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40 años después de La Estanquera de Vallecas

La versión del director de cine Eloy de la Iglesia de «La Estanquera de Vallecas», se convirtió en una de las películas más recordadas del cine español.

40 años después de La Estanquera de Vallecas: la crisis que no cesa. El 11 de diciembre de 1981 se estrenaba en la sala Gayo Vallecano de Madrid la obra teatral La estanquera de Vallecas, escrita por José Luis Alonso de Santos.

La obra alcanzó repercusión suficiente como para que tres años después fuese producida y emitida por La 2 de Televisión Española. En 1987 llega a los cines la versión de Eloy de la Iglesia, que tuvo un gran éxito y se convirtió en una de las películas más recordadas del cine español.

La Transición había pasado, la democracia se había asentado, y las revueltas sociales y la convulsión política eran el día a día de una España que no se conformaba con lo que tenía. Las artes encontraron una libertad inesperada y estimulada socialmente, por lo que los temas más populares, “más bajos”, empezaron a interesar a las nuevas generaciones de artistas.

José Luis Alonso de Santos es un buen ejemplo del artista con formación universitaria que se interesa a nivel estético e ideológico por personajes corrientes y tramas cotidianas.

Así, en su obra La estanquera de Vallecas (1981) asistimos a un atraco en un estanco del conocido barrio madrileño, escenario que sirve como excusa para analizar los comportamientos y maneras de unos personajes que finalmente no resultan ser buenos ni malos, sino simples supervivientes.

La obra teatral poseía aquello que tanto gustaba al director de cine Eloy de la Iglesia: personajes marginales, delincuencia, y un entorno social que propicia el determinismo.

De la Iglesia tomó aquel texto para aproximarlo al cine quinqui, un género en el que se movía con soltura y que le permitía ofrecer su visión más crítica de la sociedad española, dominada por una clase política obsesionada por mantener la calma, unas fuerzas del estado descendientes de las franquistas y un gran número de jóvenes sin futuro, arrojados a las drogas y a la criminalidad.

Para ofrecer ese lado más crítico en su película, Eloy de la Iglesia necesitará ampliar el único escenario que proponía la obra teatral, el estanco, para dejar salir la trama desde ese pequeño local de barrio hacia la plaza, símbolo social por excelencia, donde se darán cita desde los variopintos vecinos del barrio o todos los cargos policiales de España hasta un personaje de llamativo parecido con Alfonso Guerra.

En esa plaza de barrio se ubica el estanco de Doña Justa, una viuda que regenta este negocio ayudada por su sobrina, Ángeles, interpretada por una jovencísima Maribel Verdú en uno de sus primeros papeles en el cine. Al estanco llegan una mañana Leandro, un hombre mayor que ha estado toda su vida trabajando como albañil pero ahora, debido a la situación de crisis, lleva varios años en el paro, y Tocho, un joven huérfano que ha elegido el atraco como medio de vida.

Su plan es sencillo: entrar en el estanco, sacar una pistola, asustar a la dueña, quitarle todo el dinero que tenga encima y salir corriendo. Lo que no esperaban Tocho y Leandro es que la dueña, interpretación inolvidable de Emma Penella, fuera una mujer valiente y luchadora, dispuesta a hacer frente a estos rateros de pacotilla que no saben ni empuñar un arma, porque no va a dejarse arrebatar tan fácilmente lo único que le queda en la vida, su estanco.

Los cuatro personajes protagonistas, los que se encuentran dentro del estanco, mantienen el peso de una trama con giros de lo más simples pero eficaces: su historia avanza con pequeñas acciones, pero sobre todo a golpes de diálogo, cruciales para entender las motivaciones de cada uno de ellos. Motivaciones que en el fondo resultan ser todas la misma: sobrevivir.

Estos cuatro personajes, divididos en atracadores y estanqueras, no son más que dos vertientes de una misma pobreza. Por eso en la obra teatral no había malos ni buenos, sino persona(je)s que necesitaban entenderse y acaban por ayudarse. Sin embargo, Eloy de la Iglesia sí añade un antagonista claro, un malo contra el que unirse para luchar: la policía y los políticos o, en definitiva, el Estado. 

