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‘El sentido de la vida’ por Roberto Ballesteros

Retratos de ancianos honorables que miran la vida desde la atalaya de una edad avanzada. En cada retrato hay un intento genuino de plasmar el alma de estos venerables

‘El sentido de la vida’ por Roberto Ballesteros. Una sociedad envejecida como la nuestra, lo que abundan son ancianos que parecen estar esperando a este encuentro con la pintora Conchi Álvarez que casi sólo tiene ojos para ellos mientras pinta y completa esta nueva serie de pinturas “Viendo la vida pasar”

¡Ojalá los dioses inmortales reserven para ti, Escipión, la gloria de proseguir la obra de tu abuelo! Dice Catón, que los jueces decidieron quitarle al anciano la gestión del patrimonio familiar como si fuera un loco, igual que acostumbramos a imposibilitar a los cabezas de familia que no gestionan bien sus bienes.

Pero para defenderse, el viejo recitó de memoria la obra que en ese momento tenía entre manos, la recientemente escrita, ¡nada menos que Edipo en Colono! ¡Y se atrevió a preguntar a los jueces, si eso era propio de un anciano demente! Fue absuelto con justicia una vez recitada la emocionante tragedia. (Del libro de Cicerón, Cato maior de senectute liber, o De Senectute, Acerca de la vejez).

Los diálogos de esta obra, entre Catón el Viejo y los jóvenes Escipión y Lelio, recogen toda la tradición del área de difusión griega y romana desde Platón hasta el propio Cicerón que habla por boca del honorable Catón.

La mayoría de los argumentos que se discuten en esta obra tienen hoy día el mismo interés que en aquel entonces o incluso más, a juzgar por la cantidad de libros existentes en el mercado editorial sobre la autoayuda para llegar a la senectud y por supuesto las grandes obras clásicas de la literatura universal, el Elogio de la vejez de Hermann Hesse, El viejo y el mar de Hemingway, La Vejez de Simone de Beauvoir, ¡Oh esto parece el paraíso! De Cheever, El amor en los tiempos de cólera de García Marquez, Kokoro de Soseki, hay decenas de obras maestras escritas, filmadas, pintadas, compuestas musicalmente o recitadas que han removido los sentidos artísticos de los autores como en esta serie de cuadros que Conchi Álvarez suavemente ha titulado Viendo pasar la vida.

“La culpa de que la vejez sea ingrata no está en ella misma sino en las costumbres” decía Cicerón.

Una costumbre de ahora sería la de llamar al grupo de ancianos, La Tercera Edad. Este apelativo ¿no encubre quizá un producto más de la sociedad de consumo y mercado pletórico de ofertas, base del fundamentalismo democrático de los siglos XX y XXI, que entre otras opciones da la de elegir el Centro de Jubilados o Residencia, según las posibilidades de cada cual, donde los mayores sólo se relacionan entre ellos, y lo importante es entretenerles?;

¿no se estaría facilitando una nueva clase de ociosos dedicada al turismo, a los bailes y teatros, donde hacen lo que les manda el animador; se provoca, quizá una infantilización que imita a los chavales que van a las colonias o campamentos de excursión?

Paradojas, gracias a esos viajes hay gente que ve por primera vez el mar y también kilómetros viendo la vida pasar ¿Disfrutan entonces de un merecido descanso? Ese es otro de los conceptos recurrentes que tampoco existe. ¿El descanso en el hombre se producirá con la muerte, con el descanso eterno? Parece que ahí sí se podrá descansar de verdad. El ser humano, siempre que no esté impedido, cosa que le puede pasar a un joven de 25 años, puede trabajar, en mayor o menor medida, pero siempre puede aportar algo a su comunidad.

Actualmente, ¿la Tercera Edad se está convirtiendo en una clase de rentistas adscritos al descansar y consumir, como las clases ociosas de los siglos pasados donde estaba mal visto trabajar y se dejaban las uñas largas para que se viera que no rascaban bola? Catón, Insiste en su monodiálogo con Lelio, en que los viejos deberíamos realizar trabajos útiles, sociales, para nuestra comunidad.

