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José Saramago: el horror de la guerra y el fanatismo religioso

Y fue en el ‘factor Dios’ en lo que se transformo el dios islámico que lanzo contra las torres del World Trade Center los aviones de la revuelta contra los desprecios y de la venganza contra las humillaciones

José Saramago: el horror de la guerra y el fanatismo religioso. Compartimos un artículo del gran escritor portugués José Saramago, publicado en el año 2001. Galardonado con el Premio Nobel de Literatura en 1998, Saramago fue reconocido internacionalmente tanto por su obra literaria como por su posicionamiento social y político.

En algún lugar de la India hay una fila de piezas de artillería en posición. Atado a la boca de cada una de ellas hay un hombre. En primer plano de la fotografía, un oficial británico levanta la espada y va a dar la orden de disparar. No disponemos de la imagen del efecto de los disparos, pero hasta la mas obtusa de las imaginaciones podrá ‘ver’ cabezas y troncos dispersos por el campo de tiro, restos sanguinolentos, vísceras, miembros amputados. Los hombres eran rebeldes. En algún lugar de Angola. Dos soldados portugueses levantan por los brazos a un negro que quizá no este muerto, otro soldado empuña un machete y se prepara para separar la cabeza del cuerpo. Esta es la primera fotografía. En la segunda, esta vez hay una segunda fotografía, la cabeza ya ha sido cortada, esta clavada en un palo, y los soldados se ríen. El negro era un guerrillero.

En algún lugar de Israel, mientras algunos soldados israelíes inmovilizan a un palestino, otro militar le parte a martillazos los huesos de la mano derecha. El palestino había tirado piedras. Estados Unidos de América del Norte, ciudad de Nueva York. Dos aviones comerciales norteamericanos, secuestrados por terroristas relacionados con el integrismo islámico, se lanzan contra las torres del World Trade Center y las derriban. Por el mismo procedimiento un tercer avión causa daños enormes en el edificio del Pentágono, sede del poder bélico de Estados Unidos. Los muertos, enterrados entre los escombros, reducidos a migajas, volatizados, se cuentan por millares.

Las fotografías de India, de Angola y de Israel nos lanzan el horror a la cara, las victimas se nos muestran en el mismo momento de la tortura, de la agónica expectativa, de la muerte abyecta. En Nueva York, todo pareció irreal al principio, un episodio repetido y sin novedad de una catástrofe cinematográfica más, realmente arrebatadora por el grado de ilusión conseguido por el técnico de efectos especiales, pro limpio de estertores, de chorros de sangre, de carnes aplastadas, de huesos triturados, de mierda.

El horror, escondido como un animal inmundo, esperó a que saliésemos de la estupefacción para saltarnos a la garganta. El horror dijo por primera vez ‘aquí estoy’ cuando aquellas personas se lanzaron al vacío como si acabasen de escoger una muerte que fuese suya. Ahora, el horror aparecerá a cada instante al remover una piedra, un trozo de pared, una chapa de aluminio retorcida, y será una cabeza irreconocible, un brazo, una pierna, un abdomen deshecho, un tórax aplastado.

Pero hasta esto mismo es repetitivo y monótono, en cierto modo ya conocido por las imágenes que nos llegaron de aquella Ruanda de un millón de muertos, de aquel Vietnam cocido a napalm, de aquellas ejecuciones en estadios llenos de gente, de aquellos linchamientos y apaleamientos, de aquellos soldados iraquíes sepultados vivos bajo toneladas de arena, de aquellas bombas atómicas que arrasaron y calcinaron Hiroshima y Nagasaki, de aquellos crematorios nazis vomitando cenizas, de aquellos camiones para retirar cadáveres como si se tratase de basura. Siempre tendremos que morir de algo, pero ya se ha perdido la cuenta de los seres humanos muertos de las peores maneras que los humanos han sido capaces de inventar. Una de ellas, la mas criminal, la mas absurda, la que mas ofende la simple razón, es aquella que, desde el principio de los tiempos y de las civilizaciones manda a matar en nombre de Dios.

