dividiéndose– se ejecuta a través de phi y por lo tanto podemos observar esta proporción en la armonía con la que crece la naturaleza (más sobre la teología faraónica del número aquí).
Aunque esta perspectiva que mezcla las matemáticas con una inteligencia divina podría parecer extraña a la ciencia, en realidad muchos físicos tienen una visión platónica del mundo, la cual nace en gran medida de la incapacidad de explicar cómo puede existir un orden matemático trascendente sin que exprese una inteligencia divina. Por ejemplo, Max Tegmark, un reconocido físico, explica:
El tiempo-espacio es puramente una estructura matemática en el sentido en el que no tiene propiedades que no sean propiedades matemáticas, por ejemplo el número 4, su número de dimensiones. En mi libro Our Mathematical Universe, argumento que no sólo el tiempo-espacio sino toda nuestra realidad externa física es una estructura matemática, lo que por definición es una entidad abstracta inmutable existiendo fuera del tiempo-espacio.
Evidentemente, los físicos actuales son muy cautos al hablar de estas cosas y no mencionan a Dios o lo divino. No obstante, esta noción de que las matemáticas son inmutables y existen más allá del espacio-tiempo no puede explicarse bajo la noción materialista y estocástica que predomina en la ciencia, pues significa necesariamente que existe una inteligencia que no tiene una base material, la cual in-forma al universo, el cual no puede considerarse como un proceso evolutivo aleatorio, sino más bien como la expresión de un principio mental inmaterial. Dios finalmente es sólo un concepto y podemos entender esto sin la necesidad de un concepto de divinidad. Dicho eso, el materialismo es también sólo un concepto y se queda muy corto al comprender la vastedad del universo.