Cuando Creeper publicaron su primer álbum Eternity, In Your Arms en 2017 ya nos sorprendió la ambición, madurez, y amplitud de miras impropias de una banda debutante. Con Sex, Death & The Infinite Void vuelven a hacerlo yendo uno, dos, o tres pasos más allá.
Creeper: Sex, Death & The Infinite Void. Pese a que el anuncio de su separación durante un concierto en Londres en noviembre de 2018, me pareció un truco publicitario poco creíble, más inspirado en lo que David Bowie hizo en 1973 cuando ‘mató’ a Ziggy Stardust que en una voluntad real de terminar con la banda, la verdad es que encajaba en la visión teatral que estos ingleses tienen de lo que es un grupo de rock.
Una visión que en su segundo álbum llevan al extremo creando una historia conceptual en la que se mezcla amor y crimen, y algunas canciones que podrían encajar perfectamente en un musical del West End londinense.
Si en su primer disco, Creeper se presentaban básicamente como una banda de goth punk en la senda de AFI, Alkaline Trio o My Chemical Romance, con un toque épico a lo Meat Loaf, aquí las influencias se acortan en la distancia -bebiendo mucho más de sus raíces británicas- y se alejan en el tiempo, mirando mucho más a los 60 y los 70.
Quien espere un disco para poguear es muy posible que se encuentre desconcertado, porque buena parte del contenido de Sex, Death & The Infinite Void va por otros derroteros.
Si bien la intro recitada, ‘Hallelujah!’ a cargo de Patricia Morrison de Sisters Of Mercy, da paso a dos pegadizos temas, ‘Be My End’ y ‘Born Cold’, en los que Creeper siguen unidos por el cordón umbilical a MCR, ‘Cyanide’, con su piano juguetón y un aire Bowie, y ‘Annabelle’ un himno britpop que es puro Suede, a partir de ahí el disco cambia totalmente de registro.
Como si nos metiéramos en una película de cine negro, en los cuatro siguientes temas Will Gould se transforma en un crooner, los arreglos orquestales ganan peso, y las guitarras acústicas sustituyen a las eléctricas. ‘Paradise’, ‘Poisoned Heart’, ‘Thorns Of Love’ y ‘Four Years Ago’, un dueto con la teclista Hannah Greenwood, son puro melodrama con aires a Roy Orbison, Morrissey, y el pop de los 60.
Forman un póker fantástico en el que Gould brilla como vocalista y Creeper se revelan como una banda de lo más elegante, aunque es una pena, que no le hayan dado un toque más vintage a la producción.
En la parte final, ‘Napalm Girls’ y ‘Black Moon’ suben un poco el nivel de energía, pero el broche final lo pone la balada ‘All My Friends’, en la que se rompe la línea argumental del resto, para ofrecernos una ventana a los problemas internos de la banda con versos como “Getting high has got us all so low. / I’m so sorry if I failed you”.
Hace 15, 20 años un disco así de completo podría haberles convertidos en superestrellas como ocurrió con The Black Parade de My Chemical Romance.
Hoy en día, cuando cada vez menos gente escucha un álbum de principio a fin, y encima tenemos una pandemia por medio, tendrán suerte si consiguen mantenerse donde estaban. Ojalá la tengan porque sería una pena que en un año Creeper anunciaran su separación, no como un juego, sino porque el proyecto no es viable.
Creeper: Sex, Death & The Infinite Void. Por Jordi Meya