Ya se ha dicho que las religiones todas ellas, sin excepción, nunca han servido para aproximar y congraciar a los hombres, que, por el contrario, han sido y siguen siendo causa de sufrimientos inenarrables, de matanzas, de monstruosas violencias físicas y espirituales que constituyen uno de los mas tenebrosos capítulos de la miserable historia humana. Al menos en señal de respeto por la vida deberíamos tener el valor de proclamar en todas las circunstancias esta verdad evidente y demostrable, pero la mayoría de los creyentes de cualquier religión no solo fingen ignorarlo, sino que se yerguen iracundos e intolerantes contra aquellos para quienes Dios no es mas que un nombre, nada mas que un nombre, el nombre que por miedo a morir le pusimos un día y que vendría a dificultar nuestro paso a una humanización real. A cambio nos prometen paraísos y nos amenazan con infiernos, tan falsos los unos como los otros, insultos descarados a una inteligencia y a un sentido común que tanto trabajo nos costo conseguir.

José Saramago: el horror de la guerra y el fanatismo religioso. Dice Nietzche que todo estaría permitido si Dios no existiese, y yo respondo que precisamente por causa y en nombre de Dios es por lo que se ha permitido y justificado todo, principalmente lo peor, principalmente lo mas horrendo y cruel.

Durante siglos la inquisición fue también como hoy los taliban, una organización terrorista dedicada a interpretar perversamente textos sagrados que deberían merecer el respeto de quien en ellos decía creer, un monstruoso connubio pactado entre la Religión y el Estado contra la libertad de conciencia y contra el mas humano de los derechos: el derecho a decir no, el derecho a la herejía, el derecho a escoger otra cosa, que solo eso es lo que la palabra herejía significa.

Y, con todo, Dios es inocente. Inocente como algo que no existe, que no ha existido ni existirá nunca, inocente de haber creado un universo entero para colocar en el seres capaces de cometer los mayores crímenes para luego justificarlos diciendo que son celebraciones de su poder y de su gloria, mientras los muertos se van acumulando, estos de las torres gemelas de Nueva York y todos los demás que, en nombre de un Dios convertido en asesino por la voluntad y por la acción de los hombres, han cubierto e insisten en cubrir de terror y sangre las paginas de la Historia. Los dioses, pienso yo, solo existen en el cerebro humano. Prosperan o se deterioran dentro del mismo universo que los ha inventado, pero el ‘factor Dios’, ese, esta presente en la vida como si efectivamente fuese dueño y señor de ella. No es un dios, sino el ‘factor Dios’ el que se exhibe en los billetes de dólar y se muestra en los carteles que piden para América (la de Estados Unidos, no la otra…) la bendición divina.

Y fue en el ‘factor Dios’ en lo que se transformo el dios islámico que lanzo contra las torres del World Trade Center los aviones de la revuelta contra los desprecios y de la venganza contra las humillaciones. Se dirá que un dios se dedico a sembrar vientos y que otro dios responde ahora con tempestades. Es posible, y quizá sea cierto. Pero no han sido ellos, pobres dioses sin culpa, ha sido el ‘factor Dios’, ese que es terriblemente igual en todos los seres humanos donde quiera que estén y sea cual sea la religión que profesen, ese que ha intoxicado el pensamiento y abierto las puertas a las intolerancias mas sórdidas, ese que no respeto sino aquello en lo que manda creer, el que después de presumir de haber hecho de la bestia un hombre acabo por hacer del hombre una bestia.

Al lector creyente (de cualquier creencia…) que haya conseguido soportar la repugnancia que probablemente le inspiren estas palabras, no le pido que se pase al ateismo de quien las ha escrito. Simplemente le ruego que comprenda, con el sentimiento, si no puede ser con la razón, si hay Dios, hay un solo Dios, y que en su relación con el, lo que menos importa es el nombre que le han enseñado a darle. Y que desconfíe del ‘factor Dios’. No le faltan enemigos al espíritu humano, mas ese es uno de los mas pertinaces y corrosivos. Como ha quedado demostrado y desgraciadamente seguirá demostrándose.

José Saramago: el horror de la guerra y el fanatismo religioso. Fuente: Bloghemia 

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