Julien Temple se ha encargado de llevar a la pantalla el maravilloso retrato de ese indisciplinado irlandés estrafalario que es Shane MacGowan, conocido por ser el líder de la banda The Pogues.
Crock of Gold: bebiendo con Shane MacGowan. Siempre en primera fila, siendo un testigo de excepción, Julien Temple, vivió el estallido del Punk en el momento preciso y fue quien puso imágenes a ese himno cuasi-fundacional que es el “God Save the Queen” de los Sex Pistols.
A él le debemos esa problemática biografía ficticia de los Pistols, “The Great Rock ‘n’ Roll Swindle” (1980) y también el excepcional documental “La mugre y la furia” (2000).
Después de juguetear con la ficción sin demasiado éxito (suyo es ese desastre de 1988, “Las chicas de la Tierra son fáciles” con Geena Davis y Jeff Goldlum, la misma pareja que dos años antes habían protagonizado la imprescindible “La Mosca” de Croneberg) y de una excepcional carrera de más de tres décadas como realizador de videoclips, gira su objetivo hacia otro de los pilares del movimiento Punk.
En esta ocasión, Temple se ha encargado de llevar a la pantalla el maravilloso retrato de ese indisciplinado irlandés estrafalario que es Shane MacGowan, conocido por ser el líder de la banda The Pogues.
Un proyecto que nace auspiciado por la producción de Johnny Deep, amigo íntimo de Shane desde hace décadas y que se convierte en un homenaje pre-póstumo al cantante y poeta irlandés de 63 años que desde hace tiempo vive postrado en una silla de ruedas tras una existencia anclada en los excesos.
Personaje singular donde los haya, Shane MacGowan se lo ha bebido TODO (aún recuerdo su aparición durante el concierto de Babyshamless en el FIB 2004, con una borrachera como un piano, para cantar junto a Pete Dogerthy su “Dirty Old Town”, el público, británico en su mayoría, se volvió loco, mientras yo pensaba “quién coño es este tipo y cómo es posible que se tenga en píe”).
Crock of Gold: bebiendo con Shane MacGowan. Su vida es comparable a la de otros grandes artistas “malditos”, alcoholizado casi desde que nació en Tipperary, Irlanda, se pasó la pubertad esnifando pegamento y haciendo pajas a viejos en el centro de Londres.
Ha sobrevivido a una cantidad ingente de alcohol, que a día de hoy sigue consumiendo, a la heroína y otros opiáceos por no contar sus constantes idas y venidas de diferentes centros psiquiátricos o de desintoxicación.
La suya es una vida extrema, en la que no sabemos si con mayor o menor fortuna, ha seguido a raja tabla el postulado de William Blake, aquello de “El camino del exceso, lleva al palacio de la Sabiduría”.
Con el nacimiento del Punk encontró su parroquia, su lugar entre los marginados y pronto formó The Pogues una banda que conciliaría el nuevo movimiento reaccionario con la canción tradicional irlandesa y se convertiría en el sonido de la diáspora, de todos aquellos irlandeses alejados de su tierra.
Pronto serían todo un fenómeno de culto.
El nombre de la banda proviene de la expresión gaélica póg mo thóin (Pogue Mahone), cuya traducción sería algo así como “Bésame el culo”.
Destacado letrista será considerado en los años venideros un poeta dentro de su generación.
Cómo declaró Julien Temple durante la presentación de la película en el pasado Festival de San Sebastián, donde recibió el Premio Especial del Jurado, el rodaje fue complejo debido a los encontronazos con Shane.
Su carácter complicado queda reflejado al comienzo de la película cuando exige, pinta en mano, que le pongan discos de Northern Soul inmediatamente o no responderá a ninguna pregunta.
El documental se ha construido combinando exquisito found footage, logradas animaciones, testimonios y encuentros de personas cercanas a Shane como son Bobby Gillespie (Primal Scream) o Gerry Adams, antiguo líder del Sinn Féin (brazo político del IRA) con quién diserta de manera profusa sobre Irlanda y el concepto de identidad nacional.
“Crock of Gold” es un emocionante, lúcido y emotivo retrato crepuscular de dos horas (que se pasan volando) de este entrañable outsider de risa ahogada, carácter díscolo y mirada rota. Una película que es un vaso rebosante de whisky, folk, punk, nacionalismo irlandés y mala baba.
Un formidable trabajo en el que a pesar de dolor y la tristeza subyacente en cada uno de los planos, el tono irónico y las ansias de supervivencia del biografiado se imponen dejando, después de unas cuantas rondas, un buen sabor de boca.
Crock of Gold: bebiendo con Shane MacGowan. Por Victor Verrier