Icono del sitio INFOMAG MAGAZINE

Segundo calambre

(Viene del artículo anterior de La Regla Crítica).

Segundo calambre. Tres months later, Felipe estaba tumbado en el camastro de su habitación, masticando palomitas y clavando sus pupilas en una de esas películas en las que los atracadores de bancos llevan máscaras y dan instrucciones precisas a los rehenes, sin gritos, pero a punta de pistola o escopeta recortada.

Yo no sé si le traicionaron los nervios, o si fue un deseo de hacerse el gracioso o, lo más seguro, si se trataba de una estrategia de intimidación, pero el caso es que uno de los asaltantes, el que se atrincheraba detrás de una careta de cerdo, se dirigió al empleado de ventanilla con un firme tú, sí, tú.

—¿Yo?
—Sí, joder, tú. ¿Aguantas mucho follando?
—Bueno, aguanto más sin follar —le contestó, sin acobardarse y en el mismo tono.

Felipe soltó una carcajada que casi le atraganta y empezó a reírse como un loco hasta que Teresa golpeó la puerta pidiendo permiso para entrar en la habitación y entró como una loca, sin esperar respuesta alguna.

—¡Mamá! ¿Qué pasa? ¿Qué tienes?

Teresa se abalanzó sobre su hijo para abrazarle y empezó a llorar como sólo se llora cuando a uno se le muere un ser querido, tiritando y trepidando mientras hablaba con los ojos perdidos en el destino, que habían venido los médicos y que habían hecho todo lo posible, que era cuestión de tiempo, que no había nada que hacer, que sentían mucho tener que decírmelo, que le suministrarían morfina para aliviar su dolor, que no había dios que la curase y que tenía que estar preparada para lo peor, que ya podía
echarle tierra al asunto y pensar en una digna sepultura.

—¡Hostia Puta! Lo siento mucho, mamá.
—Sí, hijo mío, sí, Celia se muere.

Felipe hacía círculos frotando la espalda de su madre para consolarla y seguir viendo la peli sin que ella se enterase. Toda la sucursal bancaria se estaba partiendo el culo de la risa gracias a una respuesta tan acertada como ingeniosa y, en un ataque de cólera ridícula, el bandido gorrino empezó a disparar a mansalva para no dejar a nadie vivo, ni a los miembros de su banda. Felipe empezó entonces a llorar de la risa y su madre se sintió reconfortada por sentir que su hijo la acompañaba en el sentimiento.

—Felipe, hijo.
—Tranquila, mamá.
—Felipe, te quería pedir un favor, hijo, dime que sí, por favor, hijo.
—Sí, mamá, dime, claro que sí, mamá, dime.
—Siempre que tengas ganas de mear, mea en la maceta de Celia, por favor, a lo mejor eso la cura. Por favor, hijo, pero no le digas nada a tu padre porque me llevaría a su despacho para interrogarme y me dan calambres sólo de pensarlo.


Segundo calambre. La Regla Crítica por Carlos Penas

Salir de la versión móvil