«A través de los idiotas, el filósofo Maxime Rovere propone un sorprendente manual de resistencia a los plastas cotidianos y una reflexión ética sobre la vida en sociedad.» Livres Hebdo
¿Qué hacemos con los idiotas? Para no ser uno de ellos. ¿Os amarga la vida alguna criatura maligna? ¿Estáis deseando pasar página de esa experiencia odiosa y saber cómo pasar a otra cosa?
Con humor, afabilidad y sabiduría filosófica, ¿Qué hacemos con los idiotas? propone una nueva ética para pensar y tratar la estupidez, lacra de nuestra época, enfermedad colectiva y veneno de nuestras vidas individuales.
Siempre somos el idiota de alguien. Las formas de la idiotez son infinitas. El principal idiota está en nosotros mismos. Dicho esto, podemos empezar a reflexionar.
En el momento de iniciar este libro, hay situaciones con idiotas que te vienen a la mente. ¡Por desgracia! Recuerdas algunas caras, algunos nombres…
Esas experiencias dolorosas, que pueden implicar cosas graves —injusticias y sufrimientos— te dan ganas de meterte con ellos, lo cual implica conocerlos mejor, reírte un poco de ellos y sentirte más inteligente.
Comparto tus expectativas, pero antes de empezar me gustaría advertirte de un problema que presenta nuestro problema y que es una cuestión de definición.
¿Qué hacemos con los idiotas? Para no ser uno de ellos. Si bien es fácil definir de forma abstracta la idiotez, resulta muy difícil precisar exactamente qué es un idiota. Dos cosas saltan a la vista.
Por una parte, se trata de una noción tan relativa que a nadie se le escapa que todos y todas somos siempre el idiota de alguien, y por eso sin duda no se ha hecho hasta hoy ningún estudio serio sobre el tema (yo mismo no lo hubiese emprendido de no haberme visto obligado).
Por otra parte, y recíprocamente, cabe decir que todos tenemos nuestro idiota; o sea, que tú, al abrir este libro, esperas que contenga una definición clara de un ser de contornos más imprecisos que un fantasma, pero cuya presencia es para ti mucho más evidente que la presencia de Dios.
Todos quisiéramos que la filosofía nos permitiese aprehender mejor la experiencia de esa sustancia aparecida en nuestra vida a partir de los rasgos de unos idiotas concretos. Pero te pido que reflexiones sobre lo siguiente: desde el punto de vista de una inteligencia pura, los idiotas no existen.
El perfecto Sabio, que es el Dios de los filósofos, cuando contempla el mundo no ve idiotas por ninguna parte. Su inteligencia infinita percibe inmediatamente la mecánica de las causas, el engranaje de los factores, la aceleración de las interacciones que hacen que los humanos actúen.
En su benevolencia infinita, acoge con amor las improvisaciones más estúpidas, los gestos y frases inoportunas, los golpes bajos…
En su omnipotencia, sabe que en este mundo tiene que haber de todo, y su confianza en la marcha del universo le permite recordarlo hasta en los detalles de las actitudes y los defectos más absurdos.
No, los idiotas no aparecen en el radar del Absoluto. Se disuelven bajo su Mirada Perfecta. Si tenemos un problema con los idiotas es porque al topar con ellos nos enfrentamos a nuestros propios límites.
Marcan el punto más allá del cual ya no sabemos comprender y no podemos amar. Solo nos quedan dos opciones: o complacernos en nuestra finitud y adoptar la actitud de los necios, que prefieren reírse porque han encontrado el medio de gozar de lo que no comprenden, o reconocer la fuerza exacta de la idiotez, que consiste precisamente en el efecto que ejerce sobre nosotros, y recurrir a la fuerza de los conceptos para pisotear por fin a los idiotas, para ser no solo mejores que ellos, sino mejores que nosotros mismos.
La segunda opción tiene un grave inconveniente: no es perpetuamente hilarante y hasta a veces resulta pesada. Pero apuesto a que en pocas páginas podremos estudiar a los idiotas como dispositivos complejos, sin engatusar a nadie ni emplear un lenguaje demasiado incomprensible.
—¡Oiga, no empuje!
—Y usted, ¿por qué no avanza?
—¡Avance, hombre!
—¡Pero no empuje!
—¡Pues avance!
—¡Le digo que no empuje!
—¡Espere, hombre!
—Pero ¿es que no puede avanzar?
