Felipe Ortega Regalado combinaba y recombinaba fragmentos vegetales e indeterminadamente orgánicos dando como resultado cien dibujos sorprendentes elaborados como quien repite un mantra tibetano.
Los fragmentos vegetales de Felipe Ortega Regalado. No creo que sea posible penetrar en el trabajo de un artista por la simple casualidad de coincidir en el mismo espacio físico. Sin embargo, si estoy convencido de que la mirada, como acto consciente en el que ponemos nuestra capacidad intelectual al servicio de la interpretación visual, se ve modificada por las experiencias de un entorno nuevo, de una luz, de un ambiente. Esto es posible que nos pueda acercar un poco más, de un modo diferente, a la obra de cualquier autor.
Desde esta perspectiva los trabajos de Felipe Ortega tienen algo de determinismo enfrentado con el azar y, por extensión, con el caos. Por una parte, el dibujo, base esencial de su estilo y lenguaje, fija la realidad a los límites de sus contornos. Nada se puede salir de ese marco que, con firmes sombreados, parece concretar la naturaleza de los objetos, describirlos en sus formas, colores y texturas.
Por otra parte, sus paisajes de fondo, creados a base de sombreados fluidos, de trazo corto y decidido, introducen una tensión creativa, emotiva en sus trabajos. Lo estable, lo concreto se asienta sobre un fondo fluido, dinámico, en el que las apariencias empiezan a confundirse y la atmosfera creada adquiere acentos fantasmales, mágicos y de ensoñación, que supera la primera impresión de algo meramente decorativo y artificial.
Texto: Juan M. Monterroso Montero