El productor y director Louis Feuillade convirtió a los sombríos barrios parisinos en ominosas y será eternamente recordado mientras el cine exista por su absoluta obra maestra, Les Vampires (1915-16)
Louis Feuillade: el dueño de la fantasía. Mantuvo en alto y con firmeza la bandera de lo fantástico, la aventura y la sátira como estilos irrenunciables, a los que defendió como estilos tanto o más válidos que el drama puro y lacrimógeno.
Los historiadores del cine han sabido leer en obras como Pulp Fiction (1994, Quentin Tarantino) o Matrix (1999, ex Hermanos Wachowski) las inconfundibles huellas de Feuillade y su profunda imaginería temática y visual. Especialmente por esa voluntad tan suya de incomodar al espectador violando, de manera bien calculada, las propias reglas del juego narrativo.
El cine estaba en pañales y Feuillade, sin escrúpulos ni pudores, osaba jugar con él hasta convertirlo en algo diferente. Volver a hablar de él y rescatar, cuando menos en un artículo tan humilde como este, algo de la vastedad de su obra, sirve más que nunca para recordarnos que el cine requiere de dos componente básicos: audacia e imaginación. El dinero, por mucho del que se disponga, no puede suplantarlos.
Louis Feuillade pudo haber sido nada más que el hijo de un gris comerciante de vinos de Lunel, devenido periodista y redactor, pero su osadía y pasión lo colocaron en un sitial de honor en la historia del séptimo arte. A celebrarlo. A no olvidarlo.-
De su personalidad creativa, indudablemente, surge del hecho de que, además de todo, fue también un magnífico publicista, capaz de venderle una fotografía a un ciego.
Francis Lacassin, biógrafo de Feuillade, escribió de él que, mucho antes que Antonioni, “Feuillade supo comprender que no hay nada más bello que esa poesía urbana que surge de las calles desiguales y sombrías, de los barrios pobres, silenciosos y desiertos, de los solares vacíos con extraños edificios recortados en silueta a la distancia”.
El productor y director Louis Feuillade será eternamente recordado en el cine por su absoluta obra maestra, Les Vampires (1915-16)
Los Vampiros sí era un serial en el sentido cabal del concepto, o sea una única historia dividida en 10 magníficos episodios. Su título hacía referencia al nombre que se daban a sí mismos los miembros de una peligrosa banda delictiva que dominaba los bajos fondos parisinos. Contaban con un jefe, el Gran Vampiro, quien a su vez respondía a la auténtica inspiradora de la banda, la temible Irma Vep (anagrama de Vampire), inmortalmente protagonizada por la actriz y bailarina Musidora, cuya imagen, enfundada en un ajustado y primitivo catsuit negro, abonó las fantasías masculinas de generaciones de espectadores. Debido al estado de todos los estudios de París, completamente desatendidos por la guerra, Feuillade optó por rodar íntegramente en escenarios naturales, lo que se convirtió en el gran acierto, la gran fortaleza del serial. El productor y director convirtió a los sombríos barrios parisinos en ominosas y amenazantes estrellas protagónicas de la obra.
Dice al respecto Leonard Maltin: “Las calles grises con sus empedrados de granito, las sórdidas fábricas, los melancólicos descampados, los transeúntes dispersos y algún que otro coche que pasaba de cuando en cuando, bañados todos por la luz gris de la aurora o por un amenazador crepúsculo, constituyeron el perfecto telón de fondo del drama de Feuillade entre el precario y débil bien, y el exultante mal en estado puro”.
Feuillade nació el 19 de febrero de 1873 en Lunel, cerca de Montpellier, Francia. Cursó todos sus estudios en el seminario católico de Carcassonne, en el mismo corazón de la antigua “herejía” cátara. Toda su vida fue un ferviente católico y un incombustible partidario de la monarquía. Para él, la República era sinónimo de infierno. Apenas llegado a París, en 1898, trabajó para la Maison de la Bonne Presse, la célebre editorial católica. Se quedó allí hasta 1902, cuando se interesó vivamente por el periodismo, al punto de fundar su propia revista, “La Tomate”, publicación satírica que persistió apenas 3 meses.
Al cabo de ellos logró un cierto reconocimiento público debido a un extenso ensayo histórico, “La Génesis de un Crimen Histórico”, el que escribió y publicó en “Revue Mondiale”. Se trataba de una tesis en la que aseguraba que un muchacho —que podría haber sido Luis XVII— había muerto durante la Revolución Francesa manteniéndose su verdadera identidad en secreto por razones de Estado. Era un tema que le obsesionaba, este del intercambio de personalidades, los fraudes históricos y las huídas inverosímiles.
Aseguraba que durante su infancia dos genuinos descendientes del delfín habían visitado Lunel, idea que le inspiró, tiempo después, dos filmes históricos que dirigió en 1910 y 1913 respectivamente. Siempre se ha explicado su firme afición por el misterio y las conspiraciones, tan persistentes en su obra, con estos intereses suyos que realmente le obsesionaban y provenían de su primera juventud. El naciente cinematógrafo —mundillo al que accedió gracias a un amigo y colega, periodista de “espectáculos”— lo concitó muy pronto, en 1905, cuando es contratado por la entonces joven compañía Gaumont, que aun existe.
De hecho, trabajó para Lóuis Gaumont durante 20 años, 18 de los cuales fue director artístico y jefe de estudio. Dirigió entre 500 y 700 películas (no hay acuerdo pleno acerca de la cifra exacta, pero se halla estrictamente entre ambos números), aunque apenas un puñado de ellas fueron basadas en guiones propios. Sus guiones, sin embargo, eran dirigidos —casi siempre— por otros directores del estudio.
Louis Feuillade: el dueño de la fantasía. Por Leonardo L. Tavani