—¡Hay que ver la gente cómo es!
Sin embargo, antes incluso de empezar veo surgir otra dificultad: el abanico de la idiotez es tan amplio que parece imposible estudiar a todos los idiotas a la vez.
Están los idiotas asentados en sus certidumbres, que se niegan a dudar; hay otros que lo rechazan todo y que dudan hasta de la verdad, y finalmente están los que pasan de los dos primeros grupos, que por otra parte pasan de todo, incluso de los dramas que se podrían evitar.
¿Cómo hablar de todos esos idiotas a la vez?
Una posible solución sería determinar tipos y géneros, clasificarlos por familias, hacer tal vez un árbol genealógico. Pero una tipología tendría en mi opinión un grave inconveniente: les daría a los idiotas una consistencia de la que carecen.
Si estableciera una lista capaz de distinguirlos y describirlos, sin duda podríamos ponernos de acuerdo sobre algunas figuras, aislando tipos o «esencias» de idiotas, como en perfumería.
Por desgracia, eso produciría un efecto perfectamente contrario a nuestro objetivo: llevaría al lector a sobrestimar su experiencia, a convencerlo de que se ha enfrentado a entidades y no a situaciones.
Así, cuanto más llegaras a reconocer a tus idiotas en ti, más te convencerías de que existen idiotas como existen avestruces o hayas púrpura (cosa que, como demostraré, no es cierta). Esa convicción tendría la consecuencia de alejarte del punto de vista de la inteligencia y de la bondad pura, hasta el punto de que finalmente este libro, como tantos otros, te hundiría en tus prejuicios en vez de guiarte (y de paso a mí también) hacia un poco más de sabiduría.
No es, pues, clasificando a los idiotas como los comprenderemos o sabremos controlar mejor la manera como surgen en nuestra vida. Naturalmente hay muchas películas, comedias y novelas donde hallamos perfiles con rasgos marcados que permiten definir unos tipos; aunque su falta total de imaginación alimenta en los demás, como por arte de magia, una inmensa creatividad.
Pero eso no hace más que confirmarme en mi propósito, porque la filosofía trabaja con conceptos y no con personajes. Para hacer justicia a los diferentes casos, he incluido unos incisos muy cortos, al principio de cada capítulo, a fin de visibilizar las experiencias que tengo en mente mientras trabajo en la abstracción. Pero no pretendo inventar nada.
Lo que quiero es comprender. En suma, aunque sea poco habitual en filosofía, te propongo no intentar definir a los idiotas de forma demasiado precisa. Dejémoslos en la nebulosa en que cada uno de vosotros reconozca a los su-yos.
Además, a decir verdad, me importa un pito saber exactamente lo que son, de dónde vienen y de qué repugnante manera se reproducen. Lo único que quiero es que me dejen en paz, y es justo aquí, en mi corazón frágil que solo pide amar, donde el problema se plantea, o mejor dicho se clava más dolorosamente que una espina.
Los idiotas no nos dejan tranquilos y agobian sobre todo a los que querrían vivir lejos de ellos.
Ese es el segundo axioma de este libro: los idiotas nos invaden. He ahí el misterio. ¿Cómo puede la idiotez encontrar su camino, cómo se inmiscuye, serpentea y se enrosca insidiosamente hasta el interior del sujeto en teoría inteligente?
Para responder a esta pregunta, debemos empezar allí donde la inteligencia se detiene, y por eso te he entregado, amigo lector y querida lectora, tres observaciones que un autor más hábil, pero menos sincero que yo, se habría reservado para la conclusión, a saber: siempre somos el idiota de alguien, las formas de la idiotez son infinitas y el principal idiota está en nosotros.
Estas tres observaciones son del todo exactas, pero a mí particularmente no me sirven de nada. A la filosofía le pido técnicas conceptuales precisas, que me permitan superar los fallos de mi inteligencia y el poco resuello de mi bondad, que descubro cada vez que al cruzar esa puerta de la izquierda me topo con la idiotez humana.
Sobre el autor
Maxime Rovere es un filósofo y divulgador cuyo estilo directo, sencillo y con un gran sentido del humor sugiere cómo tomar partido por la convivencia y superar la lacra de la idiotez, algo en lo que todos caemos cada día y que solo podemos superar a través de la solidaridad y la confianza en nuestras interrelaciones.
¿Qué hacemos con los idiotas? Por Leonardo Lee