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«El cisne negro» de Nassim Nicholas Taleb

El cisne negro es parte integrante de nuestro mundo, desde el auge de las religiones hasta los acontecimientos de nuestra vida personal

«El cisne negro» de Nassim Nicholas Taleb. Es un ensayo imprescindible de Nassim Nicholas Taleb. Reflexionemos ¿qué es un cisne negro? Para empezar, es un suceso improbable. Sus consecuencias son importantes y todas las explicaciones que se puedan ofrecer a posteriori no tienen en cuenta el azar y sólo buscan encajar lo imprevisible en un modelo perfecto.

El éxito de Google y You Tube, y hasta el 11-S, son «cisnes negros». Para Nassim Nicholas Taleb, los cisnes negros son parte integrante de nuestro mundo, desde el auge de las religiones hasta los acontecimientos de nuestra vida personal. ¿Por qué no podemos identificar este fenómeno hasta que ya ha sucedido?

El cisne negro transformó nuestra manera de mirar el mundo

Según el autor, ello se debe a que los humanos nos empeñamos en investigar las cosas ya sabidas, olvidándonos de lo que desconocemos. Ello nos impide reconocer las oportunidades y nos hace demasiado vulnerables al impulso de simplificar, narrar y categorizar, olvidándonos de recompensar a quienes saben imaginar lo «imposible». Elegante, sorprendente, y con reflexiones de alcance universal, El cisne negro transformó nuestra manera de mirar el mundo

Pensemos en nuestra propia vida, y analicemos los sucesos más importantes que nos han ocurrido: ¿Cuántos se produjeron siguiendo un programa predecible? ¿Nuestro nacimiento? ¿Nuestro matrimonio? ¿La elección de nuestra profesión?…

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Taleb es un escritor ameno, ingenioso e irreverente, con un profundo conocimiento de temas tan dispares como la ciencia cognitiva, el mundo de los negocios y la teoría de la probabilidad.

Editado por Paidós, El Cisne Negro de Nassim Nicholas Taleb resalta nuestra ceguera respecto a lo aleatorio, y en particular, frente a las grandes desviaciones respecto a lo «normal» y lo «esperado». El autor sostiene un pensamiento inquietante: cuantos más periódicos leemos, cuanta más información manejamos, más ciegos nos volvemos y más alimentamos el efecto túnel, en el que nos sentimos cómodos.

Antes del descubrimiento de Australia, el Viejo Mundo estaba convencido de que todos los cisnes eran blancos: las pruebas empíricas lo confirmaban…hasta que apareció el primer Cisne Negro. En los últimos cincuenta años, los diez días más extremos en las Bolsas representan la mitad de los beneficios. Diez días en cincuenta años. Pese a ello, las finanzas convencionales consideran que estos saltos de un día son meras anomalías…

Los cisnes negros siempre son inesperados, y cambian el mundo

Un Cisne Negro, en este libro, es un suceso con tres atributos: (1) rareza, (2) que produce un impacto tremendo, y (3) que una vez ocurrido hace que inventemos explicaciones sobre su existencia, con lo que se convierte en explicable y predecible.

La lógica del Cisne Negro hace que lo que no sabemos sea más importante que lo que sabemos. Glorificamos a quienes dejaron su nombre en los libros de historia a expensas de aquellos contribuyentes de quienes la historia no dice nada. Casi todo lo que se estudia en la vida se centra en lo «normal», especialmente en los métodos de inferencia de la campana de Gauss. Pero esta curva ignora las grandes desviaciones, no las puede manejar, y sin embargo nos hace confiar en que hemos domesticado la incertidumbre.

El autor llama platonicidad a nuestra tendencia a confundir el mapa con el territorio, a centrarnos en formas puras y bien definidas frente a lo abstracto o lo difuso, al deseo de dividir la realidad en piezas nítidas: es lo que nos hace pensar que entendemos más de lo que en realidad entendemos. El redil platónico es la explosiva línea divisoria donde la mentalidad platónica entra en contacto con la confusa realidad, donde la brecha entre lo que sabemos y lo que pensamos que sabemos se ensancha de forma peligrosa. Es aquí donde aparece el Cisne Negro.

“El cisne negro: el impacto de lo altamente improbable” Nassim Nicholas Taleb

El Cisne Negro de Nassim Nicholas Taleb. En resumen, en este ensayo Taleb proclama que nuestro mundo está dominado por lo extremo, lo desconocido y lo muy improbable (según nuestros conocimientos actuales), y aún así empleamos nuestro tiempo en hablar de menudencias, centrándonos en lo conocido y en lo repetido. La distancia entre las opiniones es notablemente inferior a la distancia entre la media de las opiniones y la verdad. Esto nos conduce a la necesidad de tener que usar el extremo como punto de partida, no como una excepción que haya que esconder debajo de la alfombra.

