David Lynch, Montana (1946) empezó como estudiante en diversas escuelas de bellas artes. Su pasión por el cine, mejor dicho por hacer cine, le vino, según cuenta el propio Lynch, un dia delante de un cuadro cuando creyó ver en él algo que se movía. Desde entonces busca en su filmografía ese momento en un cuadro o esa imagen fija en un plano secuencia.
Su obra es una gran exposición que podemos recorrer en dos direcciones, pararnos o recrearnos en paisajes coloristas de belleza y ternura inigualables o sumergirnos en pantanos de caótica ensoñación, mundos oníricos y realidades paralelas. Rojos y blanco y negro, cortinas que nos enseñan, sin dejarnos entrar, un infierno personal, un miedo insano a la naturaleza humana, un pánico terrible a nosotros mismos, a averiguar donde llegaríamos sin convencionalismos sociales, si estuviéramos a merced de nuestra naturaleza salvaje.
En su primer film “eraserhead”(1976), Lynch ya nos muestra este mundo suyo en un pulcro blanco y negro. Un mundo siniestro, encarnado en un bebé prematuro y deforme hijo no deseado de un chico callado y acongojado por la mutación y la amenaza de su propio yo; degenerado, malformado y voraz. Una alegoría al agobio y a la falta de comunicación, una canción de cuna para mentes desordenadas y un laberinto emocional para el incomprendido y asustado Jack Nance que se ve acosado y oprimido por su propia responsabilidad. Un cruce entre Kafka y Buñuel que le supuso a su joven director el reconocimiento como un emergente valor creativo, fresco y original.
Este mismo blanco y negro es el que usaría en “The elephant man” (1980) su segunda película. Una historia real que él adapta a la perfección a su ya bien definido universo personal. Una historia ambientada en el Londres victoriano que Lynch es capaz de convertir en actual o incluso atemporal. John Merrick es una atracción de circo que se nos antoja como alguien sofisticado, culto, elegante e inteligente. Es acogido y ospiciado por el doctor Treves y su esposa que lo sacan del mundo de abusos y farándula y del escarnio público. La paradoja, sin embargo, es que sigue siendo una atracción ahora para la alta sociedad, como el mismo recrimina a la Sra Motherhead en un momento sublime del film. En un dramático y emotivo final descubrimos al Lynch más sensible y empático, talentoso y personal.
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Agrumento y trama afines la mundo Lynch. Esto es lo que él ve cuando llega a sus manos el proyecto de “Dune”(1984). Una novela entre la fantasía, la ciencia ficción y el cuento de hadas. Que Lynch adopta y adapta a la perfección, recalificándolo y apropiándose de su mensaje. Reescribiendo el guión hasta seis veces, volcándose en un proyecto de titánicas proporciones, Lynch ofrece al mundo una magistral muestra de talento aunando ficción, fantasía, surrealismo y retrato psicológico. Una mezcla que, junto a la duración del metraje, no gusto demasiado a la industria de Hollywood de mediados de los ochenta, pero que hoy, treinta años después se reivindica como una obra maestra de un sinfín de géneros. Trabaja por primera vez con su actor fetiche Kyle Maclachlan. El actor aporta una serenidad perfecta al protagonista Paul Atreides y la fuerza y juventud necesarias para encarnar al héroe y dotarlo de intensidad.
Con esta película Lynch termina, según los expertos, una peculiar trilogía de la fuerza y la luz, del positivismo y sensibilidad que aportan sus tres protagonistas: Henry Spencer, John Merrick y Paul Atreides. Es una mezcla de brillo y tinieblas donde prima, sin embargo, la claridad de personajes puros, immaculados e inocentes enfrentados a un mundo difícil y cruel del que no quieren formar parte. Nada tiene que ver con la segunda parte de su producción en la que nos deja otra trilogía oscura y siniestra, centrada en el descalabro de la mente humana y en la perdida de toda dirección y destino. Esta trilogía es la formada por “Blue Velvet”(1986), “Wild at heart”(1990) y “Lost highway”(1996)… pero ésto es otra historia. (To be continued)
Por Joan Canals i Gil // www.davidlynch.es