Un homenaje por el aniversario de esta figura legendaria de la literatura norteamericana del siglo XX.
William Burroughs, el gran gurú de la Generación Beat. Burroughs antes de ser escritor, artista, drogadicto o prófugo de la justicia, era el hijo de una familia adinerada de St. Louis Missouri.
Su abuelo, quien llevaba el mismo nombre, había inventado la calculadora en 1882 y desde entonces, con la patente de su invento, había provisto a su familia con estabilidad económica.
El estilo de vida, llevado por su familia, y el lujo que acompañó a William Burroughs durante su infancia representó para él, como para muchos otros de su generación, una herencia a la cual era necesario oponerse.
Educado en escuelas privadas de St. Louis, donde conoció a Lucien Carr, y enlistado más tarde en la Universidad de Harvard, Burroughs paso su adolescencia atosigado por el fantasma del deber familiar. Sin embargo, como estudiante de literatura y más tarde como doctor en antropología, estos primeros años también estuvieron acompañados por la presencia de obras de autores como Shakespeare, Coleridge y DeQuincy; lecturas que abastecieron su escepticismo ante el mundo, y que también le inspiraron, en su etapa como escritor, una rebeldía en torno a las formas y a las herencias literarias.
Estos supuestos, serían los que en 1944 en la Universidad de Columbia lo acercarían de forma irremediable a los anhelos y las inquietudes de personajes como Allen Ginsberg y Jack Kerouac. Estos personajes, habitantes de un mundo provisto de experimentación, irreverencia y drogas, se volvieron parte fundamental del anhelo de Burroughs por matar a los padres –literarios, biográficos, históricos– y encontrar un cause a una pulsión de vida, la cual, muchas veces, se tornó destructiva.
Durante estos años y tras el supuesto asesinato de David Kammerer en manos de Lucien Carr, la vida de Burroughs y del resto de los integrantes de la naciente Generación Beat, empezó a cobrar un ritmo frenético, y accidentado.
Sin embargo, al mismo tiempo y quizás como un gesto de supervivencia, la escritura de Burroughs comenzó a entretejerse con su vida, volviéndose vital, plagando su obra de alusiones autobiográficas, como lo fue con sus primeras novelas, Queer (1952, publicada hasta 1985) y Junkie (1953).
Estas obras, que giraban en torno a temas como las drogas, el deseo y la homosexualidad, marcarían el inicio de la que sería su etapa artística más productiva y se volverían un espacio desde el cual acompañar la exploración de su sexualidad y la superación del que sería quizás el evento más traumático de su vida, el asesinato accidental de su esposa Joan Vollmer.
William Burroughs, el gran gurú de la Generación Beat. Esta etapa, alternada entre la Ciudad de México, París y Tánger, sumió a Burroughs en una grave adicción y lo condujo al clímax de su carrera literaria.
En 1959, tras conocer en un hotel de París al pintor y poeta Brion Gysin, Burroughs se sumió en la escritura de Naked Lunch, una novela que, inspirada en la técnica del cut-up utilizada por Gysin, retó los límites de las formas narrativas tradicionales y logró expandir, a partir de mecanismos como el corte, el collage y la apropiación, las posibilidades narrativas de la literatura. Naked Lunch, al igual que Howl de Ginsberg y On the road de Kerouac, fue el punto fulminante de la búsqueda por una forma propicia para expresar la experiencia fragmentada y el ritmo afiebrado del hombre post-moderno.
Finalmente, a sus sesenta y siete años, y tras vivir una vida dividida entre Nueva York, Londres, París, México y Tánger, William Burroughs regresó, aconsejado por Ginsberg, a Estados Unidos, e impartió durante ocho años clases de escritura creativa en City College New York.
Después, en 1981, tomó distancia del mundo y se entregó de lleno a la vida provinciana de la ciudad de Lawrence, Kansas. Ahí, en una casa de madera, acompañado por sus tres gatos y visitado por sus amigos, el poeta que alguna vez se había internado en el Amazonas para ir en búsqueda de ayahuasca, abandonó aquel camino, dejó la pluma y se entregó, aunque con reticencia, a la pintura y el coleccionismo de armas.
Esta etapa en el campo, marcada por largas horas de pesca y caza, significaría para el poeta el culmen de un arduo proceso de desintoxicación de las drogas que, diez años antes había cobrado dimensiones insostenibles, y le otorgaría la mesura, antes buscada, para esbozar entre 1996 y 1997 su obra más intima y su despedida definitiva del mundo de las letras: Last Words, un diario que de forma póstuma fue editado por su fiel asistente James Grauerholz y en el cual, en la última entrada, Burroughs apunta:
“There is no final enough of wisdom, experience – any fucking thing. No Holy Grail, No Final Satori, no solution. Just conflict. / Only thing that can resolve conflict is love, like I felt for Fletch and Ruski, Spooner, and Calico. Pure love. What I feel for my cats past and present. / Love? What is it? / Most natural painkiller that there is”.
Las páginas en este diario, alimentadas por las horas sedentarias, reúnen entre las entradas y los días personajes y fantasmas que recorrieron su vida; una generación entera de artistas y poetas que, en ese entonces, ya había sido consumida, casi en su totalidad, por el Sida, por la sobredosis o por la locura. Burroughs, quien desde el principio fue el más viejo de todos, se convirtió desde las planicies de Lawrence, Kansas en algo así como el gurú de un sentimiento, el cual ante el anhelo de construir expresiones sinceras dio voz a una comunidad y encendió desde su obra un dominio heredado de libertad.
William Burroughs, el gran gurú de la Generación Beat. Por Joaquín León