El espectador queda atrapado en una brecha sutilmente perturbadora entre lo que ve y lo que piensa que ve, lo que sabe de su vida, de su familia y lo que no sabe de la vida de los demás, dice James Rielly
James Rielly: no todo lo que vemos es lo que parece ser. Las piezas expuestas están basadas principalmente en historias e imágenes tomadas de artículos periodísticos que traen al espectador a ficciones ambiguas o erróneas, siendo instantáneamente reconocibles tanto por su sutileza como por la oscuridad inherente de su mensaje. Su aparente simplicidad está socavada por una sensación de malestar, una subversión de los roles familiares, un indicio de lo disfuncional a través de sus representaciones de niños que se comportan como adultos y de adultos que se comportan como niños.
Sus pinturas y acuarelas parecen funcionar como una especie de «rito de paso», de transición entre el horror de la infancia y el horror de la vida adulta, excepto que en las obras de James Rielly nunca se termina dicha transición.
Permanecemos atrapados en el espacio existente entre una especie de pesadilla inocente, representada por el típico humor cruel de la infancia, y una versión particular de lo que podría llegar a significar. Su uso del humor también es parte de una tradición pictórica y cultural en la que la sátira y lo grotesco pueden actuar como una válvula de presión para las tensiones sociales.
«Yo no soy un artista político», dice Rielly, «pero me burlo de ciertas cosas, el poder, las relaciones familiares, las limitaciones a las que estamos sometidos, el papel que estamos obligados a desempeñar, el narcisismo de cualquier individuo que pretenda ser excepcional».
El espectador queda atrapado en una brecha sutilmente perturbadora entre lo que ve y lo que piensa que ve, lo que sabe de su vida, de su familia y lo que no sabe de la vida de los demás. Es precisamente esta ambigüedad lo que a menudo ha llevado a la controversia mediática alrededor de su obra.
Sin embargo, no todas las lágrimas en estas obras son causadas por el dolor, sino también por la alegría. «Siempre veo el acto de llorar como algo positivo. Es algo que todos hacen y para mí representa alegría en lugar de tristeza. No soy una persona religiosa, pero me gusta la imaginería de la iconografía católica donde las lágrimas tienen un significado diferente».