Dice Adam Grant: «Descansar no es una pérdida de tiempo, es una inversión en bienestar; relajarse no es un signo de pereza, es una fuente de energía
Solo una sociedad de esclavos necesita justificar el ocio. Los descansos no son una distracción, son una oportunidad para reenfocar la atención; el juego no es una actividad frívola, es un camino hacia la conexión y la creatividad.»
No os fiéis de quienes justifican el ocio y el descanso desde categorías productivas: el día que dejen de verlos como una “oportunidad para”, “fuente de” o “inversión en” los prohibirán. Fiaros de quienes defienden el ocio y el descanso porque son algo humano. Solo los atacarán cuando se vuelvan inhumanos. Mientras tanto, los defenderán aunque sean una “pérdida de tiempo”, una “distracción” o incluso “una actividad frívola”. Porque así nos gusta ser.
Solo una sociedad de esclavos necesita justificar el ocio. Peor aún, sólo una sociedad que pide ser subyugada justifica la ociosidad desde la rentabilidad y habla del descanso como un recurso.
Tumbarse durante horas bajo un árbol no es una inversión en salud mental ni un medio para activar la creatividad. Es una gozada porque los árboles son majos, los pájaros canturrean, te hacen cosquillas en el cuello las hormigas y el intenso azul del cielo se cuela entre las hojas. Y a los humanos nos gustan esas cosas. Sin más.
Nos gusta tocar la guitarra, subir montañas, construir barcos dentro de botellas, hacer pulseras de hilo, construir lámparas con botellas, jugar a fútbol, desmontar relojes e intentar que marchen de nuevo, amontonar piedras, hacer maquetas de trenes, decorar las uñas de los pies, tejer jerseys, pintar con acuarela, tallar palos, coleccionar postales, sentarnos a ver olas, jugar con caracoles, disparar con tirachinas, diseñar vidrieras, hacer galletas con forma de nube o descubrir en las nubes formas de galletas (y de caracoles, tirachinas, trenes, barcos y dragones). Y, por supuesto, nos gusta sentarnos a no hacer nada.
No queremos que nos roben toda esa belleza racionalizándola. Es de mal gusto que alguien nos diga: “tranquilo, no estás perdiendo el tiempo, estás invirtiendo en bienestar, has encontrado una fuente de energía, esto es una oportunidad de reenfocar la atención, un camino para la conectividad y la creatividad”. Pues no señor, estoy contando las patas de este ciempiés para ver si son cien o no, que el asunto ahora mismo me interesa muchísimo. Y lo que dice usted no solo es peligroso, sino, ahora que lo pienso, una auténtica necedad.
Solo una sociedad de esclavos necesita justificar el ocio. Por Daniel San Juan Nó