En 1986, después del fracaso comercial de dune y la correspondiente pérdida del favor de las multinacionales, linch decidió volver a su mundo. Quería algo “suyo”, algo que le reflejara de nuevo su mundo interior, algo que sirviera de puerta trasera por la que dejar escapar su “Yo” más sincero. Blue Velvet (1986) fue el fruto. Un thriller oscuro, decadente y siniestro; la antesala de todo, el recibidor de la gran casa del terror que, a partir de este momento, Lynch empezaría a diseñar, a contruir pieza a pieza… como un monumento a la vida. No a la nuestra, a la del dia a dia, sinó a aquella que emerge cuando nos dejamos llevar, cuando no somos nosotros o, quién sabe, cuando realmente lo somos.
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¿QUÉ OCURRE CUANDO PERDEMOS EL CONTROL?, ¿CUÁNDO NUESTRA RUTINA Y SEGURIDAD SE VEN ZARANDEADAS POR LO DESCONOCIDO, POR LA CASUALIDAD?, ¿QUÉ PASA CUANDO NOS ENAMORAMOS?
La dirección que habíamos tomado puede cambiar en un instante, lo que somos y tenemos deja de tener sentido, carece de importància cuando el mal se nos antoja parte del de nosotros, un reverso que descubrimos por mera casualidad y nos damos cuenta de que siempre ha estado ahí, y lo que es aún peor; que siempre estará.
En Blue Velvet es cuando Lynch empieza realmente a profundizar en el mal. Posiblemente Frank Booth, interpetado de maravilla por Denis Hopper, sea el personaje más malvado, enfermo y degenerado del universo Lynch. En este film se nos muestra lo que después será una constante: traumas, cortinas de terciopelo como antesala del infierno, vouyerismo, esquizofrenia y bipolaridad, perros jugando con la muerte, personajes con rostro de fantasma. Un verdadero género en sí mismo (en el fondo y en la forma).Tode esto empieza a desangrarse aquí: las relaciones insanas, el sexo como moneda de cambio, el sadismo, los night clubs y la mafia, contrastan con el pueblo tranquilo y apacible, el romanticismo al más puro estilo Hollywood, la inocencia, el primer amor, el instituto y el “Romeo y Julieta” a la americana. Unos ingredientes que pocos han sabido mezclar tan bién.
No deja de ser un cuento de hadas. Un cuento que culminaría con Wild at heart (1990). Sus alusiones a “El mago de Oz” son directas, si bien en Blue Velvet ya la protagonista se llamaba Dorothy, es aquí cuando aparece todo el séquito de personajes y referencias constantes. Supone otra vuelta de tuerca a la historia de amor imposible, adolescente y perseguida. Como en el anterior filme el amor vence al mal, cosa que diferencia a Lynch de Shakespeare y sus famosos amantes de Verona en estas dos ocasiones. Dicho mal está encarnado esta vez por Bobby Peru, que si no tan malvado y degenerado como Booth, si que es mucho más llamativo y freak a la par que patético.
La pareja protagonista está formada por Laura Dern y Nicolas Cage. La primera ya había aparecido en Blue Velvet y el segundo todavia era una estrella emergente que sabía elegir papeles como los de “Cotton Club” y “Peggy Sue se casó” ambas de Coppola y que aún tenía que estrenar “Arizona Baby” de los hermanos Cohen. También repiten con Lynch Isabella Rossellini (Dorothy en “Blue Velvet”), Jack Nance (Protagonista de “Eraserhead” y secundario en Twin Peaks, Dune y Lost Highway), Dean Stanton (Twin Peaks: fire walk with me, Straight story, Inland Empire). El papel más inquietante y sobrecogedor es el de Dianne Ladd, que es la madre de Lula (Laura Dern) dentro y fuera de la pantalla. Ladd da vida a una siniestra madre sobreprotectora, enfermiza y alcohólica; Un papel que borda.
Pero los guiños al Shakespeare, los cuentos de hadas y los finales felices terminan con Lost Highway (1996). La película más aterradora inquietante e intelectualmente violenta de Lynch. Lo que hace a Carretera perdida un film tan interesante y una de las piezas fundamentales del cine moderno es que conecta géneros y subgéneros en una obra en la que culmina, por fin, todo lo que el director había estado esbozando hasta el momento. La película juega con el tiempo y el espacio, no se sabe en que plano estamos al ver a uno y otro protagonista, compartir momentos en una dimensión, para después trasladarnos a otra distinta, digamos onírica o fantasmagórica. La esquizofrenia, la doble personalidad, la idealización del amor así como la decadencia del mismo, el sexo, la violencia y los laberintos emocionales y psicológicos cobran aquí una especial magnitud al ser reflejadas por las siniestras artes de un Lynch totalmente deshinibido e inspirado, un autor que ha llegado a la madurez de su propia locura y a la perfecta comprensión de que todos debemos convivir con los demonios a los que no podemos desterrar.
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Sin vencedores ni vencidos, en Lost Highway lo que sobresale es ese pulso para mantenernos en los límites de la cordura, interactuando en dos niveles distintos y movidos por las mas simples necesidades humanas al mismo tiempo que nuestra tremenda complejidad racional nos hace perder la perspectiva.
Después de un descanso que es lo que venía a suponer The straight story la inquietante e incombustible psyche de Lynch, el director nos brindó la culminación de ese universo que son Mulholland Dr. (2001) e Inland Empire (2006). Pero ésto es otra historia….
Por Joan Canals i Gil