El escritor francés Abel Quentin alza la voz para denunciar la sociedad del insulto y de la llamada cultura de la cancelación en esta estupenda novela El visionario
‘El visionario’ de Abel Quentin: radiografía de un tiempo feroz. El 13 de diciembre de 1948, Albert Camus se levanta en una sala Pleyel llena de público joven para proclamar que el diálogo ha sido reemplazado por el insulto y la polémica. Sostiene que el mecanismo de la controversia permanente consiste en considerar al adversario como enemigo: en simplificarlo y negarse a verlo. «Cuando insulto a alguien, no conozco ya el color de su mirada, ni si sonríe de vez en cuando, ni de qué manera. Cegados casi por completo por obra y gracia de la polémica, ya no vivimos entre hombres sino en un mundo de siluetas».
Concluye Abel Quentin (Lyon, 1985), escritor y abogado penalista, que Camus está muy solo cuando habla así en esos tiempos de anatemas y excomuniones, y que trata de hacer entender a los jóvenes de la sala parisina que el matiz no es avenencia ni regateo, sino la valentía suprema.
Sus palabras, pronunciadas entre las turbulencias del siglo XX, recobran un valor especial en el XXI, justo en otro momento de violencia ideológica en el que la descalificación cuenta con los potentes amplificadores de las redes sociales y en el que se ha instalado como modelo la cancelación para depurar a todos los que son tomados por herejes. Es la distopía a la que conducen las rabiosas políticas identitarias y el comunitarismo, envueltas en el celofán de la llamada cultura woke.
‘El visionario’ de Abel Quentin: radiografía de un tiempo feroz y el poder restaurador de la ficción
El visionario, la novela de Quentin acaparadora de premios en Francia, y finalista del Goncourt, el Renaudot y el Femina, reconcilia con el poder restaurador de la ficción. En ella narra el descenso a los infiernos de un tal Jean Roscoff, académico de izquierdas, divorciado y alcohólico, que en los años 80 hizo campaña a favor de SOS Racismo. Recién jubilado, intenta encontrar un nuevo aliento escribiendo un libro de homenaje a un desconocido poeta americano, Robert Willow, amigo imaginario de los existencialistas que acaba sus días atrincherado en Étampes, un municipio a poco más de una hora de distancia de París. De hecho, el título de la novela en francés es Le voyant d’Étampes.
La caída de Roscoff comienza cuando alguien le reprocha que ha olvidado mencionar en su obra que Willow es afroamericano. Él replica que ser negro no lo estructuró como individuo y que por ello ha eludido el mandato sartriano de hablar de su negritud. A partir de ese momento, vive atrapado entre los halagadores recuerdos progresistas de los años 80 y los ataques retóricos de los jóvenes airados, seguros de sí mismos, que lo ven como un antagonista fósil. Inmediatamente es acusado de fascista. Perplejo y angustiado, inicialmente elige no defenderse mientras obtiene dudosos apoyos de la derecha nacional.
Quentin, dueño de una escritura elegante y con muy buen ritmo narrativo, evoca por momentos a Houellebecq, aunque sin la pesada carga melancólica del autor de Aniquilación. Sabe captar perfectamente el contenido de los comentarios más zafios en las batallas polémicas de las redes y describe un cuadro justo y detallado de la evolución de las ideas consideradas progresistas desde 1968. Su edad no le convierte en un testigo de primera mano de los fenómenos relatados por Roscoff, pero la novela no está ausente de ternura hacia los que entonces querían cambiar el mundo o los que incluso aspiran a hacerlo. Señala los excesos del debate público y lanza una mirada corrosiva sobre la imposible tarea de mejorar la sociedad valiéndose de los abusivos e inquisitoriales impulsos colectivos.
El humor está presenta a o largo de las páginas de El visionario y en ocasiones se llega a blandir como un cuchillo. No se esquiva jamás la comicidad. La historia de los fracasos, pifias y desventuras del antihéroe resulta en líneas generales divertida, como si se quisiera incorporar una válvula de escape a la acertada y amarga radiografía de nuestro tiempo que Quentin ofrece a los lectores. Roscoff es el viejo romántico y entrañable que todavía cree en un humanismo desaparecido, a la vez que no entiende nada de lo que está sucediendo.
El choque generacional existe y nada escapa a la afilada pluma de Quentin, que se burla de las aberraciones identitarias contemporáneas a partir de la deconstrucción metódica de los estereotipos de género y raza, como en el reinado indiscutido de Jean-Paul Sartre en la década de 1950; ataca al feminismo intransigente; a la universidad, en plena decadencia, atenazada por las minorías activas; y ridiculiza el nuevo lenguaje de los jóvenes y sus códigos disruptivos. También bromea sobre la actitud complaciente en la renovada familia de izquierdas, lejos del ideal de igualdad y fraternidad de su juventud. Sus ataques revelan libertad de espíritu en medio de una tormenta de mierda. Estupenda novela.
‘El visionario’ de Abel Quentin: radiografía de un tiempo feroz. Texto: Luis M. Alonso