Eloy de la Iglesia militó en el Partido Comunista y siempre había sido muy crítico con el Estado español en sus películas, lo que le llevó a enfrentarse con la censura franquista a raíz de su película Algo amargo en la boca (1969).

Con sus obras cinematográficas buscaba antes que la reflexión, la provocación, mediante la puesta en escena de situaciones totalmente alejadas de las clases medias y altas. Estas recibieron sus películas bien con la fascinación de descubrir al antihéroe quinqui, casi romántico, bien con el rechazo causado por lo transgresor de sus imágenes. Por no hablar de que la crítica establecida rara vez alabó sus trabajos.

Una de las características más interesantes de la obra de Eloy de la Iglesia era la elección de sus protagonistas, no solo de los personajes marginales, sino de los propios actores que los interpretaban. Muchos de ellos eran reclutados en las zonas más convulsas de las ciudades, y solían ser chicos que vivían del mismo modo que los personajes que tanto inspiraron a este director.

40 años después de La Estanquera de Vallecas. La trágica trayectoria de José Luis Manzano

Tal es el caso de José Luis Manzano, que interpretó a Tocho en La estanquera de Vallecas. Nació en Madrid a principios de los años sesenta y pasó su infancia en Arroyo de la Gavia, sin cursar estudios primarios. A los doce años comenzó a trabajar como mozo de carga, pero una lesión en la columna vertebral le obligará a alejarse del trabajo por un largo período de tiempo, dejándole unas secuelas físicas que arrastrará toda su vida. Sin estudios y sin poder trabajar decide “buscarse la vida”.

Conoce a Eloy de la Iglesia en 1977, que le ofrecerá el papel protagonista en Navajeros (1980). Es posible que ambos se conocieran en uno de esos castings que solía organizar el director vasco, donde fotografiaba a cientos de jóvenes de la calle, pero también es posible que se conocieran por casualidad y comenzaran una relación de convivencia un par de años antes del estreno de dicha película.

La biografía de Manzano no es demasiado completa ni está contrastada. Como actor fetiche de De la Iglesia, parece probable que entre ellos hubiera podido existir una relación amorosa que podría haber durado hasta una década. Lo único que es seguro es que gracias a los papeles que Eloy le ofreció, José Luis Manzano logró el éxito y el reconocimiento como actor.

Empezó a consumir drogas durante el rodaje de Colegas (1982), en el que comparte protagonismo con los hermanos Antonio y Rosario Flores. Su vida comienza entonces a desmoronarse, aunque De la Iglesia lo llamará para colaborar en La estanquera de Vallecas, película en la que tendrá que ser doblado (por Fernando Guillén Cuervo, por cierto) debido a que sus problemas con la heroína eran ya más que notables.

Eloy de la Iglesia, que también había consumido heroína durante años, tiene que retirarse de su profesión después de rodar esta película por su incapacidad para trabajar, alternando etapas de desintoxicación con constantes recaídas. José Luis Manzano se queda entonces sin oportunidades para trabajar, y debido a su adicción, vuelve a caer en la indigencia.

Pedro Cid, famoso cura de Getafe que trabajó ayudando a heroinómanos, consigue rehabilitarlo, pero poco después el actor es acusado de atracar a un peatón y es enviado a prisión pese a no tener antecedentes penales. En la cárcel recae en el consumo de drogas, y aunque al salir intenta desintoxicarse nuevamente, pocos días después su cuerpo aparece sin vida en un piso propiedad de Eloy de la Iglesia. La autopsia reveló que el actor había muerto por sobredosis de heroína. Sus restos descansan ahora en una fosa común del cementerio de Madrid Sur.

Treinta y cinco años después del estreno de la obra teatral de La estanquera de Vallecas, José Luis Alonso de Santos sigue dedicado al teatro. Eloy de la Iglesia y José Luis Manzano han muerto. Y el Estado español se encuentra nuevamente sumido en una crisis en la que la clase política dirigente intenta constantemente disimular el ruido que hacen (escándalos de corrupción, incumplimiento de programa electoral, recortes) y las clases trabajadoras tienen que buscarse la vida para sobrevivir en un entorno que no solo no les es favorable sino que los aboca a la pobreza irremediablemente. 

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