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El Picasso preadolescente ya era cubista

Dicen que Mozart, en el siglo XVIII, con tan solo cinco años, componía obras musicales prodigiosas. Picasso no fue menos.

El Picasso preadolescente ya era cubista. A finales del XIX, mucho antes de comenzar a hablar, ya dibujaba, y creció “atrapando” con un lápiz todo lo que veía. Los dos, Mozart y Picasso, son genios indiscutibles.

En diversos croquis y bocetos a lápiz que aquel niño-adolescente malagueño, Pablo Ruiz Picasso (1881-1973), realizó en sus años de formación en A Coruña (1891-1895), se estaba prefigurando, con absoluta claridad, la revolución plástica, perceptiva, comunicativa y expresiva más importante del siglo XX. Fue, como enseguida advertiremos, una conquista formidable del joven Picasso.

Hablamos del Cubismo, movimiento artístico y estilístico que oficialmente comenzó en 1907 con el famoso cuadro Las señoritas de Aviñón (en referencia a una antigua y muy conocida calle de Barcelona con burdeles) pintado por Picasso.

La cuarta dimensión (y más allá)

Pero ¿qué es en realidad el Cubismo?

Picasso oficializó el Cubismo en 1907, pero fue algo que ya había sido capaz de imaginar y empezar a representar en algunos dibujos de su estancia y aprendizaje en A Coruña: la capacidad de crear un nuevo estilo, una nueva manera plástica de ver y representar la realidad.

Esto permitió ultrapasar el techo creativo de los magníficos pintores del Renacimiento italiano. Ellos habían logrado representar la tercera dimensión perfectamente consolidada de un modo científico (ortogonal) en las pinturas de Quattrocento italiano (siglo XV), siendo la primera dimensión la altura, la segunda, la anchura y la tercera, la profundidad (gracias a las reglas geométricas de la perspectiva).

Habían conseguido, pues, la preciosa y fidedigna tridimensionalidad del espacio pictórico. Todo se representaba como es, y todo en su punto figurativo exacto.

Picasso, con la astuta, descarada e inteligente licencia que se arrogó con el Cubismo analítico y sintético descubierto en A Coruña, dio algunos pasos más, y consiguió la representación de otras tres dimensiones. A las tres ya mencionadas añadió, de entrada, una cuarta: la capacidad de representar el dorso o lo que no se percibe, pero sabemos que está ahí (un trozo de espalda, por ejemplo, representada al lado de un trozo de pecho). ¿Por qué no? ¿Por qué no representar a la vez la cara y el cogote de un único personaje en un mismo plano? ¿Acaso no existen las dos realidades?

La quinta dimensión, o profunda, sería, por ejemplo, la representación de un pecho descubierto, con su corazón, a priori invisible en la epidermis, o con un trozo de pulmón, o con su propio cerebro interior, también invisibles. Esto, en el Renacimiento, es impensable e imposible, una herejía, porque lo que no se ve no se puede representar.

La sexta sería la dimensión imaginada u onírica, es decir, lo que no está o no se ve, pero que sabemos que existe en la imaginación o hemos visto en algún que otro sueño (así, Picasso también se adelantó varios años al Surrealismo).

El Picasso preadolescente ya era cubista. El Cubismo frente al espejo

Un buen ejemplo para ver lo anterior sería la pintura Mujer frente al espejo, de 1932, que se encuentra en el Museo de Arte Moderno de Nueva York.

Mujer frente al espejo, de Pablo Picasso, conservada en el Museo de Arte Moderno de Nueva York. Neil R / Flickr, CC BY-NC

Aquí, en el retrato de su musa y amante, Marie Thérèse Waltere, podemos ver la cuarta dimensión en el rostro de perfil y el mismo rostro frontal en el mismo plano. Las rayas negras horizontales de la izquierda son las costillas de Marie Thérèse y, por tanto, se refieren a la quinta dimensión, también presente en el fruto de un embarazo prefigurado en una circunferencia.

La visión imaginada (o soñada en algún momento) de Picasso, es decir, la sexta, está retratada en la forma en la que el espejo devuelve a la modelo la imagen de una mujer fea y decrépita que otea la muerte. Picasso crea así una obra cubista excitante y con una rutilante policromía.

