ALLEN GINSBERG LLEGA AL CENTRO DIAMANTE DE LA EXISTENCIA EN ESTE TEXTO
Allen Ginsberg fue un poeta de la generación beat que experimentó con diferentes sustancias e ideas, desde el LSD al budismo (siendo él mismo judío). Si bien su poesía tiene una veta mística y hasta activista (Ginsberg fue uno de los líderes en el movimiento en contra de la guerra de Vietnam, propugnó a favor de los derechos de los homosexuales e incluso denunció a la CIA por vender drogas), al final de cuentas, Ginsberg fue un poeta del amor y de sus múltiples manifestaciones, del erotismo, del amor fou, de la compasión, de la transgresión y del éxtasis. Si algunos han considerado a Ginsberg un poeta visionario, un poeta de místico (heredero de Blake), no se equivocan, pero su misticismo está siempre basado en el cuerpo, el cuerpo es el único terreno donde se puede encontrar lo numinoso y lo trascendente.
El siguiente poema es una muestra de cómo Ginsberg redujo o, mejor dicho, llevó a su esencia toda la cuita existencial, toda la profundidad filosófica, todo la condición humana al amor. Esto puede parecer evidente, un lugar común, y sin embargo, este poema es desgarrador por su suprema sencillez, por enunciar crudamente la verdad del alma y llegar, tejiendo todo un clímax emocional, al centro diamante de la vida.
CANCIÓN
El peso del mundo
es amor.
Bajo el fardo
de soledad,
bajo el fardo
de insatisfacción
el peso,
el peso que llevamos
es amor.
¿Quién puede negarlo?
En sueños
tienta
al cuerpo,
en mente
hace
el milagro,
en la imaginación
angustia
hasta nacer
en lo humano –
del corazón se asoma
ardiendo con pureza-
pues el fardo de la vida
es amor,
pero cargamos el peso
con fatiga,
y es preciso reposar
en los brazos del amor
por fin,
debemos reposar en los brazos
del amor.
No hay sosiego
sin amor,
no se duerme
sin sueños
de amor –
sea frío o demencial
obsesionado con ángeles
o máquinas,
el deseo final
es amor
– no puede ser amargo,
no puede negarse,
no puede impedirse
negándolo:
el peso es muy grande,
– debe darse
para no volver
como el pensamiento
hay que darlo
en soledad
con toda la excelencia
de su exceso.
Los cálidos cuerpos
brillan juntos
en la oscuridad
la mano avanza
hacia el centro
de la carne,
la piel tiembla
de felicidad
y el alma llena de placer
llega hasta el ojo –
sí, sí,
eso es lo que
yo quise,
siempre quise,
siempre quise,
regresar
al cuerpo
donde nací.