La farmacocracia, en ocasiones, se impone sobre las decisiones soberanas de los estados incluso sobre la misma democracia.
El poder de la farmacocracia. La actuación de las grandes fabricantes de las vacunas con las que combatir el Covid-19, ha puesto de manifiesto el poder, no sólo económico, sino también de presión sobre los gobiernos.
Están demostrando tener, una “farmacocracia» que, en ocasiones, se impone sobre las decisiones soberanas de los estados, sobre la misma democracia.
Esta situación no es nueva, pues en 2009, la doctora Teresa Forcades (una monja benedictina y teóloga progresista), denunció esta situación con motivo de la campaña de vacunación contra la gripe A.
Entre otras cosas, la Hermana Teresa advertía, en medio del excesivo alarmismo generado en torno a aquella pandemia, de que se desconocían sus efectos secundarios.
Así como de los grandes intereses económicos que tenían las industrias farmacéuticas en este tema. Como era el caso de la comercialización del célebre Tamiflú de la empresa Roche.
No era la primera vez que la Hna. Teresa Forcades advertía sobre los oscuros intereses que mueven a las grandes corporaciones farmacéuticas mundiales y los inmensos beneficios obtenidos por éstas.
Así, en su documentada obra Los crímenes de las grandes compañías farmacéuticas nos ofrece una imagen demoledora de las presiones y negocios de la industria farmacéutica
Hasta el punto de que ésta ha sido capaz de imponerse a las decisiones de los gobiernos.
Pudiéndose por ello hablar de una “farmacocracia” en determinados sectores de la política y la economía internacional que sufren, sobre todo, los países del Tercer Mundo
En el caso de los Estados Unidos, el poder de las grandes farmacéuticas las ha convertido en un sector tan estratégico para la economía americana como lo es el petrolífero.
El extraordinario poder político y económico de las grandes compañías farmacéuticas se incrementó tras la aprobación por el Gobierno Reagan de la Ley de Extensión de Patentes (1984): también conocida como Ley Hatch-Waxman
Y la posterior creación de la Organización Mundial del Comercio (OMC) (1994) que, como señala la Hna. Teresa, tenía por objetivo “asegurar que la globalización no atentara contra los intereses del gran capital”.
Pese a que Médicos Sin Fronteras (MSF) lanzó una campaña internacional para el acceso a las medicinas esenciales a precios asequibles.
La cual se permitía en países como India, Brasil o Sudáfrica producir genéricos a precios muy bajos para combatir el SIDA en países del Tercer Mundo
Las presiones de la industria farmacéutica, que no estaba dispuesta a renunciar a los inmensos beneficios de sus patentes, truncaron el proceso.
En los últimos años se ha aumentado la protección sobre las patentes farmacéuticas mediante el Acuerdo sobre Derechos de Propiedad Intelectual vinculados al Comercio (ADPIC) (1995)
Lo cual ha producido un brutal impacto en la comercialización de los antirretrovirales para combatir el SIDA que causa 3 millones de muertes/año en África.
En consecuencia desde 2005, y por imperativo de los acuerdos de la OMC, se obliga a la comercialización de todos los medicamentos esté sometida al sistema de patentes (aunque sean abusivos en el Tercer Mundo).
Lo que ha impedido de éste modo la producción legal de genéricos mucho más baratos.
Alude a que los genéricos producidos en Brasil habían reducido su coste un 79 % o que el Fluconazol se destine a combatir el SIDA
Elaborado por la farmacéutica Pfizer costaba entre 14-25 euros, mientras que su genérico valía solamente 0,75 euros.
Las grandes compañías se negaron a comercializar en los países pobres los medicamentos que no les aportaban suficientes beneficios
Este fue el caso del retroviral Kaletra, que no necesitaba refrigeración lo cual lo hacía idóneo en los países del África Subsahariana. Que dejó de comercializarse porque se consideró “poco rentable”.