La historia es opaca. Se ve lo que aparece, no el guión generador de la historia. Es similar a la diferencia entre la comida que vemos llegar a la mesa y el proceso que podamos observar en la cocina. La mente humana padece tres trastornos cuando entra en contacto con la historia: (1) la ilusión de comprender, (2) la distorsión retrospectiva, y (3) la valoración exagerada de la información factual. El análisis aplicado y minucioso del pasado no nos dice gran cosa sobre el espíritu de la historia, sólo nos crea la ilusión de que la comprendemos.

En general, vivimos en un entorno donde parece que ningún elemento singular cambiará de forma significativa el total. Continuamente nos tratan de encasillar: del Madrid o del Barsa, de izquierdas o de derechas, Ribera o Rioja…

Sin embargo, las desigualdades a veces son tales que una única observación puede realmente influir de forma desproporcionada en el total. De hecho, unas cuantas ocurrencias han influido de forma colosal en la historia. Esa es la idea principal de este libro. Estos son los Cisnes Negros. Pero la realidad es que no estamos preparados ni formados para preverlos.

Pensemos en el pavo al que el granjero da de comer todos los días. Cada vez que lo alimenta, aquel confirmará la creencia de que la regla general de la vida es que a un pavo lo alimentan a diario unos seres del género humano porque «velan por sus intereses». La tarde del miércoles previo al día de Acción de Gracias o «Thanksgiving» al pavo le ocurrirá algo inesperado: su Cisne Negro…

Hay varios problemas que generan la ceguera ante el Cisne Negro: en primer lugar nos centramos en segmentos preseleccionados de lo conocido, y a partir de ahí generalizamos; después, nos comportamos como si el Cisne Negro no existiera; además, lo que vemos no es necesariamente todo lo que existe: es la distorsión de las pruebas silenciosas; y por último «tunelamos», es decir, nos centramos en unas fuentes bien definidas de la incertidumbre, una lista específica de Cisnes Negros.

Debido a un mecanismo mental que el autor llama empirismo ingenuo, tenemos la tendencia natural a fijarnos en los casos que confirman nuestra historia y nuestra visión del mundo: son casos siempre fáciles de encontrar. Pero ver cisnes blancos no confirma la no existencia de cisnes negros. Podemos acercarnos más a la verdad mediante ejemplos negativos, no mediante la verificación. Elaborar una regla general a partir de los hechos observados lleva a la confusión, y si no lo creen, pregúntenle al pavo…

Pero hay algunas cosas sobre la que podemos continuar siendo escépticos, y otras que con toda seguridad podemos considerar ciertas. Esto es lo que hace que las consecuencias de las observaciones sean tendenciosas. Quizás la autentica confianza en uno mismo puede que sea la capacidad de observar el mundo sin necesidad de encontrar signos que halaguen el propio ego. Y es que, en general, una vez que en la mente habita una determinada visión del mundo, se tiende a considerar sólo los casos que nos demuestran que estamos en lo cierto. Paradójicamente, cuanta más información tenemos, más justificados nos sentimos en nuestras ideas.

Taleb expone el principio de la falacia narrativa. En primer lugar, nos cuesta obtener la información; en segundo lugar, nos cuesta almacenarla, y en tercer lugar, nos cuesta manipularla y recuperarla.

Cuanto más aleatoria es la información, mayor es su dimensionalidad y más nos cuesta resumirla. Cuanto más se resume, más orden se pone y menos es lo aleatorio, de ahí que la misma condición que nos hace simplificar, nos empuja a pensar que el mundo es menos aleatorio de lo que realmente es. Y el Cisne Negro es lo que excluimos en la simplificación.

Contamos con demasiadas formas posibles de interpretar a nuestro favor los hechos pasados: habitualmente añadimos una causa conocida para aumentar la verosimilitud de lo ocurrido, y así hacerlo más probable. Por ejemplo, parece que el cáncer producido por el tabaco es más probable que el cáncer sin una causa determinada…

Una forma de evitar los males de la falacia narrativa es favorecer la experimentación sobre la narración, la experiencia sobre la historia, el conocimiento sobre las teorías.

Otra falacia que apunta Taleb, relacionada con nuestra forma de entender los acontecimientos, es la de las pruebas silenciosas.

