Roberson Rey: «Como el tiempo perdido«. Bien pueden ilustrar estos dibujos lo que escribo. Tiernos recuerdos inconexos. . Imágenes con cerveza o café. Con sueño y excitación. Las muescas que deja la vida en un papel y la esperanza de un mañana azul. Así ha sido hasta hoy mi despertar y mi trabajo, ajeno al mundo viral y reconocido».
He perdido el tiempo. Miraba tras la verja aquellas golondrinas que habitaban tu fachada rosa. Mirando cómo entraban, cómo salían, con la boca abierta sin percatarme del paso de ese tiempo. Supongo que para verte tenía que cerrar los ojos, y escuchar el silencio. Mientras tú llegabas yo dejé pasar mis días en blanco.
Y así pasó un tiempo tierno. El que tardabas en recogerte una coleta con la goma del pelo entre los dientes. El tiempo que dura el título de un libro o el nombre de un músico escrito en la servilleta de algún bar. El espacio de tiempo de regreso del estudio a casa, justo para cenar juntos.
Así seguía perdiendo mi único tiempo, construyendo castillos de naipes mientras dormitabas o hablabas por teléfono desnuda encima de la cama. En las tardes de júbilo, en aquella casa chica, llena de luz y motas lumínicas de polvo. Llegué a descifrar los segundos que tardábamos en un beso, y el tiempo de fumar un cigarrillo cuando no había nadie a quien besar.
Perdí tanto el tiempo que expuse mis dibujos por toda la ciudad, dibujos rojos y hambrientos. Tú volvías de tus clases de canto y nos daba tiempo de perderlo un poco más. Escuchando discos y cortándonos el pelo. Largo como el tiempo perdido.
Salté del tejado y como un gato caí fino y airoso. Es el arte innato de los balas perdidas, la osadía para expresar un sentimiento pasajero de la forma más fácil. Como un tajo limpio que chorrea a borbotones dejándolo correr todo, sin más propósito que vencer al miedo. Así te amé, y así amaba todo lo que hacía, con vehemencia. Recopilando todos los amaneceres para forrar el cielo.
Ese cielo que inundó la casa. Llena de papel, de recortes, de botes de pintura y pinceles despeinados. De tus periódicos viejos. Leías en la cama erguida, con la cortina a tu espalda dibujando una figura oscura. Y recitabas poemas, siempre poemas, inéditos, minúsculos.
Tu hilo de plata que desembocaba en un mar de tinta negra, de letras atómicas y tipografías couché. Allí donde te fustigabas vanidosa y creabas un universo blanco con sólo una palabra. Mientras, nos fotografiábamos desnudos, desvanecidos en espirales peludas y voluptuosas, como esculturas de Rodin. Mostrando al mundo el amor, el cuerpo y la carne.
Las manos como candados y los brazos como maromas. Abrazos sobre el colchón y lámparas apagadas por el suelo. Fotos que nunca nadie veía. Yo disfrutaba de una identidad digna y labrada, mientras tú sufrías por encontrarla. Menester que nos ocupaba las horas creando personajes que habitaban mansiones en ruinas.
Quizás no supimos encontrarnos aunque nos reconocimos el uno en el otro. Las órbitas son caprichosas y el espacio enorme cuando una estrella se apagaba para que brille otra. Pero ese juego fue desapareciendo. No hacía falta brillar hasta consumirse, sólo bastaba con trabajar duro, y seguir trabajando. Después todo era más fácil.
Nos despojábamos del traje, del ego, del arte que harta y nos fundíamos en la más pura y cómica realidad, repleta de gestos vulgares y amorosos. Comiendo con las manos y follando en las terrazas. Hasta saciar la vida.
Y es abril, y es primavera, y es correr por la playa, y escuchar Around Town de The Kooks, y crecer como el pelo crece selvático en abril. Y mirar al mar y observar a los primeros bañistas en ropa interior, al sol sus bragas y al aire sus camisas. Y dibujar, comprar papel de estraza, lápices y tintas, madera y polvo. Y pensar qué hacer ahora que eres otro y no el mismo de ayer.
Qué divertido es, qué apetecible suena, dejar atrás la piel muerta y abandonar los zapatos viejos, que no pintan tan atractivos aunque por viajeros cuenten historias y otras hazañas. Atrás quedarán el invierno, el fuego y sus cenizas. La duda, el vértigo y la espera. Los mensajes sin responder, las despedidas sin adiós y las páginas que no escribiste y que pasaste sabiendo por qué.
La celda y el saco, las hermanas nube y noche, las dos negras sin retorno ni abrazo, sin encima ni debajo. El miedo a perderse mirando al techo, y rezar por los que me tuvieron y ya no están. Y es abril, y es su compañía, y su vaivén. Es tener en quien pensar y volver a pasar de todo cuando nada pasa y nadie va más allá. Y paso a paso, planeta a planeta llegar donde queremos llegar.
La cima que se divisa a lo lejos, esa quimera, Lejana es su nombre, recia y hermosa. Y en su cara norte más fría, un desafío, el de seguir aquí por mucho tiempo. Como una garrapata aferrada a la vida, al minúsculo milagro de escucharte reír y respirar profundamente hasta el alba. Y es abril, abril, abril, y nieva
Roberson Rey: Como el tiempo perdido. Por Roberson