En esta exposición de pinturas del álbum familiar de Conchi Álvarez aparecen personas retratadas al óleo en un instante preciso, concretado en la obra tras la revisión quirúrgica de la artista de las reliquias y los relatos de familia; de ahí es de donde nace, como inicio fecundo o Preambula Fidei (Cuestiones previas de fe) de cada historia particular, la vida vivida por cada uno de los retratados. La vida, el tiempo, el trabajo, la gratitud o no de la vejez y detrás de todo ello, la persona

¿Es en este caso la presencia de la persona, que la pintora quiere hacer surgir de cada cuadro para concitar por el gesto de la situación elegida el fulcro para hacer una reflexión de las vidas, del sentido o sinsentido?

La Persona, se dice, es el más noble y el más misterioso entre los seres que pueblan este Mundo. El más noble porque, a diferencia de las cosas, la persona posee una intimidad, que parece que es la fuente de sus propios movimientos, causa sui, un algo casi divino.

Persona era, en efecto, la máscara o careta que usaban los actores de la tragedia para actuar en el proscenio al público, Per sonare. La persona cubría la cabeza del actor que por su parte anterior representaba el personaje, y por su parte posterior llevaba una peluca.

Esopo cuenta en una de sus conocidas fábulas que una zorra entró en casa de un actor y, revolviendo entre sus cosas, encontró una máscara muy bien trabajada, pero, después de cogerla entre sus patas, dijo, “hermosa cabeza, pero sin seso”. Cabría decir que la metonimia de la persona trágica debiera reinterpretarse como una sinécdoque, puesto que es la máscara una parte del todo, el personaje o papel asumido por el individuo.

De hecho, una tradición literaria, presente desde la antigüedad clásica, ha comparado a la vida humana con una representación teatral y a la Tierra con un escenario. Los hombres viven una vida humana porque representan un papel, acaso escrito por Dios; por ello, en cuanto actores deben llevar esa máscara que los constituye como «personajes» y que difícilmente pueden cambiar por otra.

Los hombres, piensa Gustavo Bueno, según esta metáfora, serán personas en tanto se ponen una máscara, y si no permanecen alienados llegan a identificarse, a través de ella, con su personaje que algunos freudianos llamarán super-ego.

Pero la pregunta definitiva que acaso se hicieran en algún momento todas las personas intimas recreadas a pincel por Conchi Álvarez en esta exposición sea la cuestión titular de cuál sería el sentido de la vida. Ésta suele ser considerada como la pregunta más profunda de la filosofía, mundana o académica, e incluso se llega a definir al hombre/mujer como el ser capaz de interrogar por el sentido de su existencia, de su vida.

¿Cuál es el sentido de la vida? reflexiona Roberto Ballesteros

A lo largo de los años he podido observar esas miradas perdidas, cuenta sobre la actual serie de retratos Conchi Álvarez, unas veces producto de una introspección placentera, seguramente reviviendo pasados momentos, que siempre parecen mejores. Otras veces escudriñan la vida a su alrededor y sentencian, la mayoría de las veces para sí mismos, o compartiendo generosamente esa sabiduría con los más jóvenes.

Hay filósofos que dedicaron casi toda su obra a intentar responder esta cuestión, sería el caso de Heidegger. La pregunta suele formularse de este modo, ¿cuál es el sentido de la vida? Y no faltan respuestas a ello, bien sean religiosas, morales, políticas, pongamos por caso, “la vida es la ejecución de una comedia, o de una tragedia, escrita por un idiota”, &c. Pero tampoco faltan quienes no encuentran satisfactorias tales respuestas y llegan a dudar de la consistencia de las preguntas ¿acaso tiene la vida sentido? ¿no es la vida un sin sentido, un contrasentido, ya que termina indefectiblemente con la muerte?Son cuestiones que piden un tratamiento filosófico académico, pero surgen mientras vemos pasar la vida.


‘El sentido de la vida’ por Roberto Ballesteros

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