Para algunos una grotesca reinterpretación del cuerpo y para otros, en cambio, un elegante acercamiento a la transmutación de la forma; lo cierto es que es casi imposible practicar la indiferencia frente a la obra de Berlinde De Bruyckere.
Pero más allá de la seducción amorfa que generan sus figuras, esta artista belga utiliza otro recurso para reforzar su retórica experimental en torno a la proyección de un cuerpo: la eliminación del rostro. Y es que la ausencia de una identidad facial, en combinación con una interpretación del cuerpo como una entidad que representa la permanente lucha entre la forma y la abstracción, terminan por dotar el discurso de De Bruyckere con una naturaleza expresiva que se torna ineludible: una especie de paraíso imperfecto que te orilla a asumir el plano material, el mundo de lo físico, como algo palpablemente relativo. Existe un tercer elemento que reafirma la exploración cuasi-anatómica de De Bruyckere: la asexualidad. A lo largo del último siglo la sociedad (al menos entendida desde el estándar occidental) se ha caracterizado, entre otras cosas, por un abuso en su relación con el mundo de la materia, dinámica a la cual en un plano físico podría adjudicársele la figura del cuerpo como un estandarte. Y el eco conceptual de esta interacción es la identidad, la cual depende en buena medida de la diferenciación física, corporal, que nos distingue. Y tal vez por eso, al jugar con la expectativa que tenemos de un cuerpo, distorsionándolo, aunado a la eliminación de dos pilares alrededor de nuestro concepto de identidad, los órganos sexuales y el rostro, el resultado es una cruda invitación a observar nuestra inédita desnudez y, sobretodo, a replantear el diseño de nuestra autoconciencia.
ENG: Is religious art compatible with today’s post-modern and cynical attitudes? Very rarely does one see contemporary artwork infused with the sublime: that characteristic that makes you feel as if there really is something beyond the physical self, something more permanent. Berlinde De Bruyckere’s sculptures are indeed imbued with that quality they combine awe and anxiety to bring you closer to something akin to spiritual upliftment.
Berlinde’s search for truth, however, is not answered with a revelation about God, but rather it is a Kierkegaardian process, filled with pain, anguish, and doubt a representation of the human condition. Her figures are fragments of bodies, some contorted, some graceful, all immensely beautiful. They allude to the horrors that have occurred in recent times, but reveal the universal reality of suffering through the ages.
Berlinde De Bruyckere’s work is arresting and disturbing, but it also combines the dark with the light to bring forth the duality of our condition. It is comforting to know that the great existential themes of the modernist period are still being explored, but with a contemporary touch, thus connecting our indifferent times with the impassioned ones of the first part of the 20th century. It is also this bridge between the now and the then that makes Berlinde’s work so saturated with spiritual wonder, the same feeling elicited by the Old Masters’ depictions of man’s fate as rendered in their paintings of Jesus.