A la postre todo lo que acabamos de comentar es real, todo esto existe, y es lícito, de acuerdo con Picasso, representarlo en un solo lienzo o tabla o papel bidimensional. ¿Por qué no he de poder hacerlo?, se preguntaría el malagueño en A Coruña.

Desde el origen

¿Pero cómo se atrevió a tanto Picasso? ¿Acaso no tendrá razón el neurocientífico Tony Estruch cuando asevera que el talento es innato desde que se nace hasta que se muere? Quizá sí.

La verdad es que Picasso siempre fue Picasso, siempre fue talentoso, único. Nunca hizo dibujos de niño, “ni siquiera cuando era muy pequeño”, según cuenta él mismo. Su mirada siempre fue adulta. Y su retina, ya en A Coruña, contenía en ciernes todo lo que estaba por llegar.

Por eso es tan importante revisitar los formidables dibujos de Picasso en su etapa coruñesa (1891-1895). A priori parecen nada, unos dibujos infantiles más, pero son mucho. Lo son todo.

La enjundia de esos primeros dibujos es proverbial. Requiere examinarlos con mucha atención para advertir, de verdad y desde el principio, cómo se gesta el nacimiento de un genio y cómo nace la revolución pictórica (y algo más) del Cubismo. Cómo, a partir de ahora, se representa la realidad no de un modo hiperrealista, como más o menos había sucedido hasta entonces, sino segmentada en planos geométricos, cúbicos, abstractos. Un vuelco increíble. La modernidad se viene abajo, y ya se intuyen las diversas e inquietantes crisis de la posmodernidad.

Detalles indicativos

Por ejemplo, en el Doble estudio de perfil de un hombre barbudo, el encuadre geométrico del rostro es una disección analítica que sobrepasa un trabajo académico convencional. Con pocas líneas de encaje acontece algo excepcional.

A priori estamos ante un ejercicio ordinario de composición geométrica de un rostro masculino (uno más), pero la contundencia del encaje y el modo resolutivo de las manchas de negro (ceja, nariz y boca) prefigura elementos que Picasso explorará en el cubismo posterior.

En el Personaje con pipa, el joven Picasso incorpora la sutil técnica del clarión para acentuar plásticamente el ropaje de los personajes. El cruce de rayas en la solapa es proverbial. Pablo Ruiz comenzaba a orientar y conducir sus esquemas creativos, compositivos, y sobre todo conceptuales, hacia el Picasso adulto, todavía en ciernes.

Personaje con pipa, 1894-1895, A Coruña. Museo Picasso, Barcelona

La geometrizada estructura de la composición en el Caserío gallego, elaborada con una abstracción simple del espacio tiene que ver con la exploración racionalista de las formas que emprenderá Picasso en el siglo XX.

Caserío gallego, 1894-1895, A Coruña. Museo Picasso, Barcelona

En las Casas en una colina en Horta de Ebro se ve que el juego geométrico y de sombras de esta obra ya está prefigurado en el caserío anterior.

Casas en una colina en Horta de Ebro, 1909. MOMA / 2022 Estate of Pablo Picasso / Artists Rights Society (ARS), New York

Evidentemente no se puede decir que en todos los dibujos de A Coruña se vislumbran formas que apuntan hacia la revolución cubista. Pero, si se observan las anteriores figuras y algunas otras, veremos que algo de lo que vendrá comienza a cocerse en la ciudad gallega.

¿Hacia dónde vamos?

¿Fue el Cubismo, en verdad, un avance, o un extravío artístico, cultural, social y mental del que todavía no nos hemos sobrepuesto?

Todavía nos faltan espacios de silencio purificador (o no tóxico), amén de una prolongada perspectiva histórica, pausada, crítica y sobre todo reflexiva, para juzgarlo de forma adecuada y comedida.


Por Ximo Company i Climent, Catedrático de Historia del Arte Moderno; director del Centre d’Art d’Època Moderna (CAEM) de la UdL, Universitat de Lleida

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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