En un ensayo publicado recientemente, Stephen King sugiere que el avance de la inteligencia artificial es irrefrenable, incluso en ámbitos de creatividad como la literatura.
Stephen King sobre el avance de la inteligencia artificial. Es reconocido como el «Maestro del Terror», es uno de los escritores más influyentes y prolíficos del género de terror y suspenso. Con una carrera literaria que abarca décadas, Stephen King ha creado una vasta y variada colección de obras que abordan temas que van desde lo sobrenatural hasta lo psicológico.
Recientemente, y con motivo del auge que sobre todo a lo largo de este año ha tenido el uso de herramientas de inteligencia artificial como ChatGPT y Midjourney, entre varias otras, el también autor de clásicos del género como Carrie (1974) y El resplandor (1977), entre varias otras, escribió un ensayo a propósito de la, digamos, «intromisión» de esta tecnología en las actividades creativas, particularmente en la escritura literaria de ciencia ficción.
En su texto, publicado en el sitio web de la revista The Atlantic, King elaboró sobre el tema tomando como motivo el hecho de que sus libros alguna vez fueron tomados con profusión y entusiasmo como material para entrenar varios desarrollos de inteligencia artificial del tipo conocido como «modelos del lenguaje».
Sobre este punto en particular, King escribe en su ensayo:
En una de mis escasas incursiones en la no ficción (On Writing) he dicho que no se puede aprender a escribir si no se es lector, y si no se lee mucho. Parece que los programadores de inteligencia artificial se han tomado este consejo muy en serio.
Como la capacidad de memoria de las computadoras es tan grande -todo lo que he escrito podría caber en una memoria USB, un hecho que nunca deja de asombrarme-, estos programadores pueden volcar miles de libros en licuadoras digitales de última generación. Incluidos, al parecer, los míos.
La verdadera cuestión es si, al volver a verter, se obtiene una suma mayor que las partes. Hasta ahora la respuesta es no. Los poemas de Inteligencia Artificial al estilo de William Blake o William Carlos Williams (he visto ambos) se parecen mucho al dinero de las películas: buenos a primera vista, no tan buenos si se examinan de cerca.
En estas líneas el escritor muestra cierto escepticismo al respecto, como vemos, del resultado ofrecido por las herramientas de IA disponibles hasta el momento, esto sólo en el campo de la creación literaria que, como es sabido, posee sus propias reglas, en algún sentido más complejas o caprichosas en comparación a áreas como las matemáticas, la programación informática o la redacción sencilla y pragmática, en donde ChatGPT, por ejemplo, ha demostrado una eficiencia asombrosa.
No así con la creatividad artística, nos dice King, en donde pareciera que el factor humano, aquello que sólo un ser humano puede aportar (llamémosle a esto inspiración, subjetividad o espíritu), es todavía inalcanzable e inimitable para cualquier tipo de robot o máquina.
Al menos, y esto es lo ominoso, todavía no. Escribe King:
[…] En un libro que se publicará próximamente he escrito una escena que puede ilustrar este punto. Un personaje se acerca sigilosamente a otro y le dispara en la nuca con un pequeño revólver. Cuando el tirador da la vuelta al muerto, ve un pequeño bulto en la frente del hombre.
La bala no había salido del todo. Cuando me senté aquel día, sabía que se iba a producir el asesinato, y sabía que iba a ser un asesinato con pistola. No sabía nada de ese bulto, que se convierte en una imagen que persigue al tirador en el futuro. Ese fue un momento creativo genuino, uno que surgió de estar en la historia y ver lo que el asesino estaba viendo. Fue una sorpresa total.
¿Podría una máquina crear ese bulto? Yo diría que no, pero de mala gana debo añadir este matiz: todavía no. La creatividad no puede darse sin sensibilidad, y ahora hay argumentos que sostienen que algunas IAs son realmente sensibles. Si eso es cierto ahora o en el futuro, entonces la creatividad podría ser posible. Veo esta posibilidad con una fascinación terrible. ¿Prohibiría yo que las computadoras aprendieran (si esa es la palabra) de mis historias? Ni aunque pudiera. Sería como el rey Canuto, prohibiendo que suba la marea. O un ludita intentando detener el progreso industrial destrozando a martillazos un telar de vapor.
Como nota al pie vale la pena aclarar que el rey Canuto al que alude King en su texto fue Canuto el Grande, rey de Dinamarca, Inglaterra, Noruega y Suecia de los años 1016 a 1035, quien en un momento de candidez o de soberbia, no se sabe, ordenó a su corte trasladarlo y trasladarse toda entera a la orilla del mar, con el fin de detener la marea que de continuo arrasaba con los poblados que ahí se asentaban. Una vez instalado en su trono costero, Canuto lanzó esta orden al mar: que detuviera su marea.
Cuenta la historia que el rey se mantuvo expectante durante un tiempo, examinado el efecto de sus palabras sobre las olas marítimas. Éstas, por supuesto, no se detuvieron, y eventualmente y ante el avance imparable de la marea, el rey tuvo que ser alejado de la costa por sus sirvientes.
Retomando el tema, King llega a un punto en su ensayo en donde expone su perspectiva frente al avance de la Inteligencia Artificial (al parecer también imparable, como la marea que el rey Canuto intentó frenar), opinión que posee una mezcla de tranquilidad y terror que, de menos, se siente siniestra. Escribe el autor:
¿Eso me pone nervioso? ¿Siento que invaden mi territorio? Todavía no, probablemente porque he alcanzado una edad bastante avanzada. Pero diré que este tema siempre me hace pensar en esa novela tan clarividente que es Colossus, de D. F. Jones. En ella, la computadora que se extiende por todo el mundo se vuelve consciente y le dice a su creador, Forbin, que con el tiempo la humanidad llegará a quererla y respetarla. (Como, supongo, muchos de nosotros queremos y respetamos a nuestros teléfonos). Forbin grita: «¡Nunca!». Pero el narrador tiene la última palabra, y una sola palabra es todo lo que necesita:
«¿Nunca?»
Stephen King sobre el avance de la inteligencia artificial. Por JOSÉ ROBLES