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Los mecanismos de la superioridad moral

Emparentada con la vanidad y la ignorancia, la superioridad moral es el germen de multitud de violencias como la cancelación.

Los mecanismos de la superioridad moral. La superioridad moral consiste en creer que la posición y acciones de uno están más que justificadas al considerar que la moral propia es particularmente elevada (o quizá situada por encima de las demás). Es decir, que esta superioridad se sustenta en una supuesta verdad autoevidente que se traduciría como sigue:

«Mi moral es superior porque soy mejor persona y mi ética es más elevada», o «soy mejor porque soy mejor». Se trata de un axioma que carece de demostración o derivación legítima.

La superioridad moral está, naturalmente, emparentada con la vanidad y la ignorancia. Con la vanidad por el hecho de que la persona se cree superior sin demostrarlo, de modo totalmente vano, carente de sustancia y realidad.

La vanidad es esencialmente masturbatoria: en ella el sujeto siente placer al imaginar aptitudes imaginadas no corroboradas por otros. No así el orgullo, pues uno puede sentirse orgulloso de haber realizado un trabajo bien hecho, por ejemplo.

La superioridad moral es propia de ignorantes e ingenuos, a su vez, puesto que «el superior moral» es incapaz de reconocer su propia sombra, su maldad congénita, maldad intrínseca a todo ser humano. Es por ello, además, pueril: solo los niños creen en los relatos de buenos y malos o ven el mundo en blanco y negro.

Hasta los santos son particularmente conscientes de sus desmanes éticos. La persona madura, en cambio, sabe reconocer sus errores y defectos, interpretando el mundo como un cúmulo de matices, de sombras y grises.

El ser humano es intrínsecamente malvado por multitud de razones. La más evidente siendo la animalidad misma que nos constituye, los impulsos egoístas sobre los cuales hemos construido una vida moral y humana, diseñada para vivir en comunidad. 

Los mecanismos de la superioridad moral. El ser humano está compuesto esencialmente de impulsos, los cuales son, casi siempre, egoístas. Solo sobre esta base hemos podido sobrevivir en un mundo hostil.

Podríamos afirmar, por otra parte, que la superioridad moral es una síntesis de la propia vanidad con la ignorancia, pues bien podemos referirnos a ella como una forma de wishful thinking, expresión inglesa difícilmente traducible: algo así como pensamiento interesado o iluso.

La superioridad moral es una síntesis de la propia vanidad con la ignorancia

Se trataría literalmente de un pensamiento «lleno de deseo». Un ejemplo de wishful thinking consistiría en creer o pensar aquello que halaga nuestra vanidad. Un caso paradigmático de esto sería cuando nos decimos a nosotros mismos que nuestro interés amoroso «tiene demasiado miedo para comprometerse» con nosotros, cuando en realidad simplemente no está interesado o no le gustamos.

Este tipo de pensamiento, pues, halaga la vanidad y es ignorante, puesto que es errado. Arrogarse superioridad moral sin demostrarla es una forma de wishful thinking.

Por otro lado, esta visión justiciera del mundo es el germen de multitud de violencias. Tener fe en la propia superioridad moral ha sido la base de las mayores atrocidades y asesinatos en masa cometidos sobre la faz de la Tierra.

Como dijo Voltaire: «La duda no es un estado demasiado agradable, pero la certeza es un estado ridículo». Los nazis daban por hecho que los judíos eran intrínsecamente viles, inferiores moralmente, y por ello se sintieron justificados a la hora de destruirlos.

Algo similar ocurrió en el caso del comunismo, que trató de aniquilar a masas de personas por «el bien común». Esta superioridad moral, por otro lado, es la que sirvió de combustible a las matanzas entre la IRA y los unionistas o al genocidio tutsi en Ruanda.

También ha servido de base a multitud de cazas de brujas, boicots y lo que hoy llamamos cancelaciones: la destrucción de la vida y carrera de aquellos que han transgredido ciertas normas, siempre al margen de los tribunales de justicia.

La superioridad moral ha servido de base a multitud de cazas de brujas, boicots y lo que hoy llamamos cancelaciones

Hemos de remarcar que una cosa muy distinta a la superioridad moral sería la autoridad moral, con la que cuentan aquellos que se han comportado moralmente a lo largo de su vida y trayectoria personal y profesional.

Las típicas figuras con autoridad moral durante el siglo XX serían personajes como Mahatma Gandhi, Nelson Mandela o Teresa de Calcuta. La superioridad moral es una creencia (generalmente falsa), mientras la autoridad moral es una acción continuada (aptitud demostrada empíricamente) que ha sido reconocida por el público. 

Aquel que adopta una superioridad moral aspira a tener autoridad sin haberla demostrado. Es decir, que se arroga una autoridad de la que carece por vía de la pura imaginación y voluntad. La persona con autoridad moral, sin embargo, sustenta su moralidad en hechos sustanciales.

Irónicamente, quien cuenta con superioridad moral tiende a ser ostentoso, mientras el individuo verdaderamente moral es humilde. Bien sabe este último que las conductas verdaderamente éticas no se construyen como castillos en el aire, sino que se sustentan sobre la tierra (el humus, en latín), sobre el duro estrato material, tan difícilmente maleable, pero único arraigo y sustrato de una realidad sólida.


Los mecanismos de la superioridad moral. Por Iñaki Domínguez

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