SUS ÁCIDOS FUERON TAN BUENOS QUE JOHN LENNON ALGUNA VEZ LE SOLICITÓ UNA DOSIS VITALICIA PARA JAMÁS TENER QUE VOLVER A CONSUMIR OTRO TIPO DE LSD
Cada cierto tiempo el mundo necesita procrear episodios contraculturales que impulsen a la reflexión de la condición humana. El salto del pensamiento a la acción, se vuelve indispensable cuando existe un detonante que libere la tensión catártica de la sociedad de época. Una guerra, una sustancia psicodélica o un hombre millonario con fuerza de voluntad son buenos ejemplos. Como podrás intuir, el LSD fue el principal detotante de los años 60’s pero, quien se encargó de dibujar sobre la Tierra el camino que llevaría a la humanidad hasta el punto del éxtasis desconocido, fue Augustus Owsley Stanley III, alías “Bear”, o el héroe underground que fabricó los mejores ácidos de la época.
Este químico, ingeniero de sonido, dealer y millonario, pasó buena parte de su vida suministrando dietilamida de ácido lisérgico (LSD-25) puro a prácticamente toda América y poco más, cuando la sustancia era todavía desconocida por las leyes. Albert Hoffmann, quien sintetizó por primera vez LSD en 1938 y navegó el primer viaje ácido en la historia, supuestamente advirtió que Owsley «fue el único que consiguió el proceso de cristalización” adecuado, ya que la creación de éste, según Hoffmann, es bastante difícil de conseguir.
Owsley fue un hombre inquieto y multifacético: fue expulsado de la escuela militar por haber sido descubierto en estado de ebriedad; estudio ballet, actuación y ruso, y se unió a la Fuerza Aérea para aprender sistemas electrónicos de radar. Cursó una carrera de ingeniería durante un año en la Universidad de Berkeley y ahí se convirtió en un portentoso químico, luego de probar su primer ácido y encontrarse entre los pasillos de la biblioteca con la receta química para elaborar LSD-25.
Con esta revelación, Augustus Owsley Stanley III dejó de llamarse tal para adoptar el apodo de Bear o simplemente Owsley –una palabra que por cierto encuentras en los diccionarios de juerga callejera norteamericana refiriendo a un “buen ácido”.
Se dice que el famoso Bear se encargó de propagar las municiones psicotrópicas de Ken Kesey y los Marry Pranksters en el campamento de La Honda, en California. Moduló también los viajes sensoriales de los famosos Acid-Test, las fiestas psicodélicas donde por primera vez se mostraron las proyecciones de mixed-media; luces estroboscópicas, cintas, luz negra y la presentación de bandas de rock psicodélico en un mismo punto. A propósito de la música, los ácidos del gran Bear estuvieron presentes como catalizador de la inspiración de músicos como Jimi Hendrix, Jefferson Airplane, The Mother of Invention, The Grateful Dead –a quienes por cierto, les fabricó buena parte de su sonido experimentando con un montón de equipo nuevo– The Beatles, especialmente en la etapa de Sgt. Pepper’s y Magical Mistry Tour, y otro centenar de bandas.
De este fascinante encuentro, entre arte psicodélico y la tecnología como una extensión del cuerpo y la consciencia humana, surge la arriesgada afirmación de que Owsley, además de talentoso dealer, es el probable responsable de la creación de los años 60’s como hoy se recuerdan: un escenario hibridoso y de colores digitales, donde proliferó la creatividad y las voluntades dispuestas a ser humanas.
La profética “compañía” de Owsley llegó a producir 1.25 millones de dosis tan solo entre 1965 y 1967. El hombre que hizo posible aquella masiva expansión de conciencia murió en 2011, a sus 72 años, en el paradójico anonimato de la modernidad. Si bien su nombre es poco resonado entre las generaciones actuales, la sola pronunciación de “Owsley” no dejará de simbolizar, a ciencia cierta, una de las evoluciones más importantes que hemos conseguido como humanidad: la contracultura.