Existen abundantes pruebas científicas de que el alcohol representa una mayor amenaza para tu salud que los psicodélicos.
Los psicodélicos son catalizadores de disidencia intelectual. Dentro de los múltiples absurdos que podemos encontrar en las legislaciones alrededor del mundo, es decir leyes infundamentadas al borde de lo ridículo, el rubro de las «drogas» es uno de los más fértiles.
Más allá de acusar la ridiculez de estas leyes lo que salta a primera vista son los criterios que rigen su elaboración: responden a agendas económicas, políticas o psicosociales que poco tienen que ver con la persecución del bien de la sociedad.
La «guerra contra las drogas» es cuantitativa y cualitativamente indefendible. Si bien esto se pudo presumir desde sus inicios, hoy, a varias décadas de su instauración, la experiencia fáctica así lo demuestra.
En el caso de la prohibición de sustancias psicodélicas lo anterior es evidente. Y la evidencia se intensifica cuando contrastamos la naturaleza y efectos sociales de estas sustancias con, por ejemplo, el consumo de alcohol –y su industria multimillonaria.
Desde hace tiempo un creciente sector de la ciencia médica se ha propuesto desmitificar la satanización de los psicodélicos, abogando por la eficiencia terapéutica de dichas sustancias. Y para sumar evidencia a esta cruzada, un estudio reciente del Consejo de Investigación de Noruega determinó que los psicodélicos no producen problemas mentales o están asociados a tendencias suicidas –uno de los principales argumentos en contra de su consumo.
Los investigadores analizaron el caso de 130 mil adultos y hallaron evidencia de que «el uso de psicodélicos es un factor independiente de riesgo para generar problemas de salud mental». La investigación concluye con una tajante aseveración: «es difícil entender que la prohibición de psicodélicos se justifique como una medida de salud pública».
Del otro lado podríamos citar, entre muchas otras evidencias, la afirmación registrada en la US National Library of Medicine, que resulta de diversas investigaciones:
«El abuso de alcohol podría conducir a tendencias suicidas mediante la desinhibición, impulsividad y falta de juicio, además de utilizarse como un vehículo para facilitar la angustia asociada al acto de cometer suicidio».
Evidentemente no proponemos que se prohiba el alcohol, y tampoco queremos desestimar la intensidad de las experiencias psicodélicas, pero en cambio queremos cuestionar cuáles son los criterios para prohibir una sustancia por sobre otra, y acusar un cierto sinsentido en las políticas prohibicionistas.
Todo apunta, como ya lo mencionamos, a que dichos criterios no persiguen el bien de la sociedad, sino agendas comerciales y políticas. A fin de cuentas recordemos que, como bien apuntaba Terence McKenna, los psicodélicos son «catalizadores de disidencia intelectual«, algo que seguramente ha incomodado históricamente a los tomadores de decisiones.