Baudelaire (París, 9 de abril de 1821–31 de agosto de 1867) fue el precursor del movimiento simbolista y de la poesía moderna. En 1857, tras la publicación de Las flores del mal, fue acusado por atentar contra la moral pública, por lo que seis de sus poemas no vieron la luz hasta 1949.
Charles Baudelaire, el Dante de una época decadente. Baudelaire fue único en el dominio del ritmo y la forma, enfrentado y atraído durante toda su vida por lo divino y lo diabólico.
Descubrir a Charles Baudelaire en mis hoy lejanos dieciocho años fue una verdadera revelación. Hasta entonces yo era un lector inmerso en la fascinación de los clásicos y la historia de la antigua Grecia, de la Roma imperial, de la misteriosa etapa medieval y de las obras maestras de la primera modernidad, que como todos sabemos, nació embelesada justamente por el legado clásico.
Mi primera juventud descubre la crítica y la ironía. Y está en primera línea el hechizo de Les fleurs du mal, que ha sido perdurable. Hijo de una tradición católica ortodoxa, lo lógico es que me hubiera intimidado y retrocedido ante el autor de esa provocación dandista que son las Letanías de Satán.
Hoy como lector maduro lo considero una parafernalia que ha ocultado las exquisiteces de la poesía baudeleriana, una poesía mórbida, de sueños, de paraísos artificiales, de amores imposibles, de culto a la belleza, del malentendido como una respuesta indiferente pero afirmativa a la decadencia.
Una paradójica asunción del poeta como nuevo mago que no sólo es corrosivo crítico de un mundo que cambia y se hace menos escenario de prodigios sobrenaturales y más democrático, sino que se hace intérprete y constructor de nuevos mitos que le parece urgen a la descarnada realidad desacralizada.
Hoy como lector maduro lo considero una parafernalia que ha ocultado las exquisiteces de la poesía baudeleriana, una poesía mórbida, de sueños, de paraísos artificiales, de amores imposibles, de culto a la belleza, del malentendido como una respuesta indiferente pero afirmativa a la decadencia.
Debo confesarles que yo comenzaba mis pininos con el periodismo. Tuve una columna de cultura en un semanario para obreros en Jalisco, y uno de mis primeros textos fue dedicado al patriarca de los poetas malditos, como fabricante de ese “frisson noveau” que en su momento también sacudió al gran Víctor Hugo.
Baudelaire nació hoy hace doscientos años. Y esto publicó, para apoyar la defensa de Las flores del mal por el juicio de inmoralidad que se abrió contra su primera edición, uno de sus primeros y más agudos lectores, el escritor y periodista Jules Barbey D’Aurevilly (1808–1889), justamente el “perfecto mago de las letras francesas” (autor de la célebre Las diabólicas) al que están dedicadas “ces fleurs maladives” (estas flores malsanas):
“…Escandaloso como la verdad que, ¡ay!, escandaliza frecuentemente en este mundo de las caídas, este libro será moral a su modo, y no sonrían: su modo es el mismo de la santa Providencia que envía el castigo después del crimen, la enfermedad después del exceso, los remordimientos, la tristeza, el fastidio, todas las vergüenzas y todos los dolores a que nos devoren después de la transgresión de la ley.
El poeta de Las flores del mal ha cantado uno tras otro todos estos hechos divinamente vengadores y ha ido a buscarlos en su propio cuerpo entreabierto, y los ha sacado la luz de la mañana con el implacable encarnizamiento del romano que se arrancaba sus propias entrañas.
Hemos sembrado el grano amargo y recogemos las flores funestas. El señor Baudelaire, que las ha cogido y recogido, no ha dicho que estas flores fuesen bellas ni que hicieran bien, ni que era preciso tornarse con ellas la frente o tomarlas en las manos y que esto era lo prudente; por el contrario, al nombrarlas, las ha estigmatizado.
En los tiempos en que el sofisma defiende a la cobardía y que cada cual es doctrinario de sus vicios, el señor Baudelaire no ha dicho una palabra en favor de los que tan enérgicamente han troquelado con su verso; no se le podrá acusar de haberlos hecho amables.
En el libro están, espantosos, desnudos, trémulos, devorados a medias por sí mismos, como nos lo imaginamos en el infierno. Éste es, en efecto, el anticipo infernal que todo culpable lleva mientras vive dentro de su alma […].
Hay algo de Dante en el autor de Las Flores del Mal, pero de un Dante de una época decadente, un Dante ateo y moderno, un Dante que vino después de Voltaire, en un tiempo que no tendrá nunca un Santo Tomás.
Hay algo de Dante en el autor de Las Flores del Mal, pero de un Dante de una época decadente, un Dante ateo y moderno, un Dante que vino después de Voltaire, en un tiempo que no tendrá nunca un Santo Tomás.
Charles Baudelaire, el Dante de una época decadente. El poeta de esas Flores, que lastiman el pecho en que descansan, no tiene el imponente aspecto de su majestuoso predecesor, y eso no es culpa suya.
Pertenece a una época confusa, escéptica, burlona, nerviosa, que se retuerce con las ridículas esperanzas de las transformaciones y las metempsicosis; no tiene la fe del gran poeta católico, esa fe que le daba la calma augusta de la serenidad en todos los dolores de la vida.
El carácter de la poesía de Las flores del mal, excepto en algunas escasas composiciones que la desesperación terminó volviendo heladas, es el desconcierto, la furia, la mirada convulsa y no la mirada oscuramente clara y límpida del Visionario de Florencia.
La Musa de Dante vio soñadoramente el infierno, la de Las flores del mal lo respira con la nariz crispada del caballo que presiente el obús.
Una viene del infierno, la otra va hacia él. Si la primera es más augusta, la otra es quizás más conmovedora. No posee el maravilloso sentido épico que lleva tan alto la imaginación y calma su terror con la serenidad con la que los genios, seres del todo excepcionales, saben revestir sus obras más apasionadas.
Tiene, por el contrario, horribles realidades que conocemos, y que nos producen una repulsión tal que ni siquiera nos permiten la abrumadora serenidad del desprecio.”
Charles Baudelaire, el Dante de una época decadente. Fuente: Agustín del Castillo