Teresa Forcades con tres años como médico residente en el Hospital de Buffalo, afirmó que el actual sistema de patentes farmacéuticas favorece los abusivos intereses de la industria a expensas del bien común.
Siendo especialmente injusto con los países subdesarrollados
Los cuales deberían de estar exentos de las obligaciones ligadas a la propiedad intelectual.
Especialmente en el caso de los medicamentos esenciales, por todo lo cual resulta cada día más urgente avanzar hacia un nuevo y más justo sistema mundial de patentes.
Más sobre farmacocracia, otro de los aspectos importantes denunciados por la Hna. Teresa era cómo la investigación farmacéutica se guía exclusivamente en función del beneficio económico potencial a obtener.
Tal es así que en un informe de MSF titulado Desequilibrio fatal (2001) para el estudio de las enfermedades olvidadas, se concluye que
“Las enfermedades que afectan principalmente a los pobres se investigan poco y las que afectan sólo a los pobres no se investigan nada”, pura farmacocracia
Es lo que se ha denominado “desequilibrio 10/90”. Esto es, que sólo el 10 % de la investigación sanitaria mundial está dedicada a enfermedades que afectan al 90 % de los enfermos del mundo (malaria, tuberculosis
Enfermedad del sueño (tripanosomiasis africana), enfermedad de Chagas, enfermedad de Buruli, dengue, leishmaniosis, lepra, filariasis, esquistosomiasis).
Por el contrario, el 90 % de las investigaciones se dedican a otras “prioridades” mucho más rentables. Como los tratamientos de impotencia, obesidad e insomnio que afectan al 10 % de la población del Primer Mundo.
En este sentido, sólo con la píldora Viagra, comercializada por Pfizer en 2001 obtuvo unos beneficios anuales superiores a los 1.500 millones de dólares, cantidad que ha seguido aumentando.
Lo que convierte a la Viagra en el principal “blockbuster” (con un volumen de ventas superior a los 1.000 millones dólares/año) del mercado en Occidente.
La estrategia farmacéutica de las grandes compañías se basaría en hacer propaganda intensa de medicamentos nocivos e incluso mortales como el antidepresivo Zoloft (de Pfizer).
También los productos anticolesterol Lipoday, Chostat, Staltor (de Bayer).
O los antiinflamatorios Vioxx (de Merck) o Bextra y Celebrex (de Pfizer), algunos de ellos ya retirados del mercado por sus nocivos efectos
Explotar al máximo los medicamentos en forma de monopolio y en condiciones abusivas que no tienen en cuenta las necesidades objetivas de los enfermos ni su capacidad adquisitiva.
Reducir las investigaciones de las enfermedades que afectan principalmente a los pobres porque no les resultan rentables. Así pueden concentrarse en los problemas de las poblaciones de alto poder adquisitivo, aunque no se trate de “enfermedades”.
Con los medicamentos antienvejecimiento forzar las legislaciones nacionales e internacionales a que favorezcan sus intereses, aunque cueste la vida de miles de personas.
En este sentido el lobby farmacéutico americano que controla el 60 % de las patentes de medicinas mundiales y los 50 medicamentos más vendidos, tiene un papel determinante y se convierte así en una auténtica “farmacocracia”.
La conclusión de Forcades supone todo un reto para la política y la defensa de una sanidad pública mundial verdaderamente solidaria con el Tercer Mundo.
Por ello, la industria farmacéutica y sus intereses económicos requieren de una urgente y más justa regulación política que priorice el bien común.
Esto es, el derecho universal a la salud y no sólo la búsqueda de una rentabilidad económica de unas compañías. Al igual que ocurrió en 2009 con la pandemia de la gripe A.
La situación ha vuelto a plantearse en la actualidad con la misma crudeza e intensidad a la hora de hacer frente al Covid-19 y, por ello, como entonces nos recordaba Teresa Forcades.
Una monja benedictina, una doctora comprometida y valiente, resulta un deber moral y político el exigir un mayor control democrático y legislativo internacional que ponga fin a los abusos de la industria farmacéutica o farmacocracia