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Fernando Arrabal, el niño prodigio

Arrabal se define así mismo como un tigre de bengala. Fue un niño prodigio que destacó en seguida en el colegio y, a los diez años fue Premio Nacional de superdotados

Fernando Arrabal, el niño prodigio. Irreverente, mordaz, chispeante, provocador, dramaturgo, poeta, ensayista, cineasta, artista plástico, experto en polémicas y «desobediente congénito». Así es Fernando Arrabal, creador poliédrico de 91 años, siempre con gafas redondas desde las que enfoca su particular visión de la vida.

Melillense de nacimiento (1932) pero «exiliado» de corazón, como él mismo se califica, Arrabal vive desde los 23 años (entre idas y venidas a España) en París, ciudad donde este hijo de un militar llegó gracias a una beca de estudio, lo que le hizo cambiar la España de la posguerra por Francia.

En Francia le han tratado siempre con el honor y el reconocimiento que merece. Fue en el país galo donde en 2006, el entonces ministro francés de Cultura Jack Lang le describió como un «desobediente congénito» cuando le entregó las insignias de Caballero de la Legión de Honor de Francia, el mayor reconocimiento a una relación entre el fértil artista y ese país.

Y desde allí se convirtió en uno de los grandes símbolos de la iconoclasia, la vanguardia y la transgresión, con su imagen calculadamente extravagante. Gafas redondas, barba y unas vistosas pajaritas sin anudar, a caballo entre un sempiterno vanguardista y un intelectual trasnochado, como reconoce él mismo.

Su inteligencia le ha permitido siempre reírse de sí mismo y convertir su universo en una prolífica y mordaz exploración artística.

«Necesitamos un mundo poético, de hacedores, de los que hacen, sin ellos sólo tendremos un mundo sin iluminación, con guerras y con gente que quiera imponer sus ideas», dijo a Efe en una entrevista el autor de obras como La torre herida por el rayo o El cementerio de automóviles (Premio Nacional de Teatro en 2001).

Fernando Arrabal, el niño prodigio que a los diez años fue Premio Nacional de superdotados no para de sorprendernos

En 2009 protagonizó una de sus últimas excentricidades, la de hacer el libro más pesado de la historia de la humanidad, una edición limitada de 61 kilos por tomo -precisamente su peso- en la que acompañó de poemas las ilustraciones de un fotógrafo y cuatro pintores chinos.

La caridad y el amor están por encima de la moral. La estética supera la ética. En el arte todo es posible. Arrabal quiere morderles en las nalgas a los que le llaman provocador.

André Breton

André Breton definía su objetivo como: ‘un dictado del pensamiento, en ausencia de todo control ejercido por la razón y fuera de toda preocupación estética o moral’. Este esquema de creación, que actúa como ‘fotografía del pensamiento’, desconecta el alma y el espíritu, poniendo en evidencia que el arte no es producto de la sensibilidad o la inspiración. Sin duda alguna se trata de un tema controvertido que cambio las reglas del juego desde el primer momento en que se empezó a practicar.

Breton actuaba como un papa, mandando a la inquisición a todos los disidentes al grupo surrealista y a los que no militaran en el partido comunista. No le gustaba la pintura abstracta ni la ciencia ficción ni la pornografía de calidad. Cosas que a Arrabal si le gustaban. El surrealismo debía ser un romanticismo literario y nada más. Pero Arrabal quería crear un movimiento grotesco burlesco, sin verdugo ni víctima, que fuera una fiesta. Un cadáver exquisito surrealista.

Usted conoció el surrealismo, y también mayo del 68. ¿Cuándo tenían los poetas más influencia sobre las chicas? -En el grupo surrealista no hubo ligones, se amedrentaban. André Breton, por ejemplo, no tuvo casi vida amorosa. Y lo del 68 es un cuento, nunca hubo libertinaje. Hubo historias de amor, incluso de amor sin sexo. Ojalá hubiera existido esa liberación del cuerpo que se pregona, pero no pudo existir.

-¿Todo fue mito? -Un hombre de mi tamaño, Tirso de Molina, escribió nada menos que un mito, porque nosotros los españoles, como usted sabe, solo hemos creado dos mitos: Fausto y don Juan. Pero Tirso no habla de don Juan, sino del Burlador de Sevilla. Burlador. Él entiende que no se puede conquistar a las mujeres en masa si no mientes. Porque, en contra de lo que se dice, las mujeres nunca fueron tontas.

-Sus amigos Michel Houellebecq y Bernard-Henri Lévy confesaron que estaban un poco obsesionados con lo que se dijera de ellos en internet. ¿Tiene usted alguna aprensión parecida? -No, porque después de ver que un vídeo mío tiene un millón de visitas en Youtube y uno maravilloso de Oscar Niemeyer apenas mil, me doy cuenta de que no vale la pena preocuparse por eso. Además, he sido expulsado de Facebook, ¿sabe? Puse una imagen de un chico con una pollaza descomunal, y fue prohibido y mi nombre registrado. Podría volver a entrar con otro nombre, pero creo que ya no vale la pena, ¿verdad?

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