Después de su experiencia trascendente con mescalina el escritor estadounidense Aldous Huxley escribió un ensayo titulado “Drogas que moldean la mente de los hombres”, publicado originalmente en The Saturday Evening Post y eventualmente incluido en Moksha: Aldous Huxley’s Classic Writings on Psychedelics and the Visionary Experience, una selección de ficción, ensayos y cartas de Huxley. El nombre del título es una palabra sánscrita que se emplea para decir «liberación».
En este ensayo, como en otros escritos sobre drogas, Huxley considera los dones y limitaciones de nuestra conciencia de vigilia, nuestra búsqueda universal de la trascendencia y la interacción de las drogas y la democracia:
Toda religión plenamente desenvuelta existe simultáneamente en varios niveles diferentes. Ella existe como un conjunto de conceptos abstractos sobre el mundo y su gobierno. Existe como un conjunto de ritos y sacramentos, como un método tradicional de manipulación de símbolos, por medio de los cuales se expresan creencias sobre el orden cósmico. Existe como los sentimientos de amor, miedo y devoción evocados por esa manipulación simbólica.
Y finalmente ella existe como un tipo especial de sensación o intuición –una sensación de unidad de todas las cosas en su principio divino, una constatación de que (para usar una palabra de la teología hindú) “tú eres Eso”, una experiencia mística de lo que parece ser, por experiencia propia, la unión con Dios.
Huxley comienza considerando por qué la religión no es más ni menos que un intento de codificar a través del simbolismo nuestro anhelo por lo que Jack Kerouac llamó «la eternidad de oro» y lo que Alan Lightman describió en su encuentro con las águilas pescadoras: un sentimiento de íntima conexión con el universo, con algo más grande que nosotros mismos:
La conciencia normal es un estado de espíritu muy útil y, en la mayoría de las ocasiones, indispensable; pero no es, de modo alguno, la única forma de conciencia, ni la mejor en todas las circunstancias. En la medida en que trasciende su yo ordinario y su modo de conciencia común, lo místico es capaz de aumentar su visión, mirar más profundamente en el insondable milagro de la existencia.
La experiencia mística es doblemente valiosa; es valiosa porque da a quien la experimenta una comprensión mejor de sí mismo y del mundo, y porque puede ayudarlo a llevar una vida menos egocéntrica y más creativa. Huxley hace eco de lamento de Mark Twain sobre la religión y el egoísmo humano, examinando la autoconciencia en el centro de la adoración:
Nos amamos al punto de la idolatría, pero también nos detestamos intensamente –nos encontramos indeciblemente aburridos. Relacionado a ese desagrado para con nuestros yoes idolatradamente venerados, hay en todos nosotros un deseo, a veces latente, a veces consciente y apasionadamente expresado, de escapar de la prisión de nuestra individualidad, un impulso, impulso de la autotrascendencia. Es a este impulso al que le debemos la teología mística, los ejercicios espirituales y el yoga –a él, también, debemos el alcoholismo y la dependencia a las drogas. Huxley analiza cómo las drogas han tratado de abordar esta necesidad humana y la interacción de esos intentos con la religión:
La farmacología moderna ha producido una gran cantidad de nuevos sintéticos, pero en el campo de las drogas alteradoras de la mente que son encontradas en la naturaleza ella no hecho descubrimientos radicales. Todos los sedantes, estimulantes, productores de visiones, promotores de la felicidad y despertadores de la conciencia cósmica, todos ellos botánicos, fueron descubiertos hace miles de años, antes del albor de la Historia.
En muchas sociedades, en varios niveles de civilización, fueron realizadas tentativas para fundir la intoxicación por droga con la intoxicación-por-Dios. En la antigua Grecia, por ejemplo, el alcohol etílico tenía su lugar en la religión establecida. Dionisio, o Baco, como era llamado con frecuencia, era una verdadera divinidad. Sus devotos se dirigían a él como Lusias, “Libertador”, o como Theoinos, “Vino de Dios”. Este último une el jugo de la uva fermentada y lo sobrenatural en una única experiencia pentecostal. Eurípides escribe: “Nacido dios, Baco es vertido como libación a los dioses, y a través de él los hombres reciben el bien”. Infelizmente ellos también recibían el mal. La experiencia agradable de autotrascendencia que el alcohol hace posible tiene que ser pagada, y el precio es exorbitantemente alto.
Huxley argumenta que, si bien la solución intuitiva parece ser la de hacer cumplir la prohibición completa de sustancias que alteran la mente, esto tiende a ser contraproducente y «crear más males que curas»:
Los efectos del peyote pueden ser duplicados por la mescalina sintética y por el LSD (ácido lisérgico dietilamido), un derivado del cornezuelo del centeno. Eficiente en dosis increiblemente pequeñas, el LSD está siendo ahora usado experimentalmente por psicoterapeutas en Europa, en América del Sur, en Canadá y en Estados Unidos. Ello reduce la barrera entre lo consciente y lo subconsciente, y permite que el paciente vea con más profundidad y comprensión los recesos de su propia mente. La profundización del autoconocimiento se lleva a cabo frente a un telón de fondo de la experiencia visionaria e incluso mística.
Cuando son administrados en un cierto tipo de ambiente psicológico, estos alteradores de la mente químicos vuelven posible una experiencia religiosa genuina. Así, una persona que toma LSD o mescalina puede súbitamente comprender –no sólo intelectualmente, sino de manera orgánica, por experiencia– el significado de las declaraciones religiosas de la talla de «Dios es amor» o «Aunque Él me extermina, aún así confío en Él”.
Se pregunta si sería incluso posible «producir individuos superiores por medios bioquímicos»; Huxley apunta a un experimento que los investigadores soviéticos emprendieron en 1956, un plan de 5 años para desarrollar «sustancias farmacológicas que normalizan la actividad nerviosa superior y aumentan la capacidad humana para el trabajo», en otras palabras, energizantes psíquicos. Más bien, irónicamente, dado el contexto de la historia geopolítica posterior de los déspotas, de Putin a Yanukovich, Huxley considera los frutos de estos experimentos una garantía contra el despotismo. Se puede considerar a Huxley como un loco o como un visionario, los cierto es que muchas de las cosas que él experimentó y escribió aún siguen haciendo mella. Varias cosas han cambiado con el tiempo, más drogas, que seguramente hubiera gustado de probar, aparecen día con día, sin embargo hay algo que permanece inmutable: nuestra necesidad de autotrascendencia, nuestra necesidad de ir más allá de nosotros mismo, nuestra necesidad de creer en algo más allá de nosotros, nuestra necesidad de libertad.
Las dictaduras del mañana van a privar a los hombres de su libertad, pero van a darles a cambio una felicidad no menos real, como experiencia subjetiva, por el hecho de ser inducida químicamente. La búsqueda de la felicidad es uno de los derechos tradicionales del hombre; infelizmente, conseguir la felicidad puede mostrar ser incompatible con otros derechos del hombre –a saber, la libertad.
Fuente: PijamaSurf