En la obra Gyotaku del artista Jaume Salvadiego, convergen con delicadeza arqueológica el gesto ritual, la ciencia natural y la poesía visual. A partir de una técnica nacida en el Japón del periodo Edo, Salvadiego despliega una propuesta que trasciende la mera reproducción del mundo natural para inscribirse en los intersticios entre vida y memoria, entre arte y ofrenda. El término “gyotaku”, formado por gyo (pez) y taku (frotar o imprimir), alude a una antigua práctica japonesa que los pescadores empleaban no solo para registrar con precisión sus capturas, sino también como forma de tributo al mar. Salvadiego retoma esta técnica con una sensibilidad contemporánea, no para documentar, sino para poetizar la imagen como vestigio, como huella que celebra lo efímero.
El gesto primigenio del gyotaku tiene algo de conjuro silencioso. El pez, aún con el hálito reciente de la muerte, es preparado con sumo cuidado: se extienden sus aletas como si fueran alas, se abre su boca como si aún contuviera un último secreto marino, y se cubre con un lienzo de arroz a modo de mortaja. La tinta, sumi-e —pigmento de origen vegetal con cualidades simbólicas de pureza y transmutación espiritual—, se convierte aquí en instrumento de preservación, pero también de liberación. Es un modo de otorgar a la criatura un segundo destino, un tránsito del cuerpo a la imagen, del alimento al símbolo.

La obra de Salvadiego no es solo una recuperación técnica, sino una relectura estética y filosófica de una práctica ancestral.
El artista se sitúa como médium entre el animal y el espectador, trasladando a un lenguaje visual silencioso la voz callada del mar. Cada impresión deviene testimonio de un ser que fue, y que ahora perdura en el plano bidimensional con una dignidad casi sagrada. El pez no es ya objeto de consumo, sino sujeto de contemplación, de recogimiento. En un tiempo marcado por la voracidad, este acto de pausa, de lentitud, de observación respetuosa, se vuelve radicalmente necesario.
En este contexto, el gyotaku trasciende su origen funcional para convertirse en una forma de memento mori marino. Cada estampa es al mismo tiempo una biografía y un epitafio, una forma de detener el tiempo y devolverle al pez su historia particular. La decisión de incluir, como en la tradición japonesa, anotaciones sobre el lugar, la fecha, e incluso versos de agradecimiento, vincula el acto artístico con el ritual, con lo espiritual. Así, se produce una alquimia entre lo documental y lo simbólico, entre lo científico y lo místico. El mar no es solo entorno o proveedor, sino una deidad laica a la que se honra con tinta y papel.

‘Gyotaku’ por Jaume Salvadiego plantea también una reflexión sobre la materialidad del arte.
El uso de soportes tradicionales —papel de arroz, tinta sumi— introduce una dimensión táctil y sensorial que interpela al espectador desde lo orgánico. En un mundo saturado de imágenes digitales, donde lo visual ha perdido su densidad material, la propuesta del gyotaku reintroduce la importancia del contacto directo, del rastro físico. Cada pliegue del papel, cada borde imperfecto de tinta, nos habla no solo del pez, sino del artista, de su respiración, de su pulso, de su devoción por el detalle.
La elección de Salvadiego de revivir esta técnica no es un gesto arqueológico sino profundamente actual. En un presente que enfrenta la crisis ecológica y la extinción masiva de especies marinas, Gyotaku actúa como un archivo de lo perecedero. Es memoria impresa, protesta silente, plegaria laica. No solo representa al pez, sino que lo rescata de la invisibilidad, lo devuelve al centro de una mirada cuidadosa, compasiva. El arte, aquí, no es ornamento, sino resistencia ética y estética.
Gyotaku es, en última instancia, una elegía. Pero no una elegía triste, sino una que honra. En cada impresión, en cada silueta detenida entre el negro de la tinta y la blancura del papel, Salvadiego nos recuerda que la belleza puede ser un acto de gratitud, que el arte puede ser un modo de decir “gracias” a aquello que nos nutre y se va. Y que en esa despedida, tal vez, esté contenida una forma de salvación.
‘Gyotaku’ por Jaume Salvadiego. Por Rose Sioux.