La historia nos oculta tanto los Cisnes Negros como su capacidad de generarlos. La historia no es más que cualquier sucesión de acontecimientos vistos con el efecto de la posteridad.

Pero nos afecta a todos en nuestra forma de construir muestras y reunir pruebas: es el sesgo, o diferencia entre lo que se ve y lo que hay. No tiene sentido, por tanto, leer demasiado sobre historias de éxito, porque no vemos la imagen en su totalidad.

El talento de estas personas, seguramente es menos exclusivo de lo que pensamos. Y además el sesgo tiene un atributo despiadado: se puede ocultar mejor cuando su impacto es mayor.

Dedica el autor un párrafo interesante a la actitud de nuestros políticos, sean del país que sean. Cuando se produce una gran catástrofe, todos aparecen aportando soluciones y prometiendo presupuestos para paliar los daños. Pero no lo pagan ellos, sino que lo detraen del presupuesto público, es decir, lo quitan de otra partida presupuestaria.

Y quizás los perjudicados fueran pacientes de una enfermedad terminal bajo estudio, que no aparecen en las noticias ni en nuestro sistema emocional, y de los que todos los días fallecen muchos más que en la catástrofe que sale en las noticias.

Los gobiernos saben muy bien cómo decirnos lo que hacen, pero no lo que no hacen: se dedican a una falsa filantropía, o actividad de ayudar a los demás de forma visible y sensacionalista, sin tener en cuenta el oculto cementerio de las consecuencias invisibles.

Otro de los capítulos está dedicado al escándalo de las predicciones: ¿Por qué predecimos tanto? ¿Por qué no hablamos de la historia de nuestras predicciones?

La realidad es que sobreestimamos lo que sabemos e infravaloramos la incertidumbre, comprimiendo así la variedad de posibles estados inciertos, reduciendo el espacio de lo desconocido.

Digan lo que digan, merece la pena cuestionar el índice de error del procedimiento del analista, no por el procedimiento en sí, sino por su confianza. Se distinguen dos tipos: el caso suave, o la arrogancia en la presencia de cierta competencia, y el caso grave, la arrogancia mezclada con la incompetencia del traje vacio del farsante.

No podemos ignorar tampoco el autoengaño: el problema con los expertos es que no saben qué es lo que no saben. El mismo proceso que nos hace aprender, nos hace que nos sintamos satisfechos con lo que sabemos. Los analistas económicos tienden a acercarse más entre sí, que al producto resultante.

Lo hemos comprobado recientemente con la crisis subprime: hace ahora un año, nadie la predecía, todos los informes, el consenso de los analistas anunciaba «a voces» un crecimiento moderado, de solidez económica mundial, de exceso de liquidez.

Hoy los analistas juegan al catastrofismo, y todos a la vez, porque eso les hace sentirse respaldados y parte del grupo de profesionales que se dedican a eso.

Taleb dice que se apiñan como el ganado, y que si no se leyesen unos a otros, probablemente las diferencias entre sus predicciones deberían estar tan lejos unas de las otras como lo están de la realidad: pero esto no ocurre, luego las predicciones están sesgadas por la manada, por lo que no podemos fiarnos de ellas…

Los seres humanos somos víctimas de una asimetría en la percepción de los sucesos aleatorios: atribuimos nuestros éxitos a nuestras destrezas, y nuestros fracasos a sucesos externos que no controlamos. Yogi Berra, un famoso entrenador de beisbol en Norteamérica, decía que «es difícil hacer predicciones, sobre todo del futuro», y también que «el futuro no es lo que solía ser»…

Hacer previsiones sin incorporar un índice de error, revela tres falacias que son función de la incertidumbre. La primera falacia es que la variabilidad importa. La segunda la encontramos en el hecho de no tener en cuenta la degradación de la predicción a medida que el período proyectado se alarga. La tercera falacia, y quizás las más grave, se refiere a la falsa comprensión del carácter aleatorio de las variables que se predicen. Se dice a menudo que «de sabios es ver venir las cosas»… Tal vez el sabio sea quien sepa que no puede ver las cosas que están lejos.

La regresión lineal, por ejemplo, nos puede engañar más allá de lo inimaginable. Podemos ajustar la parte lineal de una curva y hablar de una elevada regresión lineal, lo que significa que nuestro modelo se adapta muy bien a los datos y presenta elevados poderes de predicción, cuando en realidad sólo ajustamos el segmento lineal de la serie. Tenemos, en fin, una tendencia natural a escuchar al experto, cuando hay campos en los que es posible que éstos no existan.

El Cisne Negro de Nassim Nicholas Taleb. Fuente: knowsquare

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