Obsesionado con el mundo de los sueños y el subconsciente, Lynch es un experto en crear atmósferas oníricas y muy sugerentes
El mundo de los sueños y el subconsciente de David Lynch, un cineasta cuyas películas no suelen dejar indiferente a nadie, uno de esos artistas cuya obra y persona es idolatrada y detestada a partes iguales, y esa es, a mi parecer, una cualidad exclusiva de los genios.
Quizás muchos le reconozcan por películas como su extraño thriller Terciopelo azul, su estrambótico road movie Corazón salvaje, y sus dos obras más tiernas, El hombre elefante y Una historia verdadera, sin olvidarnos, claro está, de su mítica serie de televisión Twin Peaks, que hizo preguntarse a medio mundo quién mató a Laura Palmer (pero, ¿quién diablos la mató?).
Sin embargo, yo voy a centrarme en cuatro de sus películas, las que ponen en pantalla lo mejor del surrealismo, a saber: Cabeza borradora, Carretera perdida, Mulholland drive e INLAND EMPIRE.
Estas películas nos sumergen en lo más profundo de la psique humana, en el caótico abismo del subconsciente, ese enfermizo submundo que ya retrataron Buñuel y Dalí. Entramos en otra dimensión, en una visión distorsionada del mundo en el que se confunden las personalidades y en el que cada frase, cada objeto y cada plano, puede ser una clave para resolver el enigma.
En estas películas, el director juega con el espectador, retándole a componer un puzle del que sólo son mostradas unas determinadas y confusas piezas.
Cabeza Borradora, su primer largometraje, nos presenta a Henry, un joven pusilánime que se ve obligado a casarse con su novia porque ésta queda encinta. Cuando el niño nace, resulta ser una criatura monstruosa y repugnante, una especie de “bebé alien” cuya madre rechaza. Por tanto, Henry, invadido por sus tribulaciones y desvaríos, deberá hacerse cargo solo de un ser que no desea. Esta retorcida trama, surrealista y kafkiana, está además ambientada con un sonido de fondo repetitivo y agobiante, creándose una atmósfera asfixiante, hecho al que ayuda un tétrico uso del blanco y negro. Una joya del cine de culto, indicada para aquellos a los que no les importe sufrir con una película y nada recomendable para quien esté esperando un bebé.
Carretera perdida es otro fascinante delirio del cineasta americano. En esta película, Fred Madison, un músico de jazz, recibe una serie de misteriosas cintas de video en las que aparecen él y su mujer Renée (una bellísima Patricia Arquette) en su casa. En la última de ellas, que Fred ve a solas, él está junto a su esposa muerta, y por ello es condenado a muerte. A partir de ahí, comienza un trepidante desvarío que nos lleva por un camino tortuoso, que es el subconsciente, la carretera perdida de la mente.
Pero si las anteriores me encantan, Mulholland drive es mi favorita. Esta película, exitosa pese a estar alejada de lo convencional y lo comercial (fue nominada al Óscar al mejor director), nos cuenta la historia de Betty, una joven aspirante actriz recién llegada a Hollywood (interpretada por una impresionante Naomi Watts) que acoge en su nuevo hogar a Rita, una atractiva mujer que deambula medio inconsciente y totalmente amnésica tras haber sufrido un terrible accidente de coche. Con el desarrollo de la película van surgiéndole más y más preguntas al espectador: ¿Por qué unos hombres persiguen a Rita? ¿Qué significan la llave azul y el fajo de billetes que ésta tiene como únicas pertenencias? Y, sobre todo, ¿quién es quién realmente? Ciento cuarenta minutos de magia que rompen los moldes de la lógica.
Su último film, INLAND EMPIRE, representa su puzle más complejo, una película con la que lleva al paroxismo todas sus demenciales obsesiones artísticas. Cuenta la historia de una actriz (Laura Dern) que empieza a trabajar en un remake de una película polaca inacabada y supuestamente maldita. A partir de ahí, comenzará el descenso a los infiernos más desasosegante de la filmografía de Lynch, una amalgama borrosa de escenas donde se confunden constantemente la realidad y la ficción, el presente y el pasado, unas historias y otras. Una película que encierra muchos mundos en su interior, a cada cual más confuso. Una obra sólo apta para los cinéfilos más atrevidos y retorcidos.
Maravillosas obras de arte para unos, pedantería onanista y vacua para otros. Lo que queda claro es que después haber visto alguna de estas películas, tu visión del cine, y quién sabe si de la vida, no será la misma. Atrévete a exprimir tus neuronas y darle sentido a estos complejos puzles.
El mundo de los sueños y el subconsciente de David Lynch. Texto: Moisés